lunes, 15 de agosto de 2011

GLAMOUR A BORDO

En la época estival mucha gente decide pasar sus vacaciones a bordo de un velero, ya sea alquilando el barco con patrón o sin él, pero en muchos de los casos con una idea equivocada, o incompleta, de lo que eso supone en cuanto a la vida a bordo.
Quizá idealizando el tema debido a la publicidad idílica (que no tiene por qué no serlo) en la que aparecen los mejores momentos de un crucero de placer, tumbados al sol en cubierta disfrutando de un mojito helado, con cristalinas aguas turquesas y playas de arena blanca al fondo. Felices en la proa mientras una manada de simpáticos delfines nos deleita con sus piruetas o disfrutando de una cena en tierra, a la luz de unas velas, frente al velero fondeado en una paradisíaca cala.
Es cierto que es posible vivir momentos así a bordo de un velero, pero es ingenuo pensar que eso es así todo el rato, olvidando otros momentos quizá no tan gratos, con los a veces inevitables problemas o imponderables que pueden surgir, con las tareas cotidianas que hay que realizar como hacer la compra, cocinar o fregar después los cacharros, mantener limpias las zonas comunes del barco, teniendo en cuenta que en la gran mayoría de los casos se trata de barcos de entre 10 y 16 metros que para muchos pueden no resultar tan cómodos, limitados en cuanto al espacio, el agua dulce disponible y el uso de la energía.
Por no nombrar la posibilidad del mareo de los que no están acostumbrados al medio, ya que las condiciones del mar y de la navegación no siempre son las deseadas. Siempre hay quien dice: “pues yo nunca me he mareado”… Nunca digas de esta agua no beberé o este cura no es mi padre, pues le puede pasar al más pintao.

Llama ya la atención cuando ves llegar a bordo a la gente con grandes maletas rígidas (que luego no hay donde estibar), llenas de las mejores galas pensando en glamurosas noches en tierra, a veces con calzado inadecuado o con las típicas prendas a rayas azul marino o motivos marineros.


El hecho de no saber bien dónde te metes, de no hacerse una idea de lo que es navegar y vivir en un velero, lleva a que a la segunda contrariedad, o simplemente al segundo día de mar comiencen a surgir los problemas de convivencia. Un par de caras largas son suficientes para crear un mal ambiente a bordo. Ellos no disfrutarán, porque aquello no es lo que esperaban y por tanto los demás tampoco.

Realmente pasar unos días en velero puede ser una experiencia estupenda y gratificante, en la que dejes tu vida cotidiana en tierra y vivas más inmerso en la naturaleza, pero en contra de la idea que se tienen hecha algunos, en la mayor parte de los casos, no tiene nada de glamuroso. Eso existe, pero es otra cosa, otra escala, otra historia al alcance de muy pocos que, al fin y al cabo tiene poco que ver con navegar.

jueves, 11 de agosto de 2011

CORRIENDO EL NORDESTE

Algo típico en los veranos gallegos es el viento del nordeste, asociado al buen tiempo que trae el anticiclón de las Azores. Un viento fresco y generalmente fuerte, sobre todo a lo largo de la Costa da Morte.
Podríamos reducir a tres las condiciones típicas de este tramo de costa gallega: La menos habitual, mar en calma y ligeras brisas generalmente térmicas. Los grandes temporales del suroeste, que traen el mal tiempo, más típicos del invierno. No en vano se llama “suroeste” a los característicos gorros que formaban parte de la ropa de aguas de los marineros.Y por último, las fuertes marejadas asociadas al viento del nordeste, frecuentes en verano.

Estas condiciones de fuerte nordeste son las que está haciendo estos días por aquí y las que encontré el pasado martes, junto al amigo Pedro que me acompañó a bajar el Sun Fast 32 “La Rabuda”, desde Ares hasta Vigo.

Dejamos el puerto de Ares a eso de las nueve de la mañana con una incipiente brisa que poco a poco fue aumentando a medida que salíamos de la Ría, con rumbo aproximadamente WSW hacia las Islas Sisargas.
Con toda la mayor y un génova 90% navegamos a un largo hasta librar los bajos Baldayos, para arribar con viento de popa cerrada, ya de 25 nudos, hacia el paso interior de las islas con una marejada bien formada.
Al dejar atrás este estrecho el viento siguió arreciando, por lo que decidimos arriar toda la mayor, no sin dificultad, y navegar sólo con la génova, que tira del barco y evita la posibilidad de orzadas, apoyándonos también con algo de motor para aumentar la maniobrabilidad en el seno de las olas.
Al paso de Cabo Vilán, trasluchamos para arrumbar a Cabo Touriñán, zona en la que encontramos condiciones más duras, con viento constante por encima de los 30 nudos y puntas de 39-40 nudos.
La fuerte marejada en esos momentos aconsejaba gobernar a mano, pues en tales condiciones al piloto automático le costaba ya mantener el rumbo.
Bonitos planeos por encima de los diez nudos que no están nada mal para un barco de este tamaño y navegando sin la mayor, rivalizando con los delfines que a ratos nos escoltaban.
En días así la mar tiene un color y una textura de pocos amigos, entre azul intenso con el rizo del viento y los borreguitos blancos y el gris moteado y plateado que deslumbra si miras hacia el lado del sol. Bonito pero no tranquilizador.
Como es habitual con el nordeste, a la altura de Cabo Fisterra las condiciones fueron mejorando tanto en lo que respecta a la mar como al viento, manteniéndose entre los 25 y 30 nudos con marejada.
De nuevo una bonita puesta de sol ocultándose tras las olas, sustituido por una luna tempranera que por la noche nos tendía un camino de plata.
Sin problemas seguimos arrumbando al sur, bastante por fuera de los bajos de Corrubedo, donde variamos un poco el rumbo para enfilar a la punta norte de Cíes.
Con el sol hundiéndose en el horizonte nos visitó un helicóptero que permaneció casi sobre nosotros durante unos minutos a poca altura, seguro observándonos de cerca hasta vernos las caries. Se ve que en esta época del año las proximidades de la Ría de Arousa están bien vigiladas.
Oscureció una vez dejamos atrás Cabo Corrubedo, con la luz de su faro bien nítida. Algo más apagadas por la distancia y la ligera bruma se distinguían, primero la luz del faro de Sálvora (un saludo, Mera :) por nuestra banda de babor, un poco más adelante, por la misma amura, la luz de Ons y en la proa las de Cabo Home y San Martín de Cíes.
Según cerrábamos el rumbo para ir acercándonos a costa nos atravesábamos más al viento y la mar, por lo que era aconsejable volver a coger el timón a mano. El nordeste volvía a arreciar, encañonado, al paso frente a la Ría de Arousa.
Entrando por el Canal del Norte a la Ría de Vigo se recortaba contra la luz de la luna, por nuestra banda de estribor, el perfil negro de la escarpada Isla de San Martín.
Una vez dentro de la Ría el viento cesó por un momento y la mar quedó llana, aprovechando para arriar la génova, doblarla sobre la cubierta de proa e ir preparando defensas y amarras.
Tras llamar por el VHF, el marinero de Marina Davila salió a recibirnos en una neumática y, como un acomodador con su linterna, nos guió hasta un puesto de atraque. Serían las 03:00 h cuando terminamos la maniobra.
Tres horitas de sueño antes de salir zumbando para coger un bus de vuelta a casa, con el cansancio normal tras haber pasado 18 horas corriendo el nordeste. Nada comparado con el que debían sentir los tripulantes del par de veleros que nos cruzamos en la travesía remontándolo.