Aunque no hubo problemas específicos de convivencia, en junio de 2004 navegué en un 44 pies desde Galicia hasta Alicante en dos etapas, Bayona – Cádiz y Cádiz – Denia, y con tripulación diferente. Luego, en septiembre, volví a subir con el mismo sistema, y en ambos casos resultó una experiencia sociológica interesante.
El 31 de mayo nos encontramos un grupo de personas en los pantalanes del Monterreal Club de Yates de Bayona para hacer la travesía hasta Cádiz. Como bajábamos dos barcos, un 44 y un 50 pies, repartimos a los tripulantes entre ambos. Quizá ya en ese momento se produjo la primera selección de afinidad, intentando ambos patrones no influir demasiado en la elección de los tripulantes. Bueno, no del todo, ya que conmigo venían mi hermano y un amigo de ambos de toda la vida.
Distribuida la tripulación, en el 44 embarcamos 6 tripulantes, mientras en el 50, con el otro patrón, se enrolaron 8, pues lógicamente era más grande, y una vez que cada cual escogió camarote, subió sus cosas a bordo e hicimos acopio de víveres (momento también interesante donde se ponen de manifiesto los gustos y capacidad de adaptación al grupo), nos dispusimos a zarpar. La mañana era soleada y a pesar de que al viento le costó arrancarse, al tiempo ya fuera de la ría empezó a soplar un agradable y conveniente NW de unos 15 nudos.
La idea era que navegásemos ambos barcos en conserva, pero la mayor velocidad del 50 hizo que tras las primeras horas prácticamente los perdiésemos de vista. La verdad es que navegamos rápido, pues llegamos a tener 25 – 30 nudos de viento de popa, para deleite de la tripulación, lo que hizo que en unas 28 horas nos encontrásemos ya en Cascais, en la desembocadura del Tajo, puerto al que arribamos a las 15:00 HRB (pues en Portugal eran las 14:00h.).
La idea era que navegásemos ambos barcos en conserva, pero la mayor velocidad del 50 hizo que tras las primeras horas prácticamente los perdiésemos de vista. La verdad es que navegamos rápido, pues llegamos a tener 25 – 30 nudos de viento de popa, para deleite de la tripulación, lo que hizo que en unas 28 horas nos encontrásemos ya en Cascais, en la desembocadura del Tajo, puerto al que arribamos a las 15:00 HRB (pues en Portugal eran las 14:00h.).
Aún así fue tiempo suficiente para hacerse una idea del carácter y forma de ser de cada uno.
Como el otro barco hizo la misma escala, esa noche cenamos las dos tripulaciones juntas, y me llamó la atención el hecho de que en ese poco tiempo ya había nacido un sentimiento de arraigo de cada uno hacia su tripulación.
A la mañana siguiente mi hermano se tuvo que ir, pero ya ningún tripulante del otro barco quiso cambiarse con el fin de igualar el número en ambos barcos, lo que demuestra que todos nos acostumbramos enseguida al entorno y a las personas.
Zarpamos de nuevo esa mañana, continuando con un buen viento del Norte que nos permitió navegar cómodamente con mar y viento de popa a buen ritmo hacia el Sur, rumbo a Cabo San Vicente. Los más dispuestos se ofrecían rápidamente a colaborar en las tareas de a bordo, básicamente cocinar y fregar, algo que hacíamos en común, pero luego cada guardia era un submundo en el conjunto de la tripulación ya que las horas de navegación nocturna al frente del barco unen o crispan especialmente. Otros, por el contrario, debido a su estado de casi permanente mareo, eran incapaces de colaborar en ningún tipo de tareas.
Antes del amanecer, con bastantes horas de antelación se percibía la luz del faro de San Vicente, cabo que pasamos con las primeras luces del nuevo día, con mar llana y un viento que había ido amainando durante la noche. Afortunadamente mi amigo Jesús tiene una gracia especial que hacía que el ambiente fuese distendido y alegre, lo que no quita que en momentos puntuales hubiese algún roce, pero nada importante.
