El pasado miércoles, a primera hora de la mañana, zarpábamos del Puerto de Sada rumbo a Gijón a bordo de un X-37.
El barco venía de Vigo tripulado por tres personas y se vio inmerso en un temporal, en el que una ola los tumbó, con el resultado de un tripulante con dos costillas rotas que tuvo que ser evacuado en Finisterre. Recalando de nuevo en Sada con la intención de reparar el piloto automático, donde otro de los tripulantes desembarcó.
Personalmente creo que el estudio del parte meteorológico de esos días, con alerta roja por olas de 8 a 10 metros en la costa gallega, desaconsejaba la partida de Vigo, pero…
La reparación del piloto suponía tener que esperar a recibir piezas desde Holanda, así que, acompañando al patrón inicial, salimos hacia el Norte sin hacer la reparación. Esta vez con un buen parte meteorológico de viento del SW fuerza 4-5 y fuerte marejada, pero amainando según fuésemos entrando en el Cantábrico.
Debido a la ausencia del piloto automático nos fuimos relevando los dos a la rueda del timón en guardias de dos horas.
El hecho de ir de co-patrón implica, en ocasiones, asumir decisiones que uno no comparte del todo o hacer las cosas a la manera del otro, pero al fin y al cabo él era el responsable final, salvo durante las guardias nocturnas en que era como navegar en solitario y cada uno determinaba las maniobras que estimase convenientes.
El primer tramo de la travesía lo realizamos a motor y ayudados por el génova. La mar estaba movida y el viento de popa no tenía presión suficiente.

Al irse cerrando paulatinamente el viento, de popa a un largo, a un través hasta llegar a navegar de bolina, hizo que fuese aumentando la velocidad del barco hasta los 8 nudos.
Fue ese tramo final de la travesía el de sensaciones más agradables. A parte del frío, la mar estaba tranquila salvo por la suave ola tendida que llegaba por popa. Por la proa el haz de luz del faro de Cabo Peñas, visible desde 21 millas antes, mientras por la amura de estribor el reflejo de una luna tardía que se alzaba sobre tierra iluminaba el camino.
Solo en cubierta, más vale solo que mal acompañado, disfrutaba las sensaciones de la navegación nocturna en silencio y podía escuchar el resoplar, incluso distinguir el chapoteo, de una pareja de delfines que durante un rato nos fue custodiando mientras el barco avanzaba veloz, con las velas llenas, ligeramente escorado.
Al pasar frente al faro de Peñas la brisa fue amainando y poco después enfilábamos ya a la luz verde del gran espigón exterior del puerto del Musel.
A las 5:15 h. amarrábamos en los pantalanes de espera del Puerto Deportivo de Gijón aguardando a que por la mañana el armador nos indicase la plaza de amarre.
El barco y las condiciones meteorológicas se portaron bien, de la compañía no puedo decir lo mismo, pero como dijo Jack Lemmon: “Nobody is perfect”.