Me permito una licencia en este blog de mar, porque sí, porque es mío y porque me gusta... vivir como galego ;-)
martes, 30 de octubre de 2007
sábado, 27 de octubre de 2007
CARPINTEROS DE RIBERA EN GALICIA


Su función actual no sólo es la construcción de nuevas embarcaciones, sino la recuperación de antiguas tipologías, la restauración de viejas unidades, así como la labor de reparación y mantenimiento.


Uno de los astilleros que desapareció fue el que había en el pueblo en el que vivo, básicamente dedicado a la construcción de pesqueros, donde, de chaval, me gustaba ver todo el proceso de construcción de los barcos, desde la colocación de la quilla hasta que lo botaban.



Es importante el secado de la madera, bien al aire libre o en secaderos donde se puede controlar mejor el grado de humedad.





Este método tradicional ha ido evolucionando hacia el empleo de paneles de contrachapado marino fenólico, en una o más capas, encoladas con resinas epóxicas.
Finalmente llega el carenado, empezando por un cepillado y lijado concienzudo para posteriormente proceder al pintado, con el fin de proteger el casco.

Un proceso artesanal que se ha visto amenazado por la evolución de la construcción en fibra, aluminio o acero, generalmente menos costosa y que a la larga requiere menor mantenimiento, aunque obviamente no tienen el encanto y confort de la madera.














miércoles, 24 de octubre de 2007
A mal tiempo... aguanta como puedas.
Hay imágenes que hablan por si solas. Estas por ejemplo no dicen que el patrón ha bebido, o que con una mano maneja el timón mientras con la otra habla por el móvil ;-)
Bueno, también puede ser que haya un "tomatón" importante.
lunes, 22 de octubre de 2007
Cutty Sark 96´. Una vuelta por el Mediterráneo
No se trataba de una regata en el más estricto sentido competitivo, que en el fondo también, sino un acontecimiento náutico en el que reina la camaradería marinera, además de hacerse unas millas, en nuestro caso unas 2.200.
El recorrido para la versión del Mediterráneo en aquella edición era Génova – Palma de Mallorca – Nápoles, y una de sus peculiaridades era, y sigue siendo, que al menos el 50% de la tripulación debe ser menor de 25 años.
El barco había pasado el invierno en Valencia, por lo que a finales de Junio, dos de los tripulantes hicimos una avanzadilla para preparar el barco.
Al llegar al Náutico de Valencia y ver cómo estaba el barco se nos cayó el alma a los pies, tendríamos que trabajar duro para tenerlo listo a tiempo. Esa tarde sólo nos dio para hacer listas interminables de tareas. Menos mal que el amigo Gabri (alias Patxi) era un torbellino de entusiasmo, mal sabía él por aquel entonces, que años más tarde se iba a hartar a trabajar allí mismo pero como miembro de la tripulación de los desafíos españoles de america´s cup.
Al despertarme a la mañana siguiente, Gabri ya había desaparecido para ir a solucionar el tema del travel lift y sacar el barco del agua cuanto antes. Cuando dejaron el barco en una cuna de la marina seca, se nos volvió a quedar cara de pasmo. Era increíble el espesor de la capa de caracolillo que recubría toda la obra viva, por lo menos tres o cuatro dedos. Los operarios de la grúa se marcharon con mueca de guasa, como diciendo “che! Ahí os queda eso…”


Compramos cinta, rodillos, bandejas y unos cuantos litros de patente. A continuación encintamos todo el perímetro de la línea de flotación y empezamos a pintar. Durante toda la tarde recibimos visitas de admiradores del trabajo ajeno, pero ni una mano dispuesta a mancharse, hasta que ya de noche rematamos la faena, cubiertos de mierda hasta las orejas y muertos de hambre, pues entre pitos y flautas no habíamos comido más que varios litros de agua, así que nos dimos una buena ducha y nos fuimos a cenar.
Esa noche dormimos como lirones, y al día siguiente, tras cambiarle el ánodo, echamos el barco al agua de nuevo. Increíble el cambio de aspecto del barco.

