¿Cuántos malos momentos se borraron con la satisfacción de haber llegado a tierra, después de una buena ducha y de haber disfrutado de una cena en condiciones?”
Adaptación de la reflexión de Ramón Prat plasmada en su libro “La odisea del Paradisse”
El libro de Ramón Prat (http://www.laodiseadelparadisse.com/) fue el que me llevé como lectura para esta travesía y sólo un día antes de leer esta reflexión en el libro, había estado pensando yo en lo mismo, mientras me resguardaba del temporal en la Marina de Lagos, en el Algarve portugués.
Travesía que consistía en llevar un Ketch de 11 m (Beneteau Evasion 37), el “EVA”, desde Denia hasta su nueva casa en Vigo, en principio acompañado por sus nuevos armadores. Teníamos previsto hacer las teóricas 860 millas durante ocho días de la semana santa, aprovechando las a priori favorables condiciones meteorológicas. Pero finalmente resultaron 1.005 millas, no siempre en condiciones favorables y, salvo el primer día, sin tripulación.
El jueves 14 de abril me desplacé hasta Denia para revisar y preparar el barco junto con su anterior armador. Por la tarde del día siguiente llegaban los nuevos armadores y el sábado salíamos todos al mar para probar las prestaciones del Eva, atendiendo a los consejos de quien había hecho muchas millas ya con el barco, al tiempo que se despedía de él.
El domingo 17 por la mañana zarpábamos del puerto de Denia con intención de llegar directamente hasta Gibraltar. El día era bueno, en principio con una suave brisa de levante que según el parte meteorológico iría increscendo hasta los 15 – 20 nudos y rolando al NE.
Antes de doblar Cabo San Antonio ya habíamos desplegado todo el velamen, mayor, mesana y génova, pero apoyados con el motor.
Cuando se lleva tiempo sin navegar siempre cuesta amarinar el cuerpo, pero si además es la primera travesía de estas características que se realiza las papeletas para sufrir el “mal de mer” aumentan considerablemente. Fue el caso de la pareja de nuevos armadores, que a partir de la primera tarde empezaron a sentir sus efluvios. A última hora la mar había empezado a ponerse algo incómoda y mi intento de reponer a la tripulación con una sopa caliente fue la estocada definitiva. Antes de la puesta de sol ambos habían desaparecido ya de cubierta, con lo que se presentaba una larga noche de guardia.
A eso de las dos de la madrugada, mientras pasábamos al través de Cartagena, el barco se atravesó a la mar y una ola rompiente nos golpeó fuertemente por la banda de babor, provocando una fuerte escora y empapando la cubierta, que hasta ese momento permanecía seca, poniéndome a mí “de gala” y entrando por la escotilla del salón, que tenía una rendija abierta.
A pesar de que viento y mar siguieron aumentando durante la mañana siguiente, ese fue el único “incidente”, llegando a los 28 – 30 nudos a lo largo de la costa del parque natural de Cabo de Gata – Níjar.
Arribamos al puerto justo a tiempo para ir a comer algo y dedicar la tarde para reponerse de la larga noche y echar un vistazo a la meteo en un ciber.
El parte meteorológico anunciaba una considerable mejoría de las condiciones para el día siguiente y aproveché la recalada para organizarme y prepararme para continuar solo. Me planteé la posibilidad de avisar a alguien para que me acompañara, pero lo imprevisto de la situación y la premura de pasar el Estrecho con levante antes de que cambiasen las condiciones me decidieron a continuar en solitario. Además me apetecía.
Cenamos en un agradable y tranquilo restaurante de comida ecológica y me despedí de los armadores que esa noche ya dormirían en un hotel.
A la mañana siguiente, temprano, zarpaba nuevamente con rumbo a Punta Europa, en la entrada del Estrecho de Gibraltar.
Aproveché el día tranquilo para descansar todo lo posible con vistas a la noche, luego me organicé con la alarma del radar y el despertador para echar unas cabezadas en períodos de unos 30 minutos, mientras los delfines seguían velando por mí.
