miércoles, 28 de septiembre de 2011

UN EJERCICIO DE MEMORIA CON LA COPA DEL PRINCIPE DE ASTURIAS

Hace más de treinta años del relato que voy a contar, así que no recuerdo bien muchos detalles, otros en cambio, se me quedaron grabados en la memoria.

Tendría yo en torno a los 16 ó 17 años y navegaba como tripulante en un Visiers 41, el “Coruña V”, que en su momento era de lo más competitivo. Ahora el barco creo que sigue encontrándose en Coruña con otro nombre y propietario.
Anteriormente ya había formado parte de la tripulación del “Coruña IV”, un Cirrus ¾ del mismo armador, lo mismo que en el que vino después, que rompiendo con la saga de los “Coruña”, se llamó “Fast Ferrari”. Un magnífico Sun Fast 52 del que ya he hablado en numerosas ocasiones en el blog.

Creo recordar que la primera gran regata a la que fui con el “Coruña V” fue la Copa Príncipe de Asturias. Una competición cuyos orígenes se remontan al año 1927 y cuya copa de plata maciza fue ofrecida por Alfonso XIII al Círculo de la Vela de Arcachón para que este lanzase un desafío al Club Náutico de San Sebastián.
La regata, que sigue celebrándose, enfrenta cada dos años a navegantes españoles y franceses de la cornisa cantábrica, con la particularidad de que se disputa por equipos, compuesto cada uno por tres barcos de diferentes categorías.
En aquella ocasión el “Coruña V” formaba equipo con otros dos barcos del Club Marítimo de Santander, en la categoría de barcos más grandes.
La prueba constaba de cinco regatas, tres inshore y dos offshore. Creo recordar que en ediciones alternas la competición se iniciaba en Arcachón y en Santander.
Entonces la primera regata fue un triángulo en Santander, la segunda, de unas 80 millas, un recorrido entre Santander y San Sebastián (ahora creo que van a Bilbao). Un triángulo en aguas donostiarras y a continuación otra prueba larga de San Sebastián a Arcachón (unas 90 ó 100 millas). Por último un triángulo en las complicadas aguas de Arcachón.

De entrada tuvimos que navegar las 220 millas que hay entre A Coruña y Santander. De esa travesía apenas tengo recuerdo, pero sí de la ilusión con la que subí a bordo en A Coruña, me parecía un barco grande y robusto a la vez que rápido, en el que yo era el benjamín de la tripulación.
Recuerdo que el día que salimos debía haber viento nordeste, porque tengo imágenes navegando rapidito de ceñida y de empeorar el viento y la mar ya desde Cabo Ortegal y al doblar Estaca de Bares, obligándonos a entrar de recalada en San Ciprián, puerto en cuya rada pasamos la noche fondeados. Estuvo bien no pasar la primera noche navegando, y más con viento de proa, para irme adaptando al barco y a la navegación movida.
Al día siguiente continuamos hacia Santander, parando antes en Gijón. De ahí recuerdo la noche en que llegamos al puerto comercial del Musel, después de una navegación dura de constante ceñida. Decidimos hacer una cena de “gala” a bordo, en la que se requería rigurosa etiqueta. Hicimos lo que pudimos para vestirnos lo más formalmente posible, hasta currarnos unas pajaritas y corbatas con papel higiénico. Rodeados por el triste entorno de un puerto comercial en una noche ventosa, pero por el contrario, dentro de la cámara había buena cena caliente, buen vino y buen ambiente… Buen recuerdo también.
Durante el último tramo hasta Santander tuvimos una tormenta eléctrica, con rayos cayendo a nuestro alrededor. Por entonces creíamos que el barco era de aluminio (en realidad sólo lo era la cubierta), por lo que cada vez que caía un rayo dábamos un salto para evitar el contacto con el barco. Nos “jartamos” de brincar…