El tercer día revisamos la transmisión del timón, sector y guardines. Al medio día apenas quedaban tres o cuatro puntos sin tachar en la lista de tareas, y dado que íbamos bien de tiempo, fuimos a darnos un bañito a la piscina del club náutico y comer un bocadillo. De vuelta hacia el barco nos encontramos con el hijo del armador (también de alias Patxi, pero he de decir que el mismo alias tenía un servidor, así que éramos tres Patxis, y no nos liábamos a bordo, pero eso es otra vieja historia) y el resto de la tripulación, recién llegados…
¡Qué, cómo vivimos, eh!!!.... Sin comentarios…
Debido a la juventud de la mayoría de la tripulación, el armador enroló a un nuevo tripulante de sobrada experiencia, Santi Portillo, con dos regatas vuelta al mundo y otras tantas copas del América a sus espaldas, y sin embargo un tipo sencillo, gracioso y cojonudo. Un buen fichaje.
De entrada había que ir a comprar cabo y cuatro poleas para los aparejos de las burdas bajas, y él dijo: “quieto, de ezo mencargo yo, vente conmigo”, y nos dirigimos a la base de copa América, que por aquel entonces eran dos contenedores en la explanada junto a los dos primeros barcos del desafío español. “Quillo! Nececitamoh un poquito cuerda”.A los diez minutos volvíamos con unos cuantos metros de cabo de spectra pelado, lo cortó en dos partes y amarró las burdas con ellos. “ehto va azí fiho y no ze toca má”. Punto en boca.
Descargamos la furgoneta y embarcamos los víveres, las velas que faltaban, la balsa salvavidas y el resto de las bolsas.
A la mañana siguiente cargamos agua y gasoil y zarpamos rumbo a Génova.
Navegábamos de ceñida con viento norte de unos 20 nudos de intensidad y según nos íbamos alejando de la costa la marejada iba creciendo. A la mayoría de la tripulación aún no le había dado tiempo a amarinarse, con lo cual el 70% de ellos tenía ya un mareo importante y yacían en sus literas agarrados a una bolsa, llegando incluso en algún caso al desmayo.
A media tarde, en el parte meteorológico de VHF anunciaron “aviso de temporal” para la zona (en el parte local que vimos antes de zarpar no había nada de eso). Poco después escuchamos por el canal 16 una llamada de MayDay. Se trataba de un yate de motor de madera que por las coordenadas dadas no se encontraba a mucha distancia de nosotros, al parecer los pantocazos le habían abierto una vía de agua y se estaba hundiendo.
La verdad es que escuchar un MayDay por la radio estremece, y más si no está lejos. Fijamos su posición en la carta y decidimos dirigirnos en su ayuda, mientras, intentamos contestar a la llamada, pero no tuvimos respuesta, ni volvimos a escuchar la llamada de socorro, lo que aumentó nuestra preocupación, nos temíamos lo peor.
Mientras tanto el viento ya había arreciado a 30 nudos, rizamos la mayor y cambiamos la vela de proa por un “solent” (génova pequeño). Llamamos repetidas veces a la costera hasta que finalmente obtuvimos respuesta, informándonos que habían recibido el aviso y que ya estaba activado el dispositivo de rescate. Un alivio!!!
La mar ya estaba realmente incómoda y el viento seguía aumentando; el sol bajo en el horizonte y la mayor parte de la tripulación fuera de combate sin posibilidad de hacer turnos de guardia. Como teníamos cierto margen de tiempo para llegar a Génova, decidimos virar y poner rumbo hacia Castellón.
Metimos otro rizo en la mayor y cambiamos el solent por la trinqueta, mientras la aguja del anemómetro oscilaba entre el 37 y el 40.
Se hizo de noche y cuatro de nosotros permanecíamos en cubierta, con los trajes de agua, aunque descalzos, pues los rociones de agua que constantemente nos caían encima eran cálidos, tanto que Santi, al timón, gobernaba sólo llevando puestas sus gafas, hasta que se dio cuenta que no “veía un piho”. Una ola se había llevado sus gafas y ni se había enterado.
Según nos acercábamos a tierra la mar y el viento amainaban, y de madrugada arribamos al puerto de Castellón.
A última hora de la mañana, después de encontrar una óptica donde reponer sus gafas, con la tripulación repuesta y habiendo escuchado el parte, zarpamos de nuevo con una mar y viento decentes.


