miércoles, 15 de agosto de 2007

DESDE OTRO PUNTO DE VISTA

Algunos habrán podido disfrutar de unas pequeñas vacaciones a bordo de un velero de alquiler con patrón, un placer que se aprecia de forma un poco diferente desde el otro punto de vista, es decir, siendo el patrón. Como es el caso del charter que paso a relatar, y no por haber ocurrido nada especial, sino por mostrar una forma de verlo quizá menos usual.

Este verano dos familias alquilaron un velero de 50 pies de eslora, con patrón, durante una semana de agosto para navegar por las Rías Bajas gallegas. La única peculiaridad en este caso era que no iban a pernoctar ninguna noche a bordo, teniendo como base el puerto de Sanxenxo, en la Ría de Pontevedra.
El barco se encontraba en otro puerto situado en la ría contigua, a unas veinte millas hacia el Norte, a donde me trasladé para hacerme cargo del mismo y transportarlo hasta el puerto convenido.
Esa misma mañana hubo cambio de planes, en vez de tener que estar en Sanxenxo a primera hora de la tarde, tenía que irlos a recoger a Marín a última hora para finalmente dirigirnos hasta Sanxenxo.
Hacerse cargo de un barco en estas circunstancias implica responsabilizarse del barco y de sus “inquilinos”, amén de hacer que les resulten unas jornadas agradables y sin incidentes.
Tras comprobar que todo se encontraba en orden a bordo zarpé hacia el puerto de Marín, en una tarde apacible y soleada. La navegación en solitario, aunque sólo se tratase de unas treinta millas, siempre resulta placentera.

Rumbo a la cita

A las 21:00h, como acordamos, me encontraba frente a Marín, buscando un lugar en donde poder embarcarlos, por lo que entré en la dársena pesquera del puerto, esperando su llamada.
Media hora más tarde recibí esa llamada, estaban saliendo de los toros en Pontevedra y cogerían un taxi hasta Marín. Poco después otra llamada para concretar el punto de embarque. Mientras tanto me entretuve dando vueltas alrededor de una manada de delfines que merodeaban tranquilamente por la zona. Finalmente un coche me hace luces desde el muelle pesquero y me acerco para recoger a las dos parejas y salir rumbo a Sanxenxo, justo con la puesta del sol.

Saliendo de Marín

Una vez atracados en los pantalanes del Club Náutico de Sanxenxo, nos despedimos hasta el día siguiente. Lo bueno de este caso es que disponía de las noches para estar a mis anchas solo a bordo.
Ciertamente no me agrada el ambiente que se respira en este club, ni en esta localidad, sobre todo en verano, si bien es cierto que hay mucho movimiento de barcos extranjeros y nacionales, además de algún espectacular yate de precio insospechado. Pero curiosamente, los barcos de aspecto más oceánico suelen permanecer fondeados fuera del puerto.

Cierto poderío

A la mañana siguiente llegaron los dos matrimonios con sus hijos, SIETE!, que he de reconocer, que si bien por separado eran buenos chavales, en conjunto hacían que al final de cada jornada terminase agotado.
El plan de navegación fue prácticamente el mismo cada día, dependiendo un poco del viento y de sus apetencias, y consistía en navegar un poco por la ría o como mucho llegar hasta una ría contigua, buscar una buena playa o cala para fondear, bañarse y comer, navegando otro poco a última hora de la tarde de vuelta al puerto.

Vuelta al puerto

Algunos días los desembarcaba en otro puerto o playa, con o sin niños, para que fueran a comer y los volvía a buscar al terminar. El mítico "Pen Duick III" fondeando cerca de nuestro barco
Aunque confraternizaba bastante con ellos, la mayor parte del tiempo trataba de pasar lo más desapercibido posible, dentro de las limitaciones que ofrece un velero de 50 pies.
Durante los momentos en que navegábamos, se rifaban el timón entre adultos y niños, bueno más bien entre los niños, y dado el tráfico que hay por estas rías en verano había que ir ojo avizor, a la vez que enseñaba a los niños a hacer nudos, intentaba contestar a las preguntas de todos, trimaba las velas o controlaba la carta en las zonas comprometidas.
Al fondear, acción que también acabé compartiendo con algunos de ellos, bajar el dinghy (o dingui), ponerle el motor, sacar toldo, colocar toldo. Largar escala de baño, sacar gafas y aletas de bucear, desenredar sedales de pesca, y en cuanto podía, coger mi libro y retirarme a alguna zona tranquila del barco si era posible. Aunque algún bañito y alguna siesta también cayó.