Como íbamos muy bien de tiempo, y dado que otro miembro de la tripulación tenía que marcharse, navegamos paralelos a la costa del Algarve hacia la marina de Vilamoura (que tiene aeropuerto cercano), a donde arribamos esa mañana. El otro barco se había metido un poco antes en Lagos, así que en esta ocasión no compartimos recalada. Una vez arreglado el papeleo y amarrados en el puesto de amarre asignado, cada uno se dedicó a lo suyo, unos a dormir, otros a conocer la marina y otros como en mi caso, nos dirigimos a una gran playa cercana, en esa época casi desierta, para darnos un buen baño. Playa en donde había un chiringuito estupendo que utilizamos como punto de encuentro para comer con el resto de la tripulación.
Al parecer el tripulante que nos abandonaba, en vez de irse en avión, esperó a un amigo que lo venía a buscar para irse juntos a la mañana siguiente.
Esa noche organizamos una buena cena a bordo, donde corrió el vino, a lo que siguieron unas copas en los bares de la marina. A partir de cierta hora el grupo se volvió a dispersar, de retirada unos, otros en cambio llegaron a bordo a la mañana siguiente, incluso alguno volvió enamorado ;-)
Con una de las guardias en estado aceptable, y tras despedir al tripulante y a su amigo, zarpamos de Vilamoura con rumbo a Cádiz, en una mañana de temperatura más que aceptable y con un viento flojo al principio que al medio día aumentó hasta los 15-20 nudos, así que la singladura de ese día también fue agradable, afortunadamente para los más trasnochadores.
Esa noche nos adentramos en la Bahía de Cádiz, en un buen ejercicio de aproximación nocturna por el canal de entrada hasta el Puerto de Santamaría, final de esta primera etapa, donde ya estaba amarrado el 50 pies.
En esta ocasión el balance de navegación y convivencia fue más que positivo. A la mañana siguiente toda la tripulación abandonó el barco y yo esperé dos días a la llegada del único tripulante que me acompañaría hasta Denia. Aproveché la mañana para estirar las piernas echando una carrerita hasta la Caleta de Puerto Sherry, un chapuzón y vuelta. Entablé amistad con un francés que estaba amarrado un par de barcos más allá, hice algunas reparaciones a bordo y quedé a comer con dos de los tripulantes que aún se irían después y un tercero que era oriundo del Puerto. Por la tarde, tras una buena siesta, rematé las reparaciones y terminé la tarde de charleta con el francés. El siguiente día tocó limpieza a fondo hasta el medio día. Fue después de zamparme unas gambas en Romerijo que decidí coger el famoso “Vaporcito” y cruzar la bahía para ir a pasar la tarde en la preciosa Cádiz. Me dejé llevar por las callejuelas del barrio antiguo, perdiendo la noción del tiempo, y cogí el último “Vaporcito” de vuelta por los pelos. Al pasar junto a los barcos del club náutico vi que alguien estaba a bordo, seguramente sería el nuevo tripulante, y al rato llegué al barco, donde estaban el tripulante y el patrón del otro barco de tertulia. Unas cervecitas y nos fuimos los tres a picar algo por el pueblo.
Un tipo curioso el nuevo tripulante, al parecer médico de una de las bases españolas en la Antártida, donde permanece durante los meses del verano austral, dedicando el resto del año a viajar.
A la mañana siguiente hicimos una visita a un supermercado cercano y zarpamos, bajando el tramo de río hasta la bahía. Una vez que dejamos atrás las balizas de Las Puercas, Los Cochinos y al paso entre la baliza de la Punta del Sur y el castillo de San Sebastián desplegamos toda la vela y pusimos rumbo al Cabo Trafalgar, hacia el Estrecho.
