El Samaín gallego (del gaélico Samhain, que significa “final del verano”) es una festividad de origen celta que se ha ido popularizando también en América Latina y que tiene orígenes muy antiguos. Hace 3000 años en los pueblos celtas de Europa, entre ellos en Galicia (España), Irlanda y en distintas zonas de Gran Bretaña los habitantes de esos lugares esperaban el Nuevo Año que para ellos se iniciaba con el tiempo del cambio de estación, de la cosecha y los misterios entre la vida y la muerte. Según la tradición se exponían las cabezas de los enemigos derrotados en las puertas de las casas para alejar a los malos espíritus.
Los celtas creían que en esa noche la ventana que separaba el mundo de los vivos y el de los muertos desaparecía y que la víspera de Samhain las almas de los muertos regresaban a visitar hogares terrenales. Para mantener a estos espíritus contentos y alejar los malos de sus hogares los celtas dejaban comida o dulces fuera de sus hogares, una tradición que se convirtió en lo que hoy hacen los niños yendo de casa en casa pidiendo dulces.
Esta vigilia vespertina del día anterior a la fiesta cristianizada de Todos los Santos, dentro de la cultura Inglesa se tradujo al inglés como: "All Hallow's Eve. Con el paso del tiempo su pronunciación fue cambiando primero a "All Hallowed Eve", posteriormente cambio a "All Hallow Een" para terminar en la palabra que hoy conocemos “Halloween” que se convirtió, varios siglos después, en un festival puramente comercial, procedente de la exportación que los irlandeses hicieron de esta tradición a Estados Unidos.
Pues durante este fin de semana del Samaín hemos aprovechado para contentar a los espíritus del mar saliendo a navegar, al tiempo que hicimos prácticas de vela por la ría.
El viernes tuvimos un viento medio de 10 nudos del SW que, junto con una temperatura extraordinaria para esta época del año, nos hizo disfrutar de una navegación muy agradable.
Salimos con mayor y trinqueta para empezar a familiarizarnos con el velamen del 50 pies Cadenote Uno. Maniobras básicas de izado, arriado, trimado y manejo del velamen que nos llevó hasta entrada la noche, permitiéndonos contemplar un mágico atardecer entre nube y nube, así como hacer las últimas millas bajo la luz de una misteriosa luna que también se dejó ver entre las nubes. El sábado, con un día encapotado, el viento se hizo esperar, pero llegó del Sur con una intensidad suave de entre 10 y 13 nudos, ideal para desplegar todo el velamen. Mayor y génova primero, gennaker después, para por la tarde navegar bajo mayor, trinqueta y génova. Toda una alegría para los espíritus marinos. Para el domingo se anunciaban lluvias. Salimos del puerto casi con calma chicha. Mientras izábamos la vela mayor y desplegábamos el génova la brisa fue increscendo hasta que de pronto, al poco de terminar la maniobra, entró el primer chubasco que nos trajo 25 nudos de viento del Oeste, llegando a puntas de 29 nudos de intensidad, lo que nos obligó a enrollar el 50% del génova y tomar un rizo a la mayor, navegando a 9–10 nudos de velocidad bajo una lluvia intensa y una visibilidad muy reducida, que se intensificaba o suavizaba según iban llegando un chubasco tras otro. Sólo en un momento de menor fuerza del viento y la lluvia pude hacer alguna foto, pero a pesar de las condiciones, casi toda la tripulación disfrutó de lo lindo, un servidor incluido. Me sorprendió gratamente que a pesar del día ventoso y desapacible, junto al nuestro navegaban tres barcos más, uno de ellos en solitario. Muy bien. Terminamos unas prácticas de navegación a vela, en las que tuvimos variedad de condiciones, mojados y con un fresco que ya marcaba definitivamente el final de las altas temperaturas, propio del Samaín, honrando así a los espíritus de los que navegan eternamente.
1 comentario:
Lo mismo te digo, Kolo, y gracias por volver por aquí.
Buenos vientos por Buenos Aires ;-)
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