Un ejemplo es el de este navegante francés, Yves Parlier, un ser más acuático que terrestre, de ahí su sobrenombre “El Extraterrestre”.

Había participado en la edición de 1992, en la que rompió el palo nada más salir, retornó a puerto y volvió a zarpar con casi tres semanas de retraso. En la edición de 1996 tuvo que abandonar al chocar contra un “growler” en los mares del sur. En 1997 ganó la transat en doble Jacques Vabre junto al ya mítico Eric Tabarly (este ya con 66 años), primera y última vez que Tabarly navegó en un IMOCA 60.

Ingeniero en composites, Parlier logró recuperar un par de fragmentos del palo de carbono, los subió a bordo y se puso a rumiar una solución.
Entre los navegantes, a Parlier se le conoce también como 'Mac Gyver', ya sabéis, el tipo aquel de la tele que improvisaba un ala delta con una percha y un paquete de kleenex. En esta ocasión Parlier iba a hacer honor al apodo, llevando a la práctica la máxima de todo navegante que se precie de ser capaz de solucionar cualquier problema por uno mismo, sin ayuda de nadie, con los medios de que dispone a bordo.
Con un aparejo de fortuna provisional, formado por un trozo de palo para izar la vela mayor con cuatro rizos y el tormentín, puso rumbo hacia las Islas Stewart, al sur de Nueva Zelanda, navegando a 7 nudos, lejos de las planeadas a 30 nudos de los días anteriores, con el barco maltrecho y agotado arribó a la bahía de North Arm, el 8 de enero. Una ensenada protegida y con fondo de arena donde echó el ancla, pero garreó y el barco varó.







«Me alimento como un bebé», bromearía Parlier poco después. Redujo su dieta a unas 800 calorías diarias (muy poco, teniendo en cuenta el desgaste que supone tripular en solitario un barco así). Pidió a Jeantot permiso para abrir la balsa salvavidas y extraer las raciones de supervivencia, anzuelos y una línea de nylon. Largó un curricán por la popa, pero los peces raramente entran a un señuelo que se mueve a más de 10 nudos.
Al doblar el cabo de Hornos, la situación era dramática. Parlier había acabado hasta con su chocolate (con lo que le gusta!) y empezaba a sentir los mordiscos del hambre. Paladeó las últimas tabletas de sus raciones de supervivencia y volvió a poner en marcha su ingenio. Con una bolsa de velas preparó a proa un ingenio para atrapar el ‘krill’ que embarcaba con los rociones. Y, cada mañana, paseaba ansioso por el barco para recoger los minúsculos peces voladores que saltaban sobre la cubierta. También empezó a recolectar algas y a colgarlas de los guardamancebos para comerlas una vez secas.
Mientras, enterados de sus penurias, sus admiradores y seguidores empezaron a hacerle llegar por Internet recetas para cocinarlas. Cocina oriental, recetas tailandesas para cocinar con agua de mar los frutos de su cosecha. «Sigo un régimen drástico. Pescado y algas. Algas y pescado», se sonreía el marino galo.
«El doctor Chauve me dice que las algas son buenas, que contienen calcio, potasio, proteínas y vitamina B12 y que son ricas en yodo. Pero me advierte -comunicó Parlier en una ocasión- que si tomo grandes cantidades, pueden causarme desarreglos en la glándula tiroides».
Hambriento, solitario y renqueante a consecuencia de un accidente de parapente al que sobrevivió de milagro y en el que se fracturó una pierna, la estima de Parlier crecía, día a día, a los ojos del mundo. Había marinos que le hacían llegar la posición de bancos de Dorados en el Atlántico para que pescase, ralentizando su marcha. «¡He conseguido un hermoso ejemplar de cuatro kilos! He hecho filetes y los he puesto a secar de los obenques... Ahora me voy a hacer un calzón con piel de dorado y una peluca de algas. Y, si encuentro un buen sponsor, organizaré estancias para obesos en el barco. Con resultados garantizados. Tengo una fijación estos días -señaló en una conexión de radio- voy a quitar la palabra alga de mi diccionario».
Finalmente, este marino fuera de serie, llegó a Les Sables d'Olonne a bordo de su barco azul, como un nuevo Ulises, demacrado y hambriento, abrazó y besó el mástil menguado que había aguantado perfectamente hasta llegar a casa, con la convicción de los héroes que han derrotado al destino.





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