El panorama cambió radicalmente cuando llegamos a la altura de la Costa Azul, con un tiempo estupendo, sin nada de viento y la mar llana de un color azul intenso que hacía honor a su nombre. Mientras navegábamos a motor aparecieron los delfines, y como dice el refranero (Delfines que mucho saltan, viento traen, y calma espantan)

“ Giovanni, stupido!!! Già sono qui, che lei è passato di lunghezza!!! Ritorna presto con la pilottina!!!”
Una vez amarrados, el tal Giovanni pasó de vuelta por nuestro lado, saludándolo entre risas ¡Giovaaanni, la pilottiiina!, devolviéndonos el saludo con cierta sonrisa avergonzada. ¡Ciao!
No había duda, ya estábamos en Italia.
La Cutty Sark es algo más que una regata, es un encuentro de camaradería, un intercambio, un montón de competiciones y actividades, un espectáculo y sobre todo una fiesta del mar.
Tanto es así que la clasificación se divide entre la propia competición en el mar y una mezcla entre puntuación de competiciones realizadas en el puerto y votación a la tripulación más amable y digamos, “enrollada”. Parece un campamento de chavalotes, pero en realidad fue divertido.

Al fútbol sala se jugaba en una cancha que era una península dentro del puerto. Nuestro impetuoso delantero Santi chutó a puerta con tantas ganas que el balón se fue al agua, en medio del puerto, y al parecer no había balón de repuesto, ni nadie que le echase narices a tirarse al agua allí, así que se acabó el fútbol.
Al menos en vela ligera ganamos ;-), y ahí nos fuimos a cenar a una pizzería para celebrarlo.
La encontramos en una callejuela del barrio del puerto, lumpen total.
Cuando en los cafés, la camarera le preguntó a Santi: “e per lui?”, “perdone ceñorita, no me llamo Luí, me llamo Zanti, pero por zupuehto que quiero un cafetito”. A partír de entonces a Santi, pasamos a llamarle “Luí”, el cual por cierto, era capaz de vivir sólo con café y tabaco negro.
De vuelta al muelle, lo bueno era que prácticamente en todos los barcos te recibían bien, y podías encontrarte de todo, desde un coro de marineros rusos cantando al son de la balalaika, una exaltación del ron venezolano, con baile de salsa sobre cubierta, o una “clase magistral” de elaboración de la paella y la sangría para extranjeros con degustación final, como hicimos la segunda noche en nuestro barco. Creo recordar que la paella no salió especialmente buena, pero la sangría sí, y nos reímos todos, lo que quisimos y más.




¡A mueete, a mueete!, contestó la tripulación entusiasmada. A las diez horas de estar sin apenas poder moverse de la banda, el entusiasmo empezó a decaer y todo volvió a la rutina habitual de a bordo.



Durante la estancia en Mallorca también hubo que hacer algunos trabajos a bordo, cambiar el estay de proa y no sé qué más. No lo sé muy bien porque como Gabri y un servidor llevábamos ventaja a los demás en cuanto a horas de trabajo a bordo, en mi caso aproveché esos tres días para perderme por la isla y desconectar un poco del barco. Aún quedaban bastantes millas por delante.
Nuevamente llegó el día de la salida, con parada naval incluida. Esta sería la etapa más larga, unas 600 millas dejando la Isla de Cerdeña por babor y directos a Nápoles.
Esta vez el viento se mantuvo bastante estable durante prácticamente toda la travesía, pudiéndose decir que de media tuvimos viento Norte de fuerza 4-5, más y menos. Eso no quiere decir que no hubiese sus variaciones en cuanto a intensidad y dirección de viento, obligándonos a realizar maniobras de velas con cierta frecuencia, pero en general fueron singladuras muy agradables.