Un día muy bueno con mar tranquila y un suave viento del oeste, navegando apaciblemente hasta que a las 18:30h decidimos fondear en la bahía de Bolonia para darnos un baño y preparar una cena temprana. A las 20:30 levamos ancla y seguimos hacia el Estrecho.
Ciertamente tranquilidad era lo que se respiraba a bordo, pues tranquilo y de interesante conversación era mi tripulante.
Como no había echado gasoil en la escala de Puerto de Santamaría, al pasar Punta Europa arrumbamos hacia Sotogrande, en cuyo muelle de espera amarramos a las 01:30h yéndonos a dormir hasta que abriesen la gasolinera a la mañana siguiente.
En cuanto hicimos gasoil salimos de nuevo con rumbo 083º hacia Cabo de Gata, en principio navegando a motor, ya que el viento no llegó hasta por la tarde, momento en que ya pudimos disfrutar del silencio de la navegación a vela.
Transcurrió la noche navegando, y aunque no estoy acostumbrado a ir haciendo escalas le estaba cogiendo el gustillo, así que a eso de las nueve de la mañana, al pasar Cabo de Gata, y dado que íbamos sin prisa, nos animamos a entrar en el Puerto de San José para pasar el día hasta la mañana siguiente.
Junio es una buena época para recalar por aquí, pues apenas hay gente y el tiempo es veraniego pero sin pasarse. Al medio día comimos un pescado de roca sentados al sol en una tranquila terraza del puerto. Se estaba en la gloria!
Pasaba de las diez de la mañana del día diez cuando abandonamos el puerto para acometer el último tramo hasta Denia, donde teníamos que estar por la tarde del día siguiente. El parte meteorológico era estupendo, salvo por la dirección del viento que nos obligó a navegar de ceñida, pero con unos agradables 15 nudos.
Realmente me encontraba cómodo con el tripulante. Con la monotonía de la navegación, sin más ruido que el del agua, acomodado en el faldón del espejo de popa me quedo mirando la estela que vamos dejando y me engancho del reflejo del sol en el mar, tan brillante que deslumbra. El día transcurre recorriendo millas, alternando períodos de somnolencia con momentos de actividad. El concepto del tiempo se difumina y mientras tanto parece que el barco nos lleva sin apenas requerir atención ni ajuste, tengo una sensación de conexión con él.
Con la puesta del sol el viento amaina y volvemos a navegar con motor y mayor hasta después del amanecer que volvió a soplar. Durante la noche dejamos atrás Cabo de Palos y viendo el tiempo estimado de llegada a Cabo de La Nao vemos que vamos bien de tiempo, por lo que a las 14:30h volvemos a fondear un par de horas en una pequeña cala junto a dicho cabo. Bañito, comida, ordenar nuestras cosas y levantamos el fondeo para arribar por fin a Denia a las 17:30h. después de una muy placentera y tranquila travesía. Mi ya amigo y tripulante cogía el ferry hacia Ibiza y yo volvía a Galicia.
Pasado el verano, ya en septiembre, volví a Denia a buscar el barco para realizar la misma operación aunque en sentido inverso.
Para la primera etapa hasta Cádiz, me junté con dos tripulantes, una chica y un hombre a los que también conocí “in situ”. Nos dividimos en dos guardias, ellos dos se encargaban de una y yo de la otra, y a pesar de que las condiciones de viento fueron más duras, sobre todo al paso por Cabo de Gata, la convivencia entre los tres resultó muy agradable, tanto que la travesía se nos hizo corta. En esta ocasión gozábamos de menos margen de tiempo, y al día siguiente de arribar a Puerto de Santamaría, donde desembarcaron los dos tripulantes, llegó el relevo de tripulación. Una pareja joven y una chica quizá más joven aún.
