jueves, 17 de mayo de 2007

Cuando empecé a navegar

Mi primer recuerdo navegando a vela es de cuando tenía 5 años, en Barcelona, con mi padre a bordo de un pequeño “Fletán”, de unos escasos cinco metros, con palo de madera, que a mi me parecía todo un barcazo, emocionado a más no poder, a pesar de ir embutido en un chaleco salva vidas que apenas me dejaba mover. Se debía notar mucho la emoción que me producía el tema, pues a los 6 años mis padres me regalaron un Optimist Roga de fibra pero también con palo de madera. Aún recuerdo la primera “clase” que me dio mi padre a bordo de ese pequeño cajón, donde apenas cabíamos los dos. No volvió a subirse, y pensó que debía apañármelas yo solo. Durante el verano me soltaban por la Ría de Ares donde empecé a disfrutar de lo lindo, experimentando la sensación de navegar solo a vela, volcando y desvolcando, llenando a veces el barco de amigos hasta estar a punto de hundirnos… en fin, creo que ahí estuvo la clave. Me divertía como un enano que era. El razonamiento de mi padre era, que con la de costa que tenía alrededor, malo sería que acertase con la boca de la ría y saliese a mar abierto… Me sentía libre, esa al menos era la sensación que yo tenía, pues supongo que casi todo el rato me tenían el ojo puesto encima.
Fui afortunado además porque no fueron los típicos padres que obligan a sus hijos a competir, incluso a ganar a toda costa. Fue el caso de muchos que luego acabaron quemándose y aborreciendo el tema. Ese gusanillo, el de competir, me fue entrando más tarde, ya con diez u once años, cuando junto con un amigo alquilábamos un Vaurien patatero (en francés “vale para nada” ;-) para participar en las regatas locales. Obviamente no quedábamos nada bien, pero aprendíamos mucho y sobre todo nos seguíamos divirtiendo.
Aprovechando una compra en grupo de club, con subvención de la federación pude cambiar del Optimist al Vaurien, también un Roga de primera generación, con el que después de un tiempo empecé ya a ganar alguna regata y a subir el nivel de estas. Por contra de la etimología de su nombre, este me parece un barco muy completo para dos tripulantes, con foque, mayor y spi.
Por la misma época navegaba además como proel de Snipe con patrones experimentados y en regatas de más nivel, lo que me hacía aprender a pasos agigantados.
Luego vino todo seguido, pude conseguir unas buenas velas de regata y más tarde incluso cambiar a un Roga de segunda generación que andaba como un tiro y que cuidaba como al niño de mis ojos, con el que pude ganar muchas más regatas y participar en campeonatos de España.
Por entonces ya estaba envenenado con la competición, pero aún así tampoco me lo tomaba demasiado en serio y casi nunca tuve un tripulante fijo. Aunque desde hacía tiempo mi hermano me había ido enseñando sobre el mundo de las regatas de cruceros desde los Salones Náuticos y un montón de revistas náuticas que él compraba, fue a eso de los doce o trece años, cuando mis padres se hicieron con un Puma 34 (el “San Brandán”), que se me abrió un mundo nuevo en cuanto a la vela se refiere. Con él participamos en muchas regatas, al principio con tripulación familiar, después incorporando nuevos tripulantes y pronto tuve la “responsabilidad” de patronearlo, pues la vela ligera confiere una sensibilidad especial a la caña.
A bordo del San Brandán tuve mis primeras experiencias de navegación con mal tiempo a lo largo de la "Costa da Morte", y navegaciones nocturnas. En concreto tengo grabada una imagen, en una noche fría, con niebla por Fisterra, en que mi madre nos subió a cubierta una sopa de ajo caliente... hummm, ¡la mejor sopa de ajo de mi vida! ;-)
A los catorce años, mi padre me confió el barco para que participase en mi primera regata de cruceros en solitario… Bueno, eso fue lo más. Qué sensación. A pesar de que el barco no tenía ni timón de viento ni piloto automático, ni siquiera existían los enrolladores de génova, me las apañaba amarrando el timón para hacer cambios de vela en proa o meter rizos a la mayor. A los quince volví a participar en otra regata de solitarios, y aún siendo el benjamín de la flota pude darles un buen susto.
Eso me abrió la puerta para navegar en muchos barcos diferentes y formar parte de tripulaciones en regatas cada vez más importantes.
Lo malo es que mi hermano por un lado y yo por otro, la tripulación del “San Brandán” se fue disgregando y mi padre acabó por vender el barco a un par de “locos” que se liaron la manta a la cabeza y se fueron con él a recorrer el mundo. Las últimas noticias que tuvimos de él creo que fueron desde las Seychelles… Ay! Si me hubiera escondido en un tambucho… ;-) A partir de ahí comenzó una espiral ascendente en cuanto a barcos, millas y sobre todo experiencia que me fue abriendo nuevas puertas en este mundillo.










Pero qué buenos recuerdos guardo del San Brandán, "mi barco escuela"...

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