Una noche, estando fuera de guardia, era mi turno para fregar los cacharros de la cocina y el barco navegaba cada vez con más escora y pantoqueaba cada vez con más fuerza. Después de que se me cayesen un par de veces los cacharros al suelo, grité, algo cabreado: “¡a ver si hacéis algo para corregir esta escora y cogéis alguna ola bien, que así no hay quien friegue!”. Nada más terminar de decir esto, una ola entró por la escotilla del salón, que estaba abierta, dejándome totalmente empapado. El descojone general fue grande, pero ciertamente sirvió para enfriarme un poco. Consecuencias de descansar mal ;-)
A última hora de la tarde del segundo día, navegando a un descuartelar, avistamos por la amura de babor el punto más meridional de Cerdeña, el Islote del Toro, a partir de donde empezamos a orzar para alejarnos del Cabo Teulada y Cabo Spartivento que quedaban a sotavento.

Mientras atravesábamos el Golfo de Cagliari, ciñendo para abrirnos de Cabo Carbonara, el viento arreció hasta los 27-30 nudos, lo que obligó a cambiar la vela de proa por un génova III y meter un rizo a la mayor. A medida que fuimos dejando atrás la costa de Cerdeña el viento volvió a bajar hasta 18-20 nudos, y vuelta a aumentar trapo. A partir de ahí el viento se abrió unos grados permitiéndonos navegar de través, con mayor, génova pesado y trinqueta a una buena velocidad por el Mar Tirreno. 27 horas más tarde teníamos la Isla de Ischia por nuestro través de babor, entrando en el Golfo de Nápoles, donde el viento roló a la popa, soplando con una intensidad de entre 12 y 15 nudos, y navegamos bajo el spi durante las 25 millas que nos faltaban hasta Nápoles, arribando a puerto a eso de las cinco de la madrugada.
Cuando llegamos a donde supuestamente estaban los puntos de amarre, no sólo no había aún ningún otro barco, ni nadie de la organización, sino que ni siquiera estaban preparados dichos amarres. Nos habíamos adelantado demasiado a la previsión de la organización. Nos hizo dudar, pero todo indicaba que aquel era el sitio, como nos confirmó un operario que apareció una hora más tarde cuando ya habíamos terminado la maniobra de atraque, recogido y doblado todas las velas.
Hasta el mediodía siguiente no llegó el segundo participante, un antiguo IOR de regata italiano de algo más de 40 pies. Las seis horas que le sacamos no fueron suficientes para ganarle en tiempo compensado, aunque no nos cuadraban demasiado las cuentas desde el último parte de posiciones al Sur de Cerdeña. Si nosotros fuimos rápido a lo largo del Mar Tirreno, ellos debieron volar. Pero bueno, lo importante es que estábamos en Nápoles, ciudad donde los españoles éramos especialmente bien recibidos.

También allí hubo parada naval, con los barcos llenos de invitados, pero lo mejor fue la fiesta final, donde todas las tripulaciones dieron el resto en pos del codiciado trofeo a la mejor tripulación.
A nuestro barco vino un cocinero del buque escuela venezolano “Simón Bolívar” y se dedicó a cocinar “arepas” riquísimas. En seguida se corrió la voz y se nos llenó el barco de gente dispuesta a degustar esa especialidad venezolana.

