Alguna vez me he sorprendido preguntándome qué es lo que me atrae tanto del mar, por qué me absorbe de esa manera. Cómo veo yo el mar? Qué será lo que tiene?...
Casi nunca soy capaz de responderme, quizá porque son tantas las respuestas…, quizá porque son muchas sensaciones, y como tales difíciles de explicar. O será acaso que son muchos mares los que me han enganchado. Y no me refiero geográficamente, ya que están todos en mi memoria. Está el mar de la playa cuando era pequeño. Cuando aún no sabía nadar, y las olas de la orilla podían conmigo, el agua estaba fría y me imponía un gran respeto, pero aun así me atraía hasta vencer mis miedos y acabar en el agua.
Una vez explorada esa franja de agua en la que no perdía contacto con el suelo firme, me podían las ganas de ir más allá, como si el mar tirase de mí. Más o menos con la técnica natatoria controlada, sentía curiosidad por el mundo bajo la superficie, y comenzaron las primeras zambullidas, primero sólo la cabeza, después el cuerpo entero. Qué enigmático lugar.
El mar entonces representaba el verano, la diversión, lo desconocido que incentivaba mi espíritu de aventura.
Pronto tuve la oportunidad de estar sobre él, aun no podría llamarse navegar, lo cual abría muchas más posibilidades de acercamiento, y fui consciente de una nueva y mágica sensación… flotar sobre el mar. Caramba!! Pero además puedes desplazarte por su superficie!
Los remos me parecían un gran invento, y aunque requerían cierta técnica de coordinación y algo de esfuerzo, era más el ansia por adentrarme y separarme de la costa. Como algo que siempre está ahí pero que no percibes conscientemente como algo aprovechable, descubrí el viento. Esto disparaba las posibilidades de desplazamiento sin apenas esfuerzo. Con él experimenté otra nueva sensación, la de dejarse llevar por la superficie del mar. Una primera intuición de lo que sería navegar.
Me gustaba y me gusta el viento, llega, me acaricia y se va, aunque no le veo. Pero a partir de entonces, además, me resultaba útil.
Mientras jugaba por las rocas, en las pozas que dejaba la marea, encontraba gran cantidad de vida. Si eso era así en las pozas, qué no habría en la profundidad del vasto mar? Las posibilidades de juego iban creciendo, nadando, buceando, flotando, casi navegando y también pescando.
Con la edad empecé a conocer historias y personajes cuyas aventuras se desarrollaban en el mar, ampliando mis horizontes y alimentando la imaginación en un escenario enorme de infinitas posibilidades que poca gente conocía a fondo. Esto lo hacía aún más atractivo.
Empecé a sentirlo como un entorno familiar, en el que me sentía a gusto y donde me divertía. Entonces ya me hacía soñar.
Ahora no sólo era el mar de la playa, era el mar del océano, del mundo entero. Como una gran autopista, pero con vida propia, siempre cambiante, que me permitiría ir a tantos lugares…
Mi vida en tierra transcurría como la de cualquier persona, pero en los momentos malos ahí estaba el mar, sereno o embravecido, azul, verde o gris, dinámico hasta hipnotizar, como el fuego, capaz de atraer mi atención durante horas hasta abstraerme de mi mismo. También los momentos buenos, eran mejores estando cerca del mar. Poco a poco, sin apenas darme cuenta, se iba creando una simbiosis, casi una dependencia, pero que a diferencia de otras, esta sacaba lo mejor de mí. Estaba claro ya que me gustaba el mar y todo lo que le concernía.
Más tarde, sin embargo, me fui decantando más hacia una de sus facetas, la navegación. Un mundo en sí misma, compleja y básica a la vez, que me exigía esfuerzo pero me recompensaba con creces y gracias a la cual he conseguido experimentar de forma más intensa una de las mejores sensaciones, la libertad.
Quizá es un tópico, pero es real. Es un estado primitivo, de relación directa con la naturaleza, casi de supervivencia. Es como volver a los orígenes, a lo que realmente importa y necesitas. Desarrollar las propias habilidades y valerse por uno mismo.
Me viene a la cabeza una canción de José Luís Perales…;-), pero que le vamos a hacer…la sensación de libertad es la que más destacaría.
Otro tópico es que el mar imprime carácter, y también estoy de acuerdo. En ocasiones me relaja y otras veces en cambio me hace subir la adrenalina a tope. Pone a prueba la paciencia, y también me desespera. Te lleva al límite de resistencia tanto física como mental, entonces aguantas un poco más y descubres que ese límite es relativo, que se puede estirar. Después de superado te llena de satisfacción.
Me gusta esa parte indómita, salvaje y básica del mar, relacionado con la meteorología, la astronomía y la geografía, pero no como ciencias en sí, sino como elementos entrelazados con el mar y cuyo conocimiento ayuda a desenvolverse en él. El mar es matemática, es química y es física, pero sobre todo son sensaciones. Navegar ha sido para mí, hasta hace poco, una válvula de escape de la rutina en tierra, de los convencionalismos, de la técnica profesional, de las normativas y del papeleo administrativo… pero por desgracia, en los últimos tiempos, todos estos aspectos de la vida en tierra han ido invadiendo también el mar.
Desde hace un tiempo, mi relación con el mar ha cambiado, quizá es más intensa y en cualquier caso diferente, pero me sigue emocionando, tanto ese instante al bajar una gran ola a toda velocidad con viento fuerte, con las velas en tensión y la proa levantando cortinas de espuma, como simplemente estar en el mar.
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