Su primer destino fue a bordo del guardacostas “Finisterre” con base en Huelva, un antiguo paquebote reconvertido en carguero de fruta al principio de la guerra civil, capturado y vuelto a reconvertir en guardacostas, colocándole una ametralladora en cubierta y forrando una de las bodegas con corcho, donde dormía la tripulación colgada de sus cois. Las condiciones de vida a bordo del guardacostas eran bastante penosas, y por casualidad, en una de las recaladas en el arsenal de La Carraca en Cádiz, se encontró con un antiguo amigo de la familia que era jefe de máquinas a bordo del destructor “Lazaga”, gracias al cual consiguió cambiar de destino y embarcarse a bordo del destructor. Destructor clase Alsedo ("Lazaga")
Ahí se convirtió en aprendiz de radiotelegrafista y pasó a embarcarse en el crucero “Navarra”, que era la escuela de transmisiones de la Armada con base