Pero llegó el día de partir, e hicimos la vuelta hasta Palma, ya sin Luí a bordo pero con un nuevo tripulante de otro barco español, navegando en conserva junto a nuestros amigos del “Rocío”, previa escala en Porto Cervo.
Zarpamos por la tarde y al anochecer amainó el viento así que continuamos a motor hasta la madrugada, cuando empezó a salir un humo denso del interior, casi todos los que estábamos en cubierta pensamos que teníamos un incendio a bordo y bajamos con un extintor, pero no se trataba de eso, se había roto el tubo del intercambiador de calor del motor y la salida de humos. Intentamos repararlo, pero era un sitio demasiado inaccesible para llegar con facilidad mientras navegábamos. Con el alba vino una suave brisa que nos permitió continuar a vela y después de medio día entrábamos en popa por la angosta boca de la pequeña bahía que albergaba la Marina del club Costa Esmeralda.

Una comida, una siesta y nos pusimos con la reparación de la avería. Al final de la tarde ya estaba arreglado, así que nos fuimos a tomar unas cervezas. Volvimos pronto al barco, en vista de los precios desmesurados de aquel lugar. A la mañana siguiente pagamos amarre, corriente y agua a parte, y tras recuperarnos del sablazo nos fuimos de Porto Cervo para ir al lado Oeste de la isla, al otro lado del Estrecho de Bonifacio, donde esperaríamos al Rocío. Dejamos por estribor Isla Caprera, Isla Magdalena y un montón de pequeñas islas más a lo largo del estrecho hasta doblar Cabo Testa, a cuyo socaire fondeamos. Las aguas cristalinas invitaban al baño y por supuesto no nos resistimos. También intentamos jugar un poco haciendo “flyspi”, fui el primero y el último, pues con semejante spi me elevó y zarandeó tan alto que casi me mato.
Pasado el susto comimos, y después de la siesta en cubierta vimos aparecer tras el cabo al Rocío. Rápidamente izamos mayor, levamos ancla y salimos a su encuentro. Al llegar a su altura nos retaron a un pequeño pique hasta la Isla de Asinara y desplegaron su enorme gennaker. Preparamos la maniobra e izamos el spi. Su barco era 20 pies más grande que el nuestro, aún así éramos más rápidos y al pasar junto a la isla los habíamos dejado atrás, entonces lo arriaron.

Al día siguiente nos comunicaron que pretendían entrar en Mahon y que nos invitarían a cenar a bordo lo que habían pescado al curricán, pero declinamos la invitación, nos despedimos por radio y continuamos camino hacia Palma.
A pesar de que posteriormente el barco debía continuar hasta Moraira, en Palma terminó para mí este periplo por el Mediterráneo, demasiados días ya dando vueltas por el “Mare Nostrum”.
domingo, 14 de octubre de 2007
Barco grande, ande o no ande
Pues sí, ciertamente hay barcos que no están pensados para navegar, al menos en determinadas condiciones y ámbitos.
No sólo es cuestión de eslora, sino de características.
El pasado jueves bajé uno de estos barcos desde Ferrol hasta Rianxo, unas 105 millas, donde las condiciones predominantes fueron, viento del NE de entre 20 y 26 nudos, marejada a fuerte marejada con olas de hasta 3m.
El barco en cuestión tenía 7,49m. de eslora, con una cubierta y bañera incómodas hasta para navegar uno solo durante 20h. El barco era blando, es decir inestable, que aguantaba poco trapo, y sobre todo con una pala de timón demasiado corta, lo que lo hacía inestable también al rumbo y que no fuese capaz de aguantar las guiñadas debidas al viento y la mar.
Además, la caña del timón tenía una holgura considerable respecto de la mecha, y por si fuera poco, el brazo del piloto automático se desenganchaba con frecuencia de la caña. Por todo lo cual tuve que gobernar a mano prácticamente durante toda la travesía, permitiéndome soltar el timón apenas unos pocos instantes para bajar alguna vez a la cabina o poner rizos en la mayor. Para más alegría, el cartucho del plotter sólo llegaba hasta Cabo Touriñán, así que en la parte del trayecto más conflictiva, que era la entrada de la Ría de Arousa de noche, me las tuve que arreglar con las coordenadas de las cartas tradicionales pasadas al cursor del GPS.
A las once de la mañana ya me encontraba navegando en popa cerrada por la estrecha salida de la Ría de Ferrol con fuerte corriente entrante. Como ahí no había ola, el piloto aún gobernaba bien y antes de salir de la ría ya tuve que trasluchar un par de veces para apartarme de la derrota de un buque gasero que en ese momento entraba, escoltado por los remolcadores. Menos mal que no fue en la parte más estrecha de la ría, donde al cruzarte con un carguero, parece que no queda espacio.
El día era magnífico, con sol radiante, poca mar al principio y viento agradable, pero con bastante tráfico de mercantes que entraban y salían frente a La Coruña.

