domingo, 1 de abril de 2007

La toma de La Rochelle

Hace ya algunos años de este viaje, del que guardo agradable recuerdo, quizá no del todo ejemplar en cuanto a lo que allí aconteció, pero más perdimos por culpa de los franceses en Trafalgar.
La verdad es que no recuerdo bien qué año corría, creo que fue el verano en el que Indurain ganó su tercer o cuarto Tour de France. Así que debía ser el 93 ó 94. (Dato que también ayudó en nuestra contra. ;-)
El caso es que el barco en el que navegaba por aquel entonces, un Sun Fast 52, averió su mástil, por lo que el armador lo organizó para que subiéramos el barco hasta La Rochelle y cambiar allí el mástil dañado por uno nuevo.
Así que partimos a la toma de la Rochelle, (con permiso del Cardenal Richelieu) a bordo del “FastFe”, barco abanderado en una de las Islas del Canal, con seis tripulantes.
Como el mástil estaba tocado no pudimos izar vela durante todo el trayecto de ida, aunque tampoco es que tuviésemos mucho viento, apenas un poco en algún momento de la travesía. Eso hace que no tenga casi nada que contar de esta primera parte de la travesía, salvo un pequeño susto con un cachalote. Durante la tarde del segundo día, ya en medio del Cantábrico, con calma chicha, yo estaba de guardia, y la modorra flotaba en el ambiente ayudada por el ronroneo del motor. Por casualidad iba mirando hacia la proa cuando a pocos metros vi salir del mar un chorro de agua pulverizada. Sobresaltado, dudando de lo que había visto, corrí hacia la proa, y allí estaba, en nuestra trayectoria, un cachalote al parecer adormilado flotaba entre aguas. Corrí de nuevo hacia popa para quitar marcha, poner el piloto en “stand by” y variar el rumbo. Apenas hizo falta, en el poco tiempo que me llevó hacer eso, su gran cola se levantó sobre la superficie del agua y se sumergió hacia la profundidad. No recuerdo si había alguien más conmigo arriba en ese momento, pero después de las carreras sobre cubierta, alguno que otro asomó por el tambucho preguntando qué diablos pasaba. Al explicar que había visto a “Moby Dick” ;-), fruncido de ceño y vuelta a la siesta. Bueno, pero la próxima vez no hagas tanto ruido…(¡!)
Llegamos de noche, pasando entre las islas de Oleron y Ré, después de las cuales el lío de luces entre balizas de canales, faros y las propias luces de tierra, era sibilino.
Suficiente para hacer dudar a cualquier navegante sobre cual de ellas era la enfilación para entrar por el estrechísimo canal de La Rochelle, una vez que habíamos calculado la hora de entrada para coger la pleamar. En todos los grupos es fácil que siempre haya un tonto. Nuestra tripulación no iba a ser una excepción. El nuestro, de los que se equipa de pies a cabeza en Coronel Tapioca, se puso a discutir con el navegante sobre el rumbo a seguir, basando sus afirmaciones en los datos de su magnífica guía Michelín, y eso que teníamos cartas francesas, las mejores que he visto en cuanto a cantidad y claridad de información, incluso formato y calidad de papel.
En fin, lo último que necesita un navegante en un momento así, es tener al lado un tonto con una guía de restaurantes y carreteras, que encima no sabe interpretar. Entre su equipamiento de C.T. había comprado una luz de destellos de señalización de hombre al agua que al parecer aguantaba más de dos días funcionando. Mal sabía que estuvimos a punto de comprobarlo.




A pesar de todo finalmente conseguimos dar con la enfilación que nos guió por el canal hasta la bocana de Port les Minimes, una vasta marina con 3.300 amarres.
¡ C´est La France!
Al día siguiente localizamos al constructor de palos, que nos organizó el plan de trabajo. Teníamos que esperar a la pluma para quitar el palo dañado, llevarlo a una nave para desmontar todo su acastillaje, y montarlo en el nuevo.
Desde el primer día tuvimos encima a un operario de la marina empeñado en que formalizásemos todo el papeleo, llegando a ser un poco pesado incluso borde, así que le fuimos dando largas, diciéndole que tenía que llegar el armador, y en cuanto nos fuese posible iríamos por las oficinas, lo cual era cierto.