Partimos por la mañana con rumbo hacia Cabo San Vicente, cuando pasadas unas horas ya perdida la vista de tierra, escuchamos un retumbar en la lejanía. Curiosamente el día estaba totalmente despejado y no se veían nubes que hicieran pensar en un trueno de tormenta. A los pocos minutos otro zambombazo… El tema me empezó a escamar y llamé a Cádiz Radio para preguntar si estaban previstas maniobras militares por la zona. En principio me contestaron que no, pero iban a comprobarlo mejor y nos llamarían en breve.
Al poco rato nos sobrevoló un Harrier haciéndonos una pasada a poca altura. Aunque entre risas, el asunto me iba mosqueando más. Acto seguido recibimos la llamada de Cádiz Radio para comunicarnos las coordenadas en las que estaban previstas maniobras de tiro militares, en definitiva, gran parte del Golfo de Cádiz, de todas formas, dada nuestra posición, nos dijeron que ya habíamos sobrepasado la zona y que podíamos continuar a nuestro rumbo.
El caza volvió a hacernos otra pasada y a continuación escuchamos una llamada por la radio desde el patrullero Barceló avisando a un barco que navegaba por la zona, y comprobando las coordenadas resultamos ser nosotros, así que contestamos. “Están ustedes en una zona de maniobras de tiro de la Armada. Abandonen inmediatamente la zona, poniendo rumbo hacia Cádiz a toda velocidad hasta traspasar el meridiano patatín y permanezcan allí hasta que finalicen las maniobras”. Les pregunté cuándo sería eso, a lo que nos contestaron que ya nos avisarían.
Así que motor a 2500 revoluciones y a desandar lo andado…
Por el camino se escuchaba gran cachondeo por la radio de los pescadores de Huelva toreando al patrullero, nos cruzamos con un mercante con rumbo de Huelva hacia el Estrecho y algo más tarde avistamos al famoso patrullero Barceló en persecución del mercante llamándole insistentemente por VHF, a lo que recibían el silencio por respuesta.
En fin, que aquello más que unas maniobras me pareció una juerga flamenca.
Se estaba poniendo el sol y no se oían noticias por la radio, hasta que finalmente, seguros de que se habían olvidado de nosotros, volvimos a retomar el rumbo hacia Cabo San Vicente, tras bastantes horas perdidas.
A primera hora de la mañana siguiente doblamos el cabo con buen viento de la amura navegando a 8 nudos.
Las guardias las formamos por un lado la pareja y por otro la chica más joven y yo, y pronto empecé a notar que la pareja resultó ser algo autista. Apenas hablaban ni participaban en las tareas de a bordo, como se suele decir, iban a su bola.
Durante la subida por la costa de Portugal los vientos fueron variables tanto en dirección como en intensidad, lo que nos obligó a ir alternando la navegación a vela con la navegación a motor y vela. A todos nos hubiese gustado haber podido navegar todo el rato a vela, pero a veces si no hacíamos rumbo a Azores, andábamos a escasos 3 nudos, y de esa forma tardaríamos un mes en llegar, tiempo del que no disponíamos ninguno. Aún así, el chico de la pareja cambió su actitud pasiva por una más bien negativa, hasta el punto que, una vez rebasado el paso entre Peniche (Cabo Carvoeiro) y las Islas Berlengas, la chica más joven se puso enferma, algo relacionado con la tensión, menos mal que era enfermera y llevaba los medicamentos oportunos que se inyectó ella misma, y la pareja no mostró el más mínimo interés, ni apoyo ni ayuda. Así las cosas, durante el resto de travesía ellos hicieron sus guardias y yo las mías, sin mediar apenas más intercambio en común, de forma que fuera de mis guardias atendía a la tripulante enferma, hacía las labores de a bordo o simplemente leía. Situación que llegó a convertirse en absurdamente incómoda. Finalmente llegamos a Bayona, era de noche, y una vez amarrados la pareja se fue a dormir. A la mañana siguiente, temprano abandonaron el barco sin despedirse, a pesar de que todos debíamos coger el mismo autobús para ir a La Coruña. Autobús que sin embargo alcanzamos a coger todos.