Bajo el toldo

Por la tarde, recoger el tenderete, levar el ancla y si hacía viento izar la mayor, que por cierto en este caso se trataba de una vela mayor tradicional y de un tamaño y peso considerable, sin enrollador ni “Lazy Jacks”, aunque afortunadamente el génova sí era enrollable.
Eso sí, siempre me encargaba de entrar y salir de puerto, atracar y desatracar, más que por desconfianza, por responsabilidad.
Bien pensado, es una ocupación que no está nada mal y de la que disfruto bastante, por lo que me siento afortunado, pero al terminar el día acababa bastante cansado.
Casi todos los días llegábamos tras la puesta de sol, y una vez desembarcados, revisaba las amarras y defensas, enchufaba la corriente de tierra, cubría la mayor con su funda y endulzaba la cubierta con la manguera. Terminaba de limpiar y ordenar el interior y me preparaba algo de cenar. Sólo un par de días me di una vuelta por el pueblo, aunque volví pronto al barco, prefería leer, escuchar música o ver una peli. Subir a cubierta jaleado por un coro de risas de gaviota, encenderse un cigarrillo y colgar la mirada de las numerosas estrellas bajo la cálida caricia del terral resulta sumamente agradable.
Otra sensación agradable asociada al verano es la de sentir la textura de la cubierta de teka bajo los pies descalzos. Por la mañana, al sacar la cabeza por el tambucho y descubrir el azul luminoso y limpio del cielo por una brisa fresca que empieza a despertar me inunda el ánimo, mientras las gaviotas parecen seguir de juerga.
Desayuno, ducha, un vistazo al parte meteorológico del tablón de anuncios del club y a preparar el barco para zarpar esperando a que lleguen. Se embarca la comida y bebida para el día y finalmente soltamos amarras dirigiéndonos hacia la bocana del puerto. A media mañana ya se nota el calor del sol, suavizado por el viento que aumenta con la temperatura del aire.
Ya fuera del espigón del puerto, se izan velas y se apaga el motor, escuchando el primer crujir de las escotas cuando las velas empiezan a portar llenas de viento. El barco se deja escorar bajo el empuje de la jarcia y comienza a navegar con majestuosidad dejando atrás una estela limpia, mientras el agua espumosa se desliza deprisa por la banda de sotavento, mojando el cintón de madera que cubre el borde de la regala. Hoy la previsión meteorológica anuncia viento del Norte fuerza 4-5, y arrumbamos a unos 6 nudos hacia la salida de la ría para bajar hasta la vecina Ría de Vigo. Pronto vamos abriendo velas hasta navegar en popa, el viento ha arreciado hasta unos cinco nudos más que nos permiten alcanzar los 8 nudos de velocidad. La proa abre el mar con poderío.
Trasluchamos un par de veces para embocar el canal del Norte, entre la isla Norte de Cies y Cabo Home. Tras doblar Punta Subrido hacia la ensenada de Barra arriamos velas y fondeamos en una pequeña cala resguardada bajo el faro. La temperatura del agua no alcanza los 16ºC. , lo que no impide unas cuantas zambullidas. Comida en bañera, un rato de charla al sol, alguna siesta y levamos el ancla para aprovechar la tarde de viento ciñendo de vuelta hacia la Ría de Pontevedra. En cuanto doblamos la punta del cabo la ola y el viento se hacen notar hasta alcanzar los 25 nudos de viento aparente, pero el barco navega con toda la vela remontando la mar con gran potencia. Una vez nos adentramos en la protección de la siguiente ría, la ola decrece casi hasta desaparecer, pero el viento se mantiene, aunque ahora más racheado. El barco navega lanzado como un autobús sin frenos, aumentando suavemente su escora con las rachas de viento. La última bordada nos lleva hasta la bocana del puerto. Arriamos velas, encendemos el motor y preparo las defensas y amarras antes de entrar. Todos estamos contentos con el día que acabamos de disfrutar, esperando que se repita al día siguiente.
Finalmente acabamos la semana con un día menos bueno, pero en general hemos tenido mucha suerte con el tiempo. A última hora de la tarde la tripulación desembarca con cara de satisfacción y ya de nostalgia por haber terminado sus días a bordo. Nos despedimos y vuelvo a zarpar solo hacia el puerto de origen donde debo dejar el barco, una ría más al norte, y a donde llego bien entrada la noche tras unas tres horas de travesía sobre un mar tranquilo como una balsa de mercurio. A la mañana siguiente volveré a casa, tengo ganas de llegar, pero sé que muy pronto tendré de nuevo el cosquilleo de volver a embarcar. A ver qué toca la próxima vez.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Distance

Hay una frontera
El agua cambia de tono
Se riza carne de gallina
Has largado todo el trapo
Gimen los ollaos, las costuras
Chasquean algunos patines
Relingándose en la posición correcta
El casco escora
Las vísceras
Los huecos
Equilibran

Ahogas el motor
Protesta
Le quitas el contacto
Se hace el silencio

No necesitas volver la mirada
El agua gorjea a tu espalda
Como la rama de aquel sauce
Descuidadamente descolgada
Haciendo patente la corriente
Pero aquí
Tú eres la corriente
Pujamen sin pliegue
Deslizas
Besa por fin el agua
La regala

Siete nudos

La rosa de los vientos
Despliega
Un mar
Virgen
De posibilidades

Unos cuantos yos
Algunos tús
Van quedando atrás por la popa
Por el contrario
Ciertas terceras personas
No resulta tan fácil dejarlas atracadas
Se te subieron a la cabeza una noche
En aquella taberna del puerto
Atracándote donde no alcanzas
Tensando la amarra
Cuanto más te alejas

Nautijorge dijo...

¡¡¡ Chapeau, Distance !!!