Personalmente creo que navegar con niebla cerrada es una de las peores condiciones que nos puede tocar en suerte, y si a eso le sumamos una noche oscura sin luna, además de no contar con la inestimable ayuda del radar…, pues para qué queremos más, ya tenemos lo más parecido a vagar por el limbo.
Hacía algún tiempo que no me tocaba lidiar con la niebla, pero el pasado fin de semana tocó de nuevo pasar por ese trance.
Acompañado por dos amigos, Chema y el “gran Patxi” (buen amigo y compañero de muchas millas), el pasado fin de semana navegamos a lo largo de la “Costa da Morte”, subiendo un 35 pies desde Sanxenxo hasta Sada. Ruta tantas veces navegada, pero que en estas condiciones se convierte en singular.
Como dije, zarpamos del puerto de Sanxenxo, tras meternos entre pecho y espalda un estupendo desayuno cortesía de la organización de la regata “audi” que esos días se disputaba en esas aguas, en una mañana soleada y agradable, pero con cierta calima que ya podía hacer pensar que durante la travesía no íbamos a encontrar buenas condiciones de visibilidad.
Con viento escaso y mar llana, salimos de la ría con motor y vela mayor izada, aunque ya afuera pudimos, en algunos momentos, desplegar también la vela de proa.
Todo fue bien hasta pasar Cabo Fisterra, y antes de alcanzar Cabo Touriñán el viento nos trajo el primer banco de niebla. Esa combinación de viento cálido y húmedo que acompañaba a la niebla, para los que tenemos gafas, resulta un incordio añadido, pues constantemente hay que limpiar los cristales de la condensación que la niebla posa en ellos y que te permite ver menos aún si cabe.
A pesar de encontrarse a distancia suficiente, tardamos en divisar la luz del faro de las Islas Sisargas, pero una vez pasadas estas la oscuridad se cernió aún más a nuestro alrededor, tanto que aunque pasamos a unas dos millas de la Torre de Hércules y de la ciudad de La Coruña, no sólo no vimos el haz de luz del faro, sino que ni siquiera apreciamos el resplandor de las luces de la ciudad.
Por el camino nos cruzamos con un par de barcos, uno de los cuales nos obligó casi a detenernos y variar el rumbo, pues nos cruzó la proa a escasos metros.
Finalmente, no sin cierta dificultad, embocamos la entrada de la Ría de Sada, aún en la más absoluta oscuridad, con la esperanza de que ya dentro de la ría la niebla se disipase un poco, como así fue, y a las tres de la madrugada entrábamos en el puerto de Sada, con los ojos encarnados de forzarlos a ver lo insondable de la nada y el mal sabor de boca que nos dejó la derrota de la selección de baloncesto perdiendo la medalla de oro del euro básquet por un punto en el último segundo. Sinsabores del deporte. ;-)
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