Esa mañana continuaba escoltado por la misma manada de delfines, estaba claro que les habían gustado mis cánticos…. ;-)
Ya a partir de unas treinta millas antes de Punta Europa empecé a encontrarme con numerosos mercantes y petroleros en navegación pero sin máquina, quizá esperando a enfilar al dispositivo de separación de tráfico del Estrecho con corriente favorable.
La escasa visibilidad no me dejó ver el Peñón de Gibraltar hasta estar muy próximo, mientras una corriente favorable me empujaba a 8 nudos.
La “pit stop” en Gibraltar fue breve y en hora y media estaba saliendo de nuevo al Estrecho. En cuanto doblé Punta Carnero el viento fue arreciando, sobrepasando los 30 nudos y rachas de 35 al pasar al través del faro de Isla Tarifa.
A partir de ahí la corriente en contra se hizo fortísima. La dirección contraria entre corriente y viento, junto al choque de corrientes hacía hervir la mar de forma espectacular, con olas rompientes, agitadas y desordenadas que por momentos, a pesar de planear en las rompientes con aparente velocidad, hacía que el indicador de velocidad respecto al fondo del GPS a veces no superase los 0,9 nudos…. Espectacular!!!
Después de comer me eché una siesta importante y me dispuse a ir hasta el pueblo en busca de un ciber para obtener información meteorológica, ya que en la oficina de la marina sólo pude ver el Windgurú para la zona, pero quería hacerme una idea de lo que me encontraría hasta San Vicente y más allá.
Era jueves santo y la probabilidad de encontrar un ciber abierto era remota, pero resultó que en todo el Puerto de Santa María no hay un solo ciber, ni abierto ni cerrado. Compré tabaco y volví al barco. El tiempo había ido empeorando en el transcurso del día y en el camino de vuelta tuve que refugiarme un par de veces en chiringuitos de sendos chubascos salvajes.
De vuelta a bordo recurrí al “comodín de la llamada” para obtener información meteorológica y así poder decidir cuándo zarpar de nuevo. La previsión no era nada halagüeña y por tanto había que elegir la opción menos mala. El viernes parecía que había una pequeña tregua, con viento del Oeste, Noroeste, es decir de la proa, pero es que después llegaba otro frente con más viento y también de proa. Menos probabilidad de chubascos y mar según fuese avanzando hacia el WNW. Con esta información decidí salir el viernes al medio día, no temprano para ir dejando que la mar se apaciguase un poco después de dos días soplando fuerte.
Esa noche me hice una buena cena y me acosté temprano, pues estaba bastante cansado y había que reponer fuerzas y ánimo. Da gusto irse a dormir despreocupado, en la tranquilidad del puerto mientras oyes silbar el viento en los obenques.
Al día siguiente, por la mañana, seguía soplando pero menos. Me asomé por encima del espigón para ver el aspecto de la bahía y vi que se aproximaba un gran claro, que hace que todo se vea más dulce, al tiempo que pude disfrutar de la arribada de un bergantín de cuatro palos que entraba en le Puerto de Cádiz.
Pasé por las duchas y después de desayunar empecé a preparar todo con calma para zarpar. Quité el adaptador de corriente de tierra, fui a la oficina de la marina para devolverlo, pagar y avisar de mi partida, al tiempo que echaba el último vistazo al parte meteorológico que amablemente me imprimieron.
Preparé unas lentejas con arroz para comer y para dejar listas por si en las próximas horas no podía cocinar y a las 14:15 h salía por la bocana del puerto hacia la bahía, mientras recogía la maniobra de atraque (defensas y amarras).
Próximo punto de destino en el GPS, Punta de Sagres, justo antes de Cabo San Vicente, adonde debería llegar como mucho a media mañana del día siguiente.
Al salir de la bahía la luz era mágica, el claro estaba pasando y por la proa se avecinaban chubascos oscuros. El verde intenso del mar contrastaba con el gris oscuro del cielo, amenazador.
Desplegué un poco de génova y un poco de mayor y caí unos grados del rumbo directo para navegar en ceñida ayudado por el motor y conseguir así alcanzar los 4-5 nudos de velocidad.
