domingo, 4 de noviembre de 2007

CUTTY SARK 02´. DEL MEDITERRÁNEO AL ATLÁNTICO

Segunda edición en la que participé, a bordo del mismo barco de 52 pies que en la edición del 96, pero en esta ocasión sólo hice una etapa, desde Málaga hasta La Coruña, 680 millas. La primera parte de la travesía, por el Mediterráneo, no tuvo nada de particular, buen tiempo y aunque la partida de Málaga se hizo con buen viento, durante la noche navegamos bajo el spinnaker con viento en general moderado, pero todo cambió al llegar al Estrecho. Alcanzamos Punta Europa al amanecer con un viento de levante que arreciaba a la misma velocidad que el sol se alzaba sobre el horizonte. Esta vez fuimos precavidos e hicimos caso de la predicción de vientos muy fuertes en el Estrecho, aunque a la entrada del mismo nada parecía indicar que fuera para tanto. Aún así ya había rachas de 30 nudos, así que arriamos la mayor, recogimos el génova y nos quedamos sólo con la trinqueta, y menos mal, porque llegamos al faro de Tarifa con 50 nudos (el anemómetro marcaba algo más, pero creo que era demasiado optimista). La navegación se hizo emocionante y divertida, el barco iba lanzado entre 10 y 15 nudos de velocidad, pero con la vela justa para ir realmente cómodos. Nos llamó la atención la cantidad de helicópteros que había por la zona, y un poco más adelante, frente a Barbate, los veíamos posarse sobre la pequeña cubierta del buque de la Armada “Galicia”, ¡Qué narices! ¡Con ese viento! Pensamos que estarían de maniobras, pero más tarde nos enteraríamos que habían tomado el Islote Perejil (¡!). Pa habernos matao!!! ;-) A mitad de camino entre el Estrecho y Cabo San Vicente ya navegábamos de nuevo con todo el trapo arriba con el viento por el través. Doblamos el cabo en ceñida, con la mar tendida y un viento de 15 nudos. Al pasar Cabo Espichel, al sur de la bahía de Lisboa, el viento volvió a arreciar de repente. Nos cogió algo desprevenidos y precipitadamente rizamos la mayor y cambiamos el génova por un foque. En un lapso de tiempo muy pequeño las condiciones cambiaron mucho, no sólo en cuanto al viento sino que también se encrespó la mar. La precipitación hizo que mientras se izaba el foque las olas se llevasen el génova de la cubierta y lo perdiésemos en el mar.
Discutimos si dar la vuelta y buscarlo, pero el armador estuvo de acuerdo conmigo en que en aquellas condiciones podía acarrearnos más problemas, así que optamos por dejarlo.
Todo esto ocasionó cierto nerviosismo entre la tripulación y se barajó la posibilidad de que entrásemos en Cascais. Ya me había encontrado otras veces con este encañonamiento del viento en la desembocadura del Tajo, y aunque no tenía absoluta certeza, vaticiné que amainaría cuando saliésemos de la bahía. Afortunadamente mi “farol” se cumplió en cuanto doblamos Cabo da Roca y continuamos tranquilamente hacia el Norte.
Por aquella época yo estaba viviendo en el interior y tenía billete de vuelta cerrado desde La Coruña, así que he de reconocer que en parte, mi decisión de continuar estaba condicionada también por ello.
Sin embargo a partir de ahí tuvimos vientos flojos de ceñida que relentizaron un poco nuestro avance a lo largo del resto de la costa de Portugal.
Habiendo alcanzado la desembocadura del Miño, al entrar en aguas de la comunidad gallega, comenzó a soplar un viento fresco de popa que nos permitió navegar rápido con el spi, pero aún así ya iba muy justo de tiempo, así que después de comentarlo con el armador me puse en contacto por teléfono móvil con el Monterreal Club de Yates de Bayona para arreglar que al estar a la altura de Cabo Silleiro saliese una zodiac para desembarcarme. Mientras tanto, el viento Sur trajo consigo una espesa niebla, que unido al crepúsculo, dificultaría el encuentro con la neumática.
Minutos más tarde escuchamos el parte meteorológico por el VHF, en el que se anunciaba tormenta y posteriormente fuertes vientos del NE por Finisterre.
El armador trató de convencerme entonces para que no abandonase el barco, y si perdía el avión, me pagaría él otro billete. En tales circunstancias anulé el desembarco.
Trasluchamos y orzamos unos grados para dejar las Islas Cíes por estribor, después arriamos el spí. En ese momento se aligeró un poco la niebla dejando entrar los últimos rayos de sol de la tarde quedando todo inundado de una luz anaranjada inquietante, pero bonito.
Navegábamos ya a rumbo directo hacia Finisterre, antes del cual tuvimos de todo. Por la noche llegó la tormenta con rayos, truenos, chubascos y calmas, con un viento constantemente rolando de dirección y variable en intensidad que obligó a constantes cambios de velas.Por la mañana entró el nordeste, al principio no muy fuerte, pero pasado Cabo Villano arreció el viento, y con él la mar.
Remontábamos la costa en ceñida y el viento siguió arreciando, al cabo de un rato notamos que la proa en vez de alzarse sobre las olas, las embestía. Dos tripulantes fuimos hasta la proa para descubrir que el drenaje del pozo del ancla se había obstruido y estaba lleno de agua hasta arriba, lo que suponía un montón de litros de agua justo en la proa. En cada embestida de la proa quedábamos prácticamente sumergidos, y aunque empapados, finalmente conseguimos desatascarlo.
La organización había desplazado la línea de llegada unas 25 millas hacia el Oeste, con lo que ahora se encontraba justo al doblar las Islas Sisargas, y a primera hora de la tarde la cruzábamos.
Nos dirigimos rápidamente hacia el cercano puerto de Malpica para desembarcarme, a donde me iría a buscar la mujer del armador para llevarme hasta el aeropuerto. Apenas me dio tiempo para quitarme el traje de agua, ponerme algo seco y hacer la bolsa. En cuanto entramos en el puerto ella ya estaba esperándome, y antes de acabar de amarrar yo ya había saltado a tierra para subirme en el coche. Durante el trayecto hice las gestiones por teléfono para sacar un nuevo billete en el primer vuelo.
Todo discurrió como un torbellino y en nada estaba subido en un avión con destino a Madrid. Llegué a Barajas y corriendo me metí en el metro para ir hasta la estación de Atocha, la situación era surrealista, poco más de dos horas antes estaba empapado hasta los huesos a bordo de un barco de vela, y ahora iba en el metro con salitre hasta las orejas para coger el AVE hasta Ciudad Real.
Cuando me bajé del tren aún tenía la sensación de que el andén se movía bajo mis pies. Me vi reflejado en un cristal, hecho una mierda, con la cara aún ensalitrada y aspecto de vagabundo, pero por fin había llegado.
*(ya he subido las fotos en el post de la edición 1996 de la Cutty Sark)

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