En definitiva, la actitud de algún tripulante durante una travesía marca la diferencia entre que esta sea más o menos agradable, cuestión de educación y convivencia. Lástima por ellos, ya que en mi caso, el cómputo global fue más que satisfactorio, aunque como dije al principio, embarcarse con alguien a quien no conoces, si bien suele resultar positivo, en ocasiones puede no serlo tanto, y sin embarco siempre merece la pena.
Como el otro barco hizo la misma escala, esa noche cenamos las dos tripulaciones juntas, y me llamó la atención el hecho de que en ese poco tiempo ya había nacido un sentimiento de arraigo de cada uno hacia su tripulación.
A la mañana siguiente mi hermano se tuvo que ir, pero ya ningún tripulante del otro barco quiso cambiarse con el fin de igualar el número en ambos barcos, lo que demuestra que todos nos acostumbramos enseguida al entorno y a las personas.
Zarpamos de nuevo esa mañana, continuando con un buen viento del Norte que nos permitió navegar cómodamente con mar y viento de popa a buen ritmo hacia el Sur, rumbo a Cabo San Vicente. Los más dispuestos se ofrecían rápidamente a colaborar en las tareas de a bordo, básicamente cocinar y fregar, algo que hacíamos en común, pero luego cada guardia era un submundo en el conjunto de la tripulación ya que las horas de navegación nocturna al frente del barco unen o crispan especialmente. Otros, por el contrario, debido a su estado de casi permanente mareo, eran incapaces de colaborar en ningún tipo de tareas.
Antes del amanecer, con bastantes horas de antelación se percibía la luz del faro de San Vicente, cabo que pasamos con las primeras luces del nuevo día, con mar llana y un viento que había ido amainando durante la noche. Afortunadamente mi amigo Jesús tiene una gracia especial que hacía que el ambiente fuese distendido y alegre, lo que no quita que en momentos puntuales hubiese algún roce, pero nada importante.
Como íbamos muy bien de tiempo, y dado que otro miembro de la tripulación tenía que marcharse, navegamos paralelos a la costa del Algarve hacia la marina de Vilamoura (que tiene aeropuerto cercano), a donde arribamos esa mañana. El otro barco se había metido un poco antes en Lagos, así que en esta ocasión no compartimos recalada. Una vez arreglado el papeleo y amarrados en el puesto de amarre asignado, cada uno se dedicó a lo suyo, unos a dormir, otros a conocer la marina y otros como en mi caso, nos dirigimos a una gran playa cercana, en esa época casi desierta, para darnos un buen baño. Playa en donde había un chiringuito estupendo que utilizamos como punto de encuentro para comer con el resto de la tripulación.
Al parecer el tripulante que nos abandonaba, en vez de irse en avión, esperó a un amigo que lo venía a buscar para irse juntos a la mañana siguiente.
Esa noche organizamos una buena cena a bordo, donde corrió el vino, a lo que siguieron unas copas en los bares de la marina. A partir de cierta hora el grupo se volvió a dispersar, de retirada unos, otros en cambio llegaron a bordo a la mañana siguiente, incluso alguno volvió enamorado ;-)
Con una de las guardias en estado aceptable, y tras despedir al tripulante y a su amigo, zarpamos de Vilamoura con rumbo a Cádiz, en una mañana de temperatura más que aceptable y con un viento flojo al principio que al medio día aumentó hasta los 15-20 nudos, así que la singladura de ese día también fue agradable, afortunadamente para los más trasnochadores.
Esa noche nos adentramos en la Bahía de Cádiz, en un buen ejercicio de aproximación nocturna por el canal de entrada hasta el Puerto de Santamaría, final de esta primera etapa, donde ya estaba amarrado el 50 pies.