A primeras horas de la madrugada empecé a avistar luces de tierra por proa. En principio me despistaron un poco, pues mucho más próximas a mí se veían luces de destellos, como de boyas que no venían en la carta del plotter a esa distancia de tierra. Estaba ya en las aguas portuguesas del Algarve oriental.
Viré para hacer un bordo hacia el mar y alejarme de tierra. Tanto la mar como el viento estaban mucho mejor y según iba despuntando el día iba largando más vela para llegar a navegar, durante la mañana, con todo el génova y gran parte de la mayor. El Eva ceñía con alegría mar adentro, subiendo y bajando las olas rítmicamente, hasta llegar a estar a unas 30 millas al sur de Cabo San Vicente, entonces volví a dar un bordo hacia tierra para aproximarme al cabo.
Ya iba conociendo el barco y sabía que hasta 20 nudos de viento de ceñida avanzábamos bien, pero si subía de ahí el viento y por tanto la ola, le costaba remontar, aumentando considerablemente el abatimiento.
Según iba remontando hacia tierra el viento fue arreciando paulatinamente, la ola se hacía más picada y al barco le empezaba a costar ganar barlovento.
Entre las deformaciones del barco con esa mar y las olas que cubría con violencia la cubierta empezó a apreciarse en el interior la entrada de agua.
Un rato que me tumbé en el salón fui despertado desagradablemente por un chorro de agua que entró por un respiradero del techo, justo sobre mi cara. Taponé los respiraderos, pero lo peor era una ventana que se encontraba sobre el cuadro eléctrico por la que entraba cada vez más agua. Me afanaba en tratar de sellar las juntas con rollos de papel de cocina y trozos de bayeta.
Aquello se estaba convirtiendo en un pequeño infierno, me estaba costando un montón remontar mar y viento y eso que supuestamente la tierra me protegía del NW, no quería ni pensar cómo sería si llegaba a doblar el cabo San Vicente. Ya pasaba del mediodía y el barco avanzaba tanto de lado como hacia delante. Alcanzados los 33 nudos de viento de proa y una mar intratable no me costó decidir el entrar en la marina de Lagos. Con un poco de génova, un poco de mayor y 1.800 revoluciones de motor tuve que dar unas cuantas bordadas para acercarme a la costa de Lagos. Tuve, incluso, que aumentar a más de 1.900 revoluciones para poder avanzar y no abatir tanto. A pesar de que en la mar brillaba el sol, sobre tierra veía aproximarse cerrados chubascos con relámpagos. Lo que me faltaba!
Finalmente, a las 20:00 HRB (que consideraba como la hora oficial de España) del sábado 23 de abril, alcancé la bocana de la Marina de Lagos. Tranquilamente, mientras remontaba la aproximadamente media milla del río que me llevaba hasta la Marina, fui preparando la maniobra de atraque.
En cuanto amarré y arranché un poco el barco empecé a recibir en el móvil algunos mensajes de felicitación. Había olvidado que era el día de mi santo, así que me aseé un poco y me fui a dar una vuelta por el pueblo buscando un restaurante donde darme un pequeño homenaje. Había multitud de restaurantes, portugueses, hindús, italianos, chinos y hasta españoles. Me costó un rato decidirme por uno y acabé saboreando un espléndido solomillo a la pimienta verde en una terraza. Hummmm!, que bueno es llegar a tierra después de pasarlo mal en el mar.
Esa noche dormí como un lirón en las aguas tranquilas del río.
Me levanté temprano y tras desayunar me fui pronto al pueblo para ver en un ciber la predicción meteorológica, antes de que abriese la oficina de la marina, para saber si me iba a quedar o no. Todo estaba cerrado todavía, así que callejeé hacia la parte más alta del pueblo pare intentar ver cómo estaba el mar. Como reza un viejo dicho gallego, “dende o alto dos montes todos os mares parecen fontes”. Volví a bajar a la parte vieja y entré en una coqueta y exótica cafetería especializada en zumos de frutas en la que había Internet gratis para los clientes. Pedí un zumo de naranja natural y empecé a echar un vistazo a varias webs de meteorología. La cosa seguiría agitada aún durante el domingo pero se calmaba para el lunes, a pesar de que predominaban los vientos de componente norte a lo largo de toda la costa portuguesa.
