miércoles, 9 de noviembre de 2011

EL OPTIMIST, UNA IDEA QUE CUAJÓ


Una vez hubo un alcalde que tuvo una buena idea, algo poco frecuente, allá por 1947, en un pueblo de Florida llamado Clearwater.
Todo empezó cuando en una popular revista norteamericana, “Mecánica Popular”, apareció un artículo sobre cómo hacer uno mismo un “juguete” para el entretenimiento de los más jóvenes. Se trataba de reutilizar cajas de jabón industrial desechadas para fabricar un cochecito con vela. El invento tuvo gran aceptación por parte de los chavales, aburridos, de Clearwater y pronto se llenaron sus calles de estos cochecitos a vela, tanto es así que los vecinos empezaron a protestar por las incomodidades que estos cochecitos, lanzados por las calles, les provocaban. Hasta que ocurrió un trágico accidente con el resultado de un joven muerto por la colisión contra un auto.
Fue entonces cuando el alcalde, Clifford McKay se le ocurrió la feliz idea de encargarle al diseñador naval Clark Mills una embarcación semejante a los cochecitos pero para navegar. Así nació el “Optimist Pram”, precursor de los actuales Optimist, con 2,30 m de eslora, 1,13 m de manga y una vela cangreja de 3,5 m2.
En 1954 el arquitecto danés Axel Damgaard Olsen, amigo del multimedallista olímpico de vela Paul Elvström, importó ese tipo de embarcación a Dinamarca, por su simplicidad y bajo coste, ideal para la iniciación de los niños en el mundo de la navegación a vela. Tanto éxito tuvo que de los cuatro o cinco que se construyeron en Dinamarca en 1954, pasaron a ser dos mil en 1960. De ahí pasaron a Inglaterra y pronto se extendieron por todo el mundo, llegando a ser en la actualidad la clase más numerosa de la vela, con más de 250.000 unidades repartidas por más de 100 países.

El Optimist se ha convertido en la cuna de donde han salido la mayor parte de los mejores regatistas y navegantes actuales. Un barco sencillo para un solo tripulante, divertido, económico y de fácil manejo, en el que chavales de 5 a 13 años se inician en la navegación a vela y la competición.

Con los años, esa idea de economía y simplicidad se ha ido perdiendo, sofisticándose y encareciéndose, desde mi punto de vista, hasta extremos ridículos, con nuevos materiales y variedad de marcas, aunque no deja de ser un cajón con un palo pinchado.
Y sigue evolucionando, en algunos experimentos incorporándole un pequeño spinnaker o, incluso velas ala rígidas…
También ha ido degenerando, en algunos casos, esa filosofía inicial en la que los chavales se enfrentaban solos al reto de la navegación a vela, como un juego para aprender y divertirse, aprendiendo también a convivir con otros niños en piques o regatas de flota, en donde era uno mismo el que debía montar y desmontar el aparejo y cuidar del barco. Pero algunos padres han metido en demasía la presión de la competición a sus chavales, malacostumbrándolos al montarle y recogerle el barco e incluso, en ocasiones inculcándoles formas de actuar casi antideportivas, con constantes protestas en las regatas en las que eran ellos, los padres, los que se encargaban de llevarlas ante el comité de regata, metiendo cizaña entre los críos. Así es lógico que algunos chavales hayan dejado de navegar o que luego, entre las regatas de clases superiores o incluso de cruceros, te topes con tanto idiota.

En mi caso tuve suerte. A los cinco años mis padres me compraron un Optimist de fibra con aparejo de madera, en el que mi padre sólo se metió el día en que lo estrenamos. Esta es la única foto que conservo de ese barco y ese día.
Apenas llegué a regatear en él y por tanto no tuve ninguna presión por parte de mis padres hacia la competición, pero salía a navegar casi todos los días durante el verano y aprendí y me divertí un montón.
El gusto por las regatas llegó a los once o doce años, al tiempo que me iniciaba en crucero, al cambiar a la clase Vaurien, primero alquilando uno de club junto a mi amigo Francis Begara (Ese pasó luego a ser su barco y aún hoy navegan en él sus hijos). Más tarde tuve un Roga de primera generación y según me fui metiendo más en el mundo de la competición, cayeron unas velas nuevas de regata. Posteriormente un Roga de segunda generación, con un peculiar mástil sin crucetas, que andaba muy bien.
En esta foto a bordo de mi primer Vaurien el día que estrenamos velas en un TAP en Vigo, con un tripulante de lujo, mi amigo Carlos Bermúdez de Castro, con el que también navegaba en crucero, cuando debíamos tener quince años.
De ahí pasé al Snipe (casi siempre como proel) y ya a casi cualquier cosa que flote, pero la base la aprendí a bordo de aquel Optimist amarillo.
Sin duda la idea de mi padre, al regalarme aquel “cajoncito”, también cuajó.

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