Al tercer día dispusimos de la pluma y previamente ya habíamos retirado las drizas, desmontado la botavara y todo lo desmontable, pero para desarbolar teníamos que cambiar el barco de sitio.
Aconsejados por el constructor de palos, cambiamos de ubicación el barco, ya desarbolado, aún dentro de la marina, después de haber aprovechado para hacer gasoil. Momento en que tuvimos un nuevo encontronazo con el borde operario portuario. Tuvo suerte de que le pagásemos el combustible, pero inmediatamente desaparecimos en medio de un bosque de más de 3.300 mástiles, menos uno, el nuestro. Así que ya podía empezar a buscarnos. Por fin llegó el armador, acompañado por nuestro vueltamundista patrón de regatas, para supervisar el nuevo palo. El siguiente día lo pasamos trabajando en la nave desmontando y montando todo el acastillaje, y esa misma tarde se fueron el armador, el patrón y dos de los tripulantes, junto con la guía Michelín. ;-) Dispusimos de un día de descanso que aprovechamos para conocer un poco la ciudad, con su curioso sistema de compuertas para el puerto antiguo, que permite que en su interior permanezcan a flote los barcos aún con marea baja. El sexto día pinchamos el nuevo palo, algo más alto que el anterior y con una jarcia firme diferente, sin crucetas retrasadas como el otro, por lo que antes de partir de Galicia habíamos hecho la obra de adelantar los cadenotes y sus refuerzos internos.
A diferencia del anterior, el nuevo no tenía tensores para los obenques principales, sino que una vez sujetos estos, se utilizaba un sistema hidráulico para levantar el palo desde abajo y se calzaba con unas cuñas en la coz, de forma que permitía controlar y conocer la tensión de la jarcia en newtons y en Kp.
El gato hidráulico no funcionó bien, eso hizo que tuviéramos un día más para preparar la travesía de vuelta, día en que Indurain volvió a ganar el Tour y que nosotros celebramos izando una bandera española con su nombre, cosa que a la gabachada no pareció gustar demasiado. Ya se sabe, con ese chovinismo tan pronunciado que tienen…, pero lo que más les desconcertaba es que el barco tenía bandera inglesa.
El día antes de zarpar llamamos a un amigo meteorólogo y navegante que nos pronosticó sol y moscas para la siguiente jornada. Esa noche hubo una tormenta con aparato eléctrico como no había visto nunca.
Desde que cambiamos el barco de sitio no nos volvió a visitar el operario de la marina, y la verdad es que con el ajetreo nos olvidamos de él, tanto nosotros como el armador.
En esos días éramos algo más jóvenes, y decidimos usar la American Express Oro que nos dejó el armador, en lugar de para liquidar los gastos de la estancia, en darnos un homenaje de despedida en un buen restaurante de la parte antigua de la ciudad.
Para nuestra sorpresa, a la hora de “la dolorosa”, resultó que no admitían American Express, ni oro ni fucsia, ni nada… ya me veía fregando “le vaisselle”, pero por fortuna, uno de nosotros disponía de una normalita Visa, que nos sacó del apuro.
Como son muy profesionales, el constructor de palos, se empeñó, el día de la partida, en que saliésemos a probar el palo acompañados por el ingeniero. La verdad es que resultó muy útil e instructivo en cuanto al reglaje y tensiones que debíamos utilizar en las distintas condiciones. De regreso al puerto el ingeniero debió quedar algo sorprendido, pues entramos a vela, y sin detenernos del todo, aprovechamos una pasada sobre una zodiac amarrada en el pantalán de espera para desembarcarle en marcha, y con la misma, viramos y salimos por la bocana. Au revoir Port les Minimes!!! Hay que aprovechar la marea!
Del operario nos despedimos con un amable ¡Que Dios te lo pague, mon amí! Salimos navegando con buen viento por el canal hacia la bahía formada por las dos grandes islas, en un buen día.
Después de unas horas, ya en mar abierto, escuchamos una llamada por el VHF, por supuesto en francés, para nosotros desde Port les Minimes. ¡O la la!
La primera (y absurda) reacción fue decir. No contestéis, no contestéis…
La siguiente llamada era para una supuesta patrullera francesa.
Caray!, cómo se las gastan, total por tres días de amarre, ya que el resto del tiempo fue en un puesto del “palero”.
En estas andábamos, cuando nos dimos cuenta que de los cuatro tripulantes que regresábamos a bordo, faltaba uno. Inmediatamente después escuchamos unas risitas en el baño de proa. ¡Será cabronazo! Nuestro cuarto tripulante perdido, “M”, estaba ahí escondido con un walki talki. Lo curioso es que en la semana larga que estuvimos en La Rochelle no habló ni j de francés, en cambio ahora le salía hasta acento… ;-)
Sobrepuestos del susto seguimos navegando a vela rumbo a Cabo Ortegal, en unas jornadas agradables y distendidas, con buen ambiente a bordo, ayudados por el buen tiempo. Galicia nos recibió con una importante surada. Nos aproximamos a Ortegal en un atardecer oscuro, con rachas fuertes de ceñida, y después de rizar la mayor y cambiar a un génova pequeño, descendimos la costa gallega navegando a este rumbo con viento fuerte y algunos chubascos importantes, alguno de los cuales no nos dejaban ver ni la proa. Esa madrugada arribamos al puerto de Sada, cansados pero con un reluciente mástil nuevo recién traído de La France.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

je,je!!!
Mis dos primeras travesias fueron en el "FastFe", y doy fe de que son muy divertidas y con alguna que otra averia!!!

Anónimo dijo...

Ah, finalement je vous trouve, malins! J'ai du payer pour votre bateau et mes enfants n'ont pas pu manger. J'irai chez vouz pour vous faire la même chose. Et toi, amosanda, tu ne dormiras plus tranquile.

Le mec du port de la Rochelle

Nautijorge dijo...

Tes enfants ont pu manger nos oranges de La Junquera.
Bon chance mon amí.

Les corsaries du "Amosanda"