De vuelta en el barco formalicé la entrada en las oficinas de la marina. Me quedaría hasta la mañana siguiente y como pretendía salir temprano, antes de la apertura del puente, me quedé allí mismo, en el pantalán de espera, donde también tenía luz y agua. Lo bueno, como llegué después de que cerrasen las oficinas, es que no me cobraron la primera noche.
Me dispuse a conectar la corriente de tierra, pero primero saltaba mi diferencial de 24 v y luego saltaba el de la torreta del pantalán. Obviamente la entrada de agua había provocado un cortocircuito en el cuadro. Afortunadamente la instalación de 12v funcionaba perfectamente y la avería sólo me afectaba a la corriente de tierra.
Abrí el cuadro eléctrico pero a simple vista no apreciaba nada extraño entre la maraña de cables.
Entablé cierta amistad con uno de los tripulantes del barco holandés que estaba a mi popa, que enseguida se dispuso a echarme una mano. A bordo había un calefactor de aire que pretendía utilizar para secar bien la instalación eléctrica, pero no lo podía enchufar a ninguna toma de 220, con lo que el holandés me prestó un prolongador y un enchufe con el que conectar el calefactor directamente a tierra. Abrí también la zona donde se encontraban las baterías y dejé un buen rato el calefactor funcionando tanto hacia el cuadro eléctrico como hacia la zona de baterías.
Mientras tanto me dediqué a secar bien todos los tambuchos interiores que tenían agua, a ordenar bien el interior y hacer una pequeña colada.
Apenas comí algo ligero y me eché una siesta “tipicalspanish”. Después volví a intentar conectar la corriente de tierra pero seguía saltando el diferencial, así que dado que no afectaba a los instrumentos y la electrónica de a bordo, desistí. Le devolví el cable y el enchufe al holandés y como correspondencia a la camaradería marinera le regalé una botella de vino blanco que aceptó gustoso.
Aproveché para retroceder unos metros río abajo para repostar gas oil, pero después de toda una mañana tranquila, justo en el momento de hacer la maniobra descargó un chubasco y se me coló un velero belga en la gasolinera. Permanecí un rato parado en medio del estrecho río, con un punto avante para neutralizar la corriente, mientras terminaba el belga. En el rato que estuve repostando me cogió el sitio del pantalán un yate de motor inglés, pero sólo fue mientras formalizaba el papeleo de entrada en la marina. Más tarde volví a amarrar en mi sitio.
Dediqué el resto de la tarde a hacer un poco de turismo por el pueblo y alguna fotografía.
Me desperté a eso de las 03:30 h con la llegada de un nuevo velero y vi que los holandeses ya habían zarpado. Yo preferí seguir durmiendo un poco más para hacer el tramo hasta San Vicente con luz de día debido a los numerosos aparejos de pesca que hay por la zona.
Al despuntar el día, en una mañana luminosa y tranquila, desayuné y largué amarras, bajando lentamente por el río hasta la bocana mientras recogía defensas y amarras.
Pasado el paralelo de Cabo Sines y antes de Cabo Espichel llegó la noche, con otro hipnotizante crepúsculo.
No tenía intención de volver a repostar gas oil, pero sí que quería rellenar con el bidón de 30 litros extras que llevaba en popa, para mayor tranquilidad, dado que para el resto de la costa portuguesa se esperaban vientos de proa. Al no encontrar un trozo de manguera a bordo para repostar por el método de los vasos comunicantes, planeé resguardarme en Cascáis para poder vaciar el bidón sin desperdiciar una gota y sin apenas tener que desviarme del rumbo.
A las 06: 55 HRB amarraba en el pantalán de la gasolinera de la Marina de Cascáis, vaciaba el bidón mientras empezaba a clarear el día, rellenaba niveles de aceite y líquido refrigerante y listo. A las 07:25 HRB estaba navegando de nuevo, repostaje al estilo Ferrari, ¡sólo en 30´!.