Por fin arribamos a Santander, donde disponíamos de unos días para poner a punto el barco… y tanto que lo pusimos! No recuerdo haber aprendido tanto de desmontar y montar barcos de una sola tacada, como en aquella ocasión.
El armador era altamente competitivo y tras varar el barco nos hizo, literalmente, desmontarlo entero. Vaciamos completamente el interior. El backstay y la trapa eran hidráulicos y había por algún lado una fuga que no encontramos hasta tener el casco prácticamente pelado, aprovechando para aligerar el interior y repasar desde los pernos de la orza hasta los refuerzos de los cadenotes, constantemente embadurnados de líquido del hidráulico.
Fueron unos días agotadores de constante trabajo a bordo (esta siempre fue la tónica general en todos los barcos de este armador). En Santander se incorporaron a la tripulación dos tripulantes locales, además de otro cántabro que ya vino con nosotros desde A Coruña, a cuya casa nos mudamos a vivir durante los dos o tres días que duraron los trabajos. Una hermosa casa en primera línea de la playa del Sardinero.
La primera era una conocida navegante local de armas tomar. ¡Menudo carácter tenía Marieta! Una chica encantadora que aguantaba el alcohol mejor que el propio pirata Drake.
El segundo “fichaje” era un monitor de vela un tanto extraño que llegó a bordo en el último momento antes de zarpar. Lo esperábamos en el muelle, con el barco listo, cuando apareció lanzado con su Seat 124 y se detuvo en el borde del muelle de un derrapaje que llenó la cubierta de gravilla, creo que intentando impresionar… ¡! Se suponía que iba a ser el navegante, gran conocedor de esa costa. Cada cabo que veíamos aparecer por la proa anunciaba que se trataba de Machichaco, y así le quedó el nombre, “Matxitxaco”.
Durante los días que permanecimos en Santander conocimos a los tripulantes de los otros dos barcos con los que íbamos a formar equipo.
Y llegó el día de la primera regata, un triángulo olímpico en la bahía de Santander. Hasta entonces no había regateado contra tantos barcos, que entre españoles y franceses debían ser más de cien. Salida muy agresiva, con la adrenalina a tope, para hacerse hueco entre tanto barco que nos llevó a virar la baliza de barlovento en primera posición. Antes de la baliza de la trasluchada era todo un espectáculo ver tantos spis siguiéndonos en fila por la popa. Recuerdo que llevaba la escota del spi y se me iba la mirada hacia atrás, no estaba acostumbrado a esa sensación, seguido de la bronca del patrón para que no quitase el ojo del spi.
Habíamos empezado bien, haciendo un primero, que sumado la los puntos de nuestros compañeros de equipo nos convirtieron en favoritos.
De la primera regata costera hasta San Sebastián apenas recuerdo nada, salvo el anuncio constante del “navegante” de que el siguiente cabo ya era Machichaco…
Tampoco tengo recuerdo del triángulo en Donosti, excepto que uno de los componentes del equipo creo que había “pinchado” en esa regata.
Aquí se me mezclan los recuerdos con otra regata en la que habíamos participado con el mismo barco en esa zona, las Cien millas de Guetaria. Puede que incluso fuese ese mismo año, de la que sólo retengo imágenes inconexas, pero cronológicamente no me cuadra mucho.
Mejor memoria conservo de la regata larga hasta las aguas francesas de Arcachón, un recorrido de unas 120 millas en la que había que virar una baliza situada en pleno Golfo de Gascuña a la que llegamos en un amanecer de niebla. En realidad no sé bien cómo la encontramos, pues por entonces no había GPS, sólo un poco fiable LORAN, y dudo mucho que fuese cosa de "Matxitxaco".
Esa noche, yendo al timón, con viento fresco bajo el spi y disfrutando de unas buenas planeadas, de repente se soltó el mosquetón de la escota del spi. A pesar del aparatoso y ruidoso flameo de la vela, con el proyector de cubierta encendido, la tripulación fue capaz de arriarlo bastante rápidamente para volverlo a izar de nuevo.
Mis sensaciones eran tan buenas y la temperatura tan cálida que no me sentía cansado en absoluto, por lo que no me quejé de que no me relevasen al timón hasta que empezó a clarear. En cuanto solté la rueda caí rendido en el interior, quedándome frito sobre los sacos de velas.
Avistamos la luz del faro de Cap Ferret al siguiente anochecer, después de un día brumoso de suaves brisas. No recuerdo tampoco cómo remontamos los complicados bancos de arena, a pesar de que los canales de entrada a la bahía-estuario de Arcachón están bien señalizados.

Tras un día de descanso en la capital francesa de las ostras (nada que ver con las famosas ostras de Arcade, pese a la similitud del topónimo), en el que se hicieron dos nuevos fichajes, incorporando a la tripulación a dos guapas francesas, como regatistas locales conocedoras de los traicioneros bancos de arena, donde las tripulaciones francesas jugaban con ventaja.
No sé si controlaban los bancos de arena, pero en la regata, además de adrenalina, la testosterona se respiraba en cubierta. Creo que fue una buena jugada del armador, porque además de que lo dimos todo en cada maniobra, no tuvimos problemas con los bancos de arena, ajustando los bordos al máximo, mientras otros participantes encallaban en ellos.
Como en tantas otras regatas, tampoco recuerdo el resultado final. Llevaba cerca de un mes fuera y tenía que estudiar, así que antes de la entrega de premios aproveché un coche que bajaba a Bilbao y desde allí en FEVE hasta Galicia de nuevo.
Al menos, escribiéndolo, no se perderá en mi memoria.

2 comentarios:

CusCus dijo...

¡Qué bueno, Jorge! ¡Qué artículo tan sentido!

Me hiciste entrar ganas de una "aventura" parecida :-) Aunque sea con GPS y sin necesidad de Matxitxaco.

Nautijorge dijo...

Gracias Cus.
La verdad es que en ocasiones me entra un ramalazo de "abuelo cebolletaaa"... ;-)