En esta ocasión el balance de navegación y convivencia fue más que positivo. A la mañana siguiente toda la tripulación abandonó el barco y yo esperé dos días a la llegada del único tripulante que me acompañaría hasta Denia. Aproveché la mañana para estirar las piernas echando una carrerita hasta la Caleta de Puerto Sherry, un chapuzón y vuelta. Entablé amistad con un francés que estaba amarrado un par de barcos más allá, hice algunas reparaciones a bordo y quedé a comer con dos de los tripulantes que aún se irían después y un tercero que era oriundo del Puerto. Por la tarde, tras una buena siesta, rematé las reparaciones y terminé la tarde de charleta con el francés. El siguiente día tocó limpieza a fondo hasta el medio día. Fue después de zamparme unas gambas en Romerijo que decidí coger el famoso “Vaporcito” y cruzar la bahía para ir a pasar la tarde en la preciosa Cádiz. Me dejé llevar por las callejuelas del barrio antiguo, perdiendo la noción del tiempo, y cogí el último “Vaporcito” de vuelta por los pelos. Al pasar junto a los barcos del club náutico vi que alguien estaba a bordo, seguramente sería el nuevo tripulante, y al rato llegué al barco, donde estaban el tripulante y el patrón del otro barco de tertulia. Unas cervecitas y nos fuimos los tres a picar algo por el pueblo.
Un tipo curioso el nuevo tripulante, al parecer médico de una de las bases españolas en la Antártida, donde permanece durante los meses del verano austral, dedicando el resto del año a viajar.
A la mañana siguiente hicimos una visita a un supermercado cercano y zarpamos, bajando el tramo de río hasta la bahía. Una vez que dejamos atrás las balizas de Las Puercas, Los Cochinos y al paso entre la baliza de la Punta del Sur y el castillo de San Sebastián desplegamos toda la vela y pusimos rumbo al Cabo Trafalgar, hacia el Estrecho.
Un día muy bueno con mar tranquila y un suave viento del oeste, navegando apaciblemente hasta que a las 18:30h decidimos fondear en la bahía de Bolonia para darnos un baño y preparar una cena temprana. A las 20:30 levamos ancla y seguimos hacia el Estrecho.
Ciertamente tranquilidad era lo que se respiraba a bordo, pues tranquilo y de interesante conversación era mi tripulante.
Como no había echado gasoil en la escala de Puerto de Santamaría, al pasar Punta Europa arrumbamos hacia Sotogrande, en cuyo muelle de espera amarramos a las 01:30h yéndonos a dormir hasta que abriesen la gasolinera a la mañana siguiente.
En cuanto hicimos gasoil salimos de nuevo con rumbo 083º hacia Cabo de Gata, en principio navegando a motor, ya que el viento no llegó hasta por la tarde, momento en que ya pudimos disfrutar del silencio de la navegación a vela.
Transcurrió la noche navegando, y aunque no estoy acostumbrado a ir haciendo escalas le estaba cogiendo el gustillo, así que a eso de las nueve de la mañana, al pasar Cabo de Gata, y dado que íbamos sin prisa, nos animamos a entrar en el Puerto de San José para pasar el día hasta la mañana siguiente.
Junio es una buena época para recalar por aquí, pues apenas hay gente y el tiempo es veraniego pero sin pasarse. Al medio día comimos un pescado de roca sentados al sol en una tranquila terraza del puerto. Se estaba en la gloria!
Pasaba de las diez de la mañana del día diez cuando abandonamos el puerto para acometer el último tramo hasta Denia, donde teníamos que estar por la tarde del día siguiente. El parte meteorológico era estupendo, salvo por la dirección del viento que nos obligó a navegar de ceñida, pero con unos agradables 15 nudos.