No había mar de viento pero sí una pronunciada mar de fondo. Esta majestuosa mar tendida del Atlántico, grandes masas de agua de unos 4 ó 5 m de altura que se desplazan serenamente, produciendo, al surcarlas, la agradable sensación de una suave montaña rusa, ascendiendo sus laderas y culminando en sus cimas con un instante de cosquilleante ingravidez, para volver a descender hasta el valle. Esta mar noble no la hay en el Mediterráneo. Allí las olas tienen falda, cresta y seno, aquí ladera, cima y valle.
Ante la bonanza del tiempo me preparé un buen plato de pasta para comer y a primera hora de la tarde estaba pasando ya el canal de Berlenga, una zona minada de aparejos de pesca.
Antes de la puesta de sol volví a virar en un bordo hacia el mar, desplegué un poco de génova para poder remontar la ola que venía de proa.
Al anochecer empecé a sentir un fuerte dolor en la mano izquierda, como una tendinitis que no me permitía apoyarme, ni agarrarme bien ni hacer fuerza, pero también me dolían las rodillas y un poco la mano derecha, lo que me dificultaba mucho el movimiento por el barco y no digamos realizar alguna maniobra.
Me tomé un antiinflamatorio que antes de un par de horas me empezó a hacer efecto. ¡Mano de santo!
Antes de media noche el viento fue rolando hacia el Este y amainando, mientras la mar se volvió a apaciguar bastante, como se anunciaba en el parte, con lo que poco a poco fui haciendo rumbo directo hacia Cabo Silleiro ya al sur de Galicia.
Dada la mejoría general, preparé las alarmas del radar para irme a dormir en períodos de entre 30 y 45 minutos y salvo dos o tres pesqueros en toda la noche, no hubo mayores problemas. A las ocho horas de la primera pastilla volví a tomar otro ibuprofeno y ya me sentía totalmente recuperado.
Amaneció un buen día, con unos 10-12 nudos de viento del NE y marejadilla.
Dejando las Islas Cíes por babor y las Serralleiras por estribor finalmente entraba por el Canal del sur a la Ría de Vigo, casi once días y medio después de zarpar del Puerto de Denia.
Mientras me adentraba en la Ría fui preparando la maniobra de atraque y a eso de las 03:00 h del jueves 28 de abril entraba en la Ensenada de Bouzas.
De los tres puertos deportivos que hay en Vigo, tenía que ir a la Marina Dávila, al que sólo había entrado una vez. No está muy bien señalizado y su interior es enrevesado como una almadraba. Llamé por el canal 9 VHF, pero el guarda jurado no supo indicarme muy bien. Con las luces de la ciudad detrás, astilleros y dársenas varias, me llevó un rato dar con el sitio, hasta que me metí en una especie de ratonera angosta sin salida, donde casualmente estaba el guarda jurado. Aún no eran las 04:30 h cuando terminé de amarrar.
Recogí un poco y caí en la litera rendido, hasta las 09:30 h de la mañana siguiente en que, muy a mi pesar, me levanté para ir ordenando y recogiendo el barco.
Una duchita, unas llamadas y a media mañana vino a recogerme mi amigo José Antonio “el farero”, que muy amablemente me invitó a comer a su casa, cerca de Pontevedra y por la tarde me acercó a la estación de autobuses para volver a casa.
Por cierto, José Antonio, mi típica “empanada mental” de cuando llego a tierra hizo que me equivocara en la hora y perdí el bus por cinco minutos, así que estuve haciendo turismo por la parte vieja de Pontevedra hasta las 20:00h
Muy agradable ver tanta gente paseando tranquilamente al sol después de unos días solo.
Un fuerte abrazo para ti y tu santa.
Después, un día en casa y vuelta a embarcar …Dura vida la del navegante ;-))
17 comentarios:
Que lectura mas entretenida y que aventura que da envidia! :)))
Felicitaciones por la travesía y por la narración1 ah! y por os vídeos y fotos!
Preciosa la entrada y las fotos, me traen muchos recuerdos, los puertos, el Estrecho y sus corrientes... Siento lo de la empanada, te hubiese llevado a Coruña encantado, pero ya sabes que la vida del albañil es muy dura. Un abrazo, Capitán.
me ha encantado la entrada, parece que he vivido el viaje en directo gracias por compartirla! besitos
Muchas gracias por tu comentario, Nordés, y lo mismo digo a Mera y Aniña.