A medio camino hacia las Islas Sisargas navegaba al largo con 20 nudos de viento y acompañado por otros dos veleros que seguían mi mismo rumbo, uno de ellos unas cuantas millas por popa, y otro que me pasó poco antes de llegar a las islas. Este último y yo optamos por pasar Sisargas por dentro, forzando para arribar al máximo.
En ese momento el viento ya había arreciado hasta 25 nudos y la ola era considerable, lo que complicó un poco el paso por ese estrecho. Rebasado el mismo el viento se encañonó aún más y empezaron mis problemas, pegando un par de orzadas que el timón no fue capaz de corregir, dejándome en ambas ocasiones tumbado durante unos minutos. No me quedó más remedio que confiar en el piloto para ir hasta el palo, por la resbaladiza cubierta y meterle dos rizos a la mayor, pero a partir de ahí mejoró sensiblemente el comportamiento del barco. De todas formas sólo ponía el piloto para bajar a por algo de comer o coger ropa de abrigo, y aún así el barco dio dos trasluchadas involuntarias quedándome proa a la mar porque se soltó el brazo del piloto. ¡Una lata!
Por este motivo también sólo pude hacer algunas fotos con el móvil.
A última hora de la tarde, el velero que me precedía se metió en Camariñas, una vez doblado Cabo Vilán, y he de decir que me vi tentado a hacer lo mismo, pero las condiciones habían mejorado y no tenía ganas de prolongar aquella travesía un día más.
Lo único bueno del barco es que era rápido, incluso en algún planeo alcanzó los 12 nudos de velocidad, lo que hizo que pudiese llegar hasta Cabo Touriñán con luz de día.
La claridad del crepúsculo aguantó durante un tiempo, y después una noche de oscuridad absoluta sin luna pero que me permitía ver las luces de los faros y de los pesqueros con total nitidez.
Después de dejar atrás Cabo Fisterra el viento se vino al través y las olas se calmaron bastante, eso me animó a usar el piloto durante algún ratito. Respondía mejor, pero tampoco para tirar cohetes.
No es que estuviese disfrutando demasiado de la travesía, pero el cielo nocturno estaba espectacular distrayéndome con alguna que otra estrella fugaz, además de la habitual visita de los delfines luminosos con sus trayectorias resplandecientes, al igual que mi propia estela.
Sin confianza en el piloto y sin plotter, elegí la forma de entrar en la Ría de Arousa más segura, que era bordeando la Isla de Sálvora por el Sur, aunque eso supusiese recorrer más millas y que luego tuviese que remontar la ría con viento de proa, pero una vez dentro la mar fue desapareciendo hasta quedar plana y el viento amainó bastante.
Aun antes de llegar tuve el último sobresalto, al meterme sin darme cuenta en una zona de mejilloneras. No choqué con una de ellas de puro milagro, esquivándola con un golpe de timón en el último instante.
Es curioso como aun después de una travesía difícil e incómoda, cuando estás a punto de llegar al puerto de destino, te invade un sentimiento de satisfacción y unos instantes de disfrute que te hacen olvidar todo lo demás.
Arribé al Puerto de Rianxo a las siete de la mañana, aún de noche, clareando la luz limpia del amanecer mientras recogía y ordenaba el barco ya amarrado en el pantalán. Bajé del barco con mi mochila, andando por el puerto hacia la parada del bus, cansado, tranquilo y contento mientras pensaba, si puedo elegir, para veces venideras, prefiero barco grande, ande o no ande…
No sólo es cuestión de eslora, sino de características.
El pasado jueves bajé uno de estos barcos desde Ferrol hasta Rianxo, unas 105 millas, donde las condiciones predominantes fueron, viento del NE de entre 20 y 26 nudos, marejada a fuerte marejada con olas de hasta 3m.
El barco en cuestión tenía 7,49m. de eslora, con una cubierta y bañera incómodas hasta para navegar uno solo durante 20h. El barco era blando, es decir inestable, que aguantaba poco trapo, y sobre todo con una pala de timón demasiado corta, lo que lo hacía inestable también al rumbo y que no fuese capaz de aguantar las guiñadas debidas al viento y la mar.
Además, la caña del timón tenía una holgura considerable respecto de la mecha, y por si fuera poco, el brazo del piloto automático se desenganchaba con frecuencia de la caña. Por todo lo cual tuve que gobernar a mano prácticamente durante toda la travesía, permitiéndome soltar el timón apenas unos pocos instantes para bajar alguna vez a la cabina o poner rizos en la mayor. Para más alegría, el cartucho del plotter sólo llegaba hasta Cabo Touriñán, así que en la parte del trayecto más conflictiva, que era la entrada de la Ría de Arousa de noche, me las tuve que arreglar con las coordenadas de las cartas tradicionales pasadas al cursor del GPS.
A las once de la mañana ya me encontraba navegando en popa cerrada por la estrecha salida de la Ría de Ferrol con fuerte corriente entrante. Como ahí no había ola, el piloto aún gobernaba bien y antes de salir de la ría ya tuve que trasluchar un par de veces para apartarme de la derrota de un buque gasero que en ese momento entraba, escoltado por los remolcadores. Menos mal que no fue en la parte más estrecha de la ría, donde al cruzarte con un carguero, parece que no queda espacio.
Por este motivo también sólo pude hacer algunas fotos con el móvil.
A última hora de la tarde, el velero que me precedía se metió en Camariñas, una vez doblado Cabo Vilán, y he de decir que me vi tentado a hacer lo mismo, pero las condiciones habían mejorado y no tenía ganas de prolongar aquella travesía un día más.
Después de dejar atrás Cabo Fisterra el viento se vino al través y las olas se calmaron bastante, eso me animó a usar el piloto durante algún ratito. Respondía mejor, pero tampoco para tirar cohetes.
No es que estuviese disfrutando demasiado de la travesía, pero el cielo nocturno estaba espectacular distrayéndome con alguna que otra estrella fugaz, además de la habitual visita de los delfines luminosos con sus trayectorias resplandecientes, al igual que mi propia estela.
Sin confianza en el piloto y sin plotter, elegí la forma de entrar en la Ría de Arousa más segura, que era bordeando la Isla de Sálvora por el Sur, aunque eso supusiese recorrer más millas y que luego tuviese que remontar la ría con viento de proa, pero una vez dentro la mar fue desapareciendo hasta quedar plana y el viento amainó bastante.
Aun antes de llegar tuve el último sobresalto, al meterme sin darme cuenta en una zona de mejilloneras. No choqué con una de ellas de puro milagro, esquivándola con un golpe de timón en el último instante.
Es curioso como aun después de una travesía difícil e incómoda, cuando estás a punto de llegar al puerto de destino, te invade un sentimiento de satisfacción y unos instantes de disfrute que te hacen olvidar todo lo demás.
Arribé al Puerto de Rianxo a las siete de la mañana, aún de noche, clareando la luz limpia del amanecer mientras recogía y ordenaba el barco ya amarrado en el pantalán. Bajé del barco con mi mochila, andando por el puerto hacia la parada del bus, cansado, tranquilo y contento mientras pensaba, si puedo elegir, para veces venideras, prefiero barco grande, ande o no ande…
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