Realmente me encontraba cómodo con el tripulante. Con la monotonía de la navegación, sin más ruido que el del agua, acomodado en el faldón del espejo de popa me quedo mirando la estela que vamos dejando y me engancho del reflejo del sol en el mar, tan brillante que deslumbra. El día transcurre recorriendo millas, alternando períodos de somnolencia con momentos de actividad. El concepto del tiempo se difumina y mientras tanto parece que el barco nos lleva sin apenas requerir atención ni ajuste, tengo una sensación de conexión con él.
Con la puesta del sol el viento amaina y volvemos a navegar con motor y mayor hasta después del amanecer que volvió a soplar. Durante la noche dejamos atrás Cabo de Palos y viendo el tiempo estimado de llegada a Cabo de La Nao vemos que vamos bien de tiempo, por lo que a las 14:30h volvemos a fondear un par de horas en una pequeña cala junto a dicho cabo. Bañito, comida, ordenar nuestras cosas y levantamos el fondeo para arribar por fin a Denia a las 17:30h. después de una muy placentera y tranquila travesía. Mi ya amigo y tripulante cogía el ferry hacia Ibiza y yo volvía a Galicia.
Pasado el verano, ya en septiembre, volví a Denia a buscar el barco para realizar la misma operación aunque en sentido inverso.
Para la primera etapa hasta Cádiz, me junté con dos tripulantes, una chica y un hombre a los que también conocí “in situ”. Nos dividimos en dos guardias, ellos dos se encargaban de una y yo de la otra, y a pesar de que las condiciones de viento fueron más duras, sobre todo al paso por Cabo de Gata, la convivencia entre los tres resultó muy agradable, tanto que la travesía se nos hizo corta. En esta ocasión gozábamos de menos margen de tiempo, y al día siguiente de arribar a Puerto de Santamaría, donde desembarcaron los dos tripulantes, llegó el relevo de tripulación. Una pareja joven y una chica quizá más joven aún.
Partimos por la mañana con rumbo hacia Cabo San Vicente, cuando pasadas unas horas ya perdida la vista de tierra, escuchamos un retumbar en la lejanía. Curiosamente el día estaba totalmente despejado y no se veían nubes que hicieran pensar en un trueno de tormenta. A los pocos minutos otro zambombazo… El tema me empezó a escamar y llamé a Cádiz Radio para preguntar si estaban previstas maniobras militares por la zona. En principio me contestaron que no, pero iban a comprobarlo mejor y nos llamarían en breve.
Al poco rato nos sobrevoló un Harrier haciéndonos una pasada a poca altura. Aunque entre risas, el asunto me iba mosqueando más. Acto seguido recibimos la llamada de Cádiz Radio para comunicarnos las coordenadas en las que estaban previstas maniobras de tiro militares, en definitiva, gran parte del Golfo de Cádiz, de todas formas, dada nuestra posición, nos dijeron que ya habíamos sobrepasado la zona y que podíamos continuar a nuestro rumbo.
El caza volvió a hacernos otra pasada y a continuación escuchamos una llamada por la radio desde el patrullero Barceló avisando a un barco que navegaba por la zona, y comprobando las coordenadas resultamos ser nosotros, así que contestamos. “Están ustedes en una zona de maniobras de tiro de la Armada. Abandonen inmediatamente la zona, poniendo rumbo hacia Cádiz a toda velocidad hasta traspasar el meridiano patatín y permanezcan allí hasta que finalicen las maniobras”. Les pregunté cuándo sería eso, a lo que nos contestaron que ya nos avisarían.
Así que motor a 2500 revoluciones y a desandar lo andado…
Por el camino se escuchaba gran cachondeo por la radio de los pescadores de Huelva toreando al patrullero, nos cruzamos con un mercante con rumbo de Huelva hacia el Estrecho y algo más tarde avistamos al famoso patrullero Barceló en persecución del mercante llamándole insistentemente por VHF, a lo que recibían el silencio por respuesta.
En fin, que aquello más que unas maniobras me pareció una juerga flamenca.