Mera, lo de mi empanada mental no era una indirecta, eh? Estuve bien paseando por el casco antiguo de Pontevedra y sé que aún te queda mucho trabajo por hacer, aunque lo hecho, que es lo más gordo, tiene buena pinta ;-)
Si lo has vivido así, Aniña, entonces perfecto!
Abrazos.
Fabuloso relato, por lo que cuentas, por como lo cuentas, por lo facil que haces que podamos compartir ese aventura, por lo que he disfrutado leyendola, por las fotos, por la aventura en si.
Me gusto ese "Me apetecia hacerlo solo", como no y ese final "Dura vida la del navegante", pero que afortunada.
Gracias también por tu comentario, Kico, me gusta llegar a transmitir el disfrute de la navegación.
Ciertamente me apetecía navegar solo, es algo que me da mucha satisfacción, pero también me gusta hacerlo bien acompañado.
En cuanto a la última frase, puede parecer irónica, pero al igual que cuando se está en tierra quisieras estar en la mar, hay ocasiones en que estando en el mar apetecería estar en tierra. A veces cansa un poco, pero que no me falte, porque como bien dices, soy afortunado.
Gracias Jorge.
Es como navegar contigo, y eso siempre es un placer.
Buenas fotos, texto entretenido, video con golfiños, sonido de navegación ...
solo te falta el olor a mar
...y los salseiros ;-)
A falta de volver a navegar juntos bien está el blog... je,je.
Me alegro de tenerte de nuevo por aquí, Carlos.
Un abrazo y recuerdos a Fanny.
Me ha gustado mucho.! Por desgracia navego muy poco, pero me encanta empaparme de agua salada leyendo. Muchas Gracias por la aventura.
Jorge, de una sentada me lo lei y disfrute como siempre con los relatos de tus singladuras. Nos veremos por Sada y nos tomamos unas cervecitas. Un abrazo
Eddy
Gracias a tí Juan. La intención es poder transmitir las sensaciones de la navegación, sobre todo a los que, por lo que sea, no pueden experimentarlo. Si lo consigo, entonces el gusto es mío.
Un saludo.
Eddy, gracias también y, por supuesto caerán esas cervecitas.
Un abrazo. Nos vemos.
Me ha gustado un montón tu relato.
La verdad que la mar, lo que se dice cómoda, comoda ... no es. Me hace gracia cuando se habla de "navegación de placer".
Una noche de tormenta comentando la situación con el armador y patrón del Maxi Fortuna al afirmar que me había repetido un montón de veces que procuraría no encontrarme en una situación similar "otra vez" me contó el chiste ese de ..
-Oye y tu por qué navegas?
-Porque tengo mala memoria...
...La vida... pero que "buenos malos ratos" se pasan ¡eh?
Un cordial saludo
Je, je... muy cierto Unsui.
Gracias por tu comentario.
"Be water my friend" ;-)
Recuerdos a Alfonso (aprendizdenauta), aunque no le conozco en persona, y un cordial saludo también para tí.
Qué me queda por alabar que no lo hayan hecho ya los anteriores "comentaristas"?? Magnífico ese relato que transmite tantas sensaciones que se viven a bordo, la referencia y las estupendas fotos de lugares que conozco, los vídeos... ya te digo, completísimo y apasionante reportaje. ENHORABUENA y ya sabes.... bien está lo que bien acaba (no algo así)
Así es, Isabel.
Me alegra que disfrutaras del relato.
Me acordé de tí al pasar frente a Peniche y Nazaré.
Gracias por tu comentario.
Un abrazo.
Que casualidad! el galeon que aparece en una de las fotos en Puerto Sherry el el Galeon Andalucia, en el cual estuve un año navegando. Esa foto ya es a nuestro regreso. Me ha hecho mucha ilusion volverlo a ver... por cierto, muy buen viaje.
Buena proa!
El tuyo, Manu, si que debió ser un buen viaje.
Me encantó el Andalucía, qué bien trabajados los detalles. Le hice unas cuantas fotos. Un barcazo.
Gracias y buena proa.
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