Pues sí, ciertamente hay barcos que no están pensados para navegar, al menos en determinadas condiciones y ámbitos.
No sólo es cuestión de eslora, sino de características.
El pasado jueves bajé uno de estos barcos desde Ferrol hasta Rianxo, unas 105 millas, donde las condiciones predominantes fueron, viento del NE de entre 20 y 26 nudos, marejada a fuerte marejada con olas de hasta 3m.
El barco en cuestión tenía 7,49m. de eslora, con una cubierta y bañera incómodas hasta para navegar uno solo durante 20h. El barco era blando, es decir inestable, que aguantaba poco trapo, y sobre todo con una pala de timón demasiado corta, lo que lo hacía inestable también al rumbo y que no fuese capaz de aguantar las guiñadas debidas al viento y la mar.
Además, la caña del timón tenía una holgura considerable respecto de la mecha, y por si fuera poco, el brazo del piloto automático se desenganchaba con frecuencia de la caña. Por todo lo cual tuve que gobernar a mano prácticamente durante toda la travesía, permitiéndome soltar el timón apenas unos pocos instantes para bajar alguna vez a la cabina o poner rizos en la mayor. Para más alegría, el cartucho del plotter sólo llegaba hasta Cabo Touriñán, así que en la parte del trayecto más conflictiva, que era la entrada de la Ría de Arousa de noche, me las tuve que arreglar con las coordenadas de las cartas tradicionales pasadas al cursor del GPS.
A las once de la mañana ya me encontraba navegando en popa cerrada por la estrecha salida de la Ría de Ferrol con fuerte corriente entrante. Como ahí no había ola, el piloto aún gobernaba bien y antes de salir de la ría ya tuve que trasluchar un par de veces para apartarme de la derrota de un buque gasero que en ese momento entraba, escoltado por los remolcadores. Menos mal que no fue en la parte más estrecha de la ría, donde al cruzarte con un carguero, parece que no queda espacio.
El día era magnífico, con sol radiante, poca mar al principio y viento agradable, pero con bastante tráfico de mercantes que entraban y salían frente a La Coruña. A medio camino hacia las Islas Sisargas navegaba al largo con 20 nudos de viento y acompañado por otros dos veleros que seguían mi mismo rumbo, uno de ellos unas cuantas millas por popa, y otro que me pasó poco antes de llegar a las islas. Este último y yo optamos por pasar Sisargas por dentro, forzando para arribar al máximo. En ese momento el viento ya había arreciado hasta 25 nudos y la ola era considerable, lo que complicó un poco el paso por ese estrecho. Rebasado el mismo el viento se encañonó aún más y empezaron mis problemas, pegando un par de orzadas que el timón no fue capaz de corregir, dejándome en ambas ocasiones tumbado durante unos minutos. No me quedó más remedio que confiar en el piloto para ir hasta el palo, por la resbaladiza cubierta y meterle dos rizos a la mayor, pero a partir de ahí mejoró sensiblemente el comportamiento del barco. De todas formas sólo ponía el piloto para bajar a por algo de comer o coger ropa de abrigo, y aún así el barco dio dos trasluchadas involuntarias quedándome proa a la mar porque se soltó el brazo del piloto. ¡Una lata!
Por este motivo también sólo pude hacer algunas fotos con el móvil.
A última hora de la tarde, el velero que me precedía se metió en Camariñas, una vez doblado Cabo Vilán, y he de decir que me vi tentado a hacer lo mismo, pero las condiciones habían mejorado y no tenía ganas de prolongar aquella travesía un día más. Lo único bueno del barco es que era rápido, incluso en algún planeo alcanzó los 12 nudos de velocidad, lo que hizo que pudiese llegar hasta Cabo Touriñán con luz de día. La claridad del crepúsculo aguantó durante un tiempo, y después una noche de oscuridad absoluta sin luna pero que me permitía ver las luces de los faros y de los pesqueros con total nitidez.
Después de dejar atrás Cabo Fisterra el viento se vino al través y las olas se calmaron bastante, eso me animó a usar el piloto durante algún ratito. Respondía mejor, pero tampoco para tirar cohetes.
No es que estuviese disfrutando demasiado de la travesía, pero el cielo nocturno estaba espectacular distrayéndome con alguna que otra estrella fugaz, además de la habitual visita de los delfines luminosos con sus trayectorias resplandecientes, al igual que mi propia estela.
Sin confianza en el piloto y sin plotter, elegí la forma de entrar en la Ría de Arousa más segura, que era bordeando la Isla de Sálvora por el Sur, aunque eso supusiese recorrer más millas y que luego tuviese que remontar la ría con viento de proa, pero una vez dentro la mar fue desapareciendo hasta quedar plana y el viento amainó bastante.
Aun antes de llegar tuve el último sobresalto, al meterme sin darme cuenta en una zona de mejilloneras. No choqué con una de ellas de puro milagro, esquivándola con un golpe de timón en el último instante.
Es curioso como aun después de una travesía difícil e incómoda, cuando estás a punto de llegar al puerto de destino, te invade un sentimiento de satisfacción y unos instantes de disfrute que te hacen olvidar todo lo demás.
Arribé al Puerto de Rianxo a las siete de la mañana, aún de noche, clareando la luz limpia del amanecer mientras recogía y ordenaba el barco ya amarrado en el pantalán. Bajé del barco con mi mochila, andando por el puerto hacia la parada del bus, cansado, tranquilo y contento mientras pensaba, si puedo elegir, para veces venideras, prefiero barco grande, ande o no ande…
3 comentarios:
Vaya joyita de barco que te tocó!.
La única excusa que encuentro para que un barco navegue mal, es que sea cómodo. Por lo visto, ni eso.
Bueno, para navegar dentro de una ría o con mar muy tranquila no estaba tan mal, pero no fue el caso.
"Lo bueno nos gusta enseguida. Lo malo nos cuesta la vida"
(cita adaptada de Bertolt Brecht ;-)
El barco de Chanquete era mejor, además de más entrañable. No paras, como sumes todas las subidas y bajadas de ría en ría te va a salir una vuelta al mundo (o dos).
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