Se estaba poniendo el sol y no se oían noticias por la radio, hasta que finalmente, seguros de que se habían olvidado de nosotros, volvimos a retomar el rumbo hacia Cabo San Vicente, tras bastantes horas perdidas.
A primera hora de la mañana siguiente doblamos el cabo con buen viento de la amura navegando a 8 nudos.
Las guardias las formamos por un lado la pareja y por otro la chica más joven y yo, y pronto empecé a notar que la pareja resultó ser algo autista. Apenas hablaban ni participaban en las tareas de a bordo, como se suele decir, iban a su bola.
Durante la subida por la costa de Portugal los vientos fueron variables tanto en dirección como en intensidad, lo que nos obligó a ir alternando la navegación a vela con la navegación a motor y vela. A todos nos hubiese gustado haber podido navegar todo el rato a vela, pero a veces si no hacíamos rumbo a Azores, andábamos a escasos 3 nudos, y de esa forma tardaríamos un mes en llegar, tiempo del que no disponíamos ninguno. Aún así, el chico de la pareja cambió su actitud pasiva por una más bien negativa, hasta el punto que, una vez rebasado el paso entre Peniche (Cabo Carvoeiro) y las Islas Berlengas, la chica más joven se puso enferma, algo relacionado con la tensión, menos mal que era enfermera y llevaba los medicamentos oportunos que se inyectó ella misma, y la pareja no mostró el más mínimo interés, ni apoyo ni ayuda. Así las cosas, durante el resto de travesía ellos hicieron sus guardias y yo las mías, sin mediar apenas más intercambio en común, de forma que fuera de mis guardias atendía a la tripulante enferma, hacía las labores de a bordo o simplemente leía. Situación que llegó a convertirse en absurdamente incómoda. Finalmente llegamos a Bayona, era de noche, y una vez amarrados la pareja se fue a dormir. A la mañana siguiente, temprano abandonaron el barco sin despedirse, a pesar de que todos debíamos coger el mismo autobús para ir a La Coruña. Autobús que sin embargo alcanzamos a coger todos.
En definitiva, la actitud de algún tripulante durante una travesía marca la diferencia entre que esta sea más o menos agradable, cuestión de educación y convivencia. Lástima por ellos, ya que en mi caso, el cómputo global fue más que satisfactorio, aunque como dije al principio, embarcarse con alguien a quien no conoces, si bien suele resultar positivo, en ocasiones puede no serlo tanto, y sin embarco siempre merece la pena.
3 comentarios:
Veo que compartimos aficiones (la vela, la travesía levante-galicia, los blogs sobre convivencia a bordo...), incluso veo que recalas en Galicia (¿La Coruña?). Nosotros tenemos el barco en Sada.
Respecto a la convivencia a bordo, opino como tu, que aunque de vez en cuando se tenga alguna mala experiencia, en general compensa. En mi caso particular son muchas las buenas experiencias y las amistades hechas en el mar. Pero, cómo no, también las hay malas. En mi blog cuento también un caso, por si te interesa. (http://carabuyan.blogspot.com)
Hola Jorge, es la primera vez que entro en tu blog. Me apasiona el mundo de la vela y como veo que aceptas tripulación desconocida en tus travesías quisiera saber si puedes contar conmigo en la próxima que tengas que bajar un barco a Andalucía o Levante. He tenido barco de vela hasta el pasado verano( un 37") pero por motivos personales lo tuve que vender y realmente tengo mono de navegación. Bueno gracias por tu respuesta.
Hola Julián.
Por mi parte estaré encantado de compartir navegación contigo, sin embargo la gran mayoría de las veces la elección de tripulación no depende de mí. Como podrás apreciar leyendo el blog yo no tengo barco propio.
Aún así algunas navegaciones las he hecho solo, primero porque me gusta, pero otras porque no he encontrado tripulación.
Así que en cuanto haya una ocasión lo haré saber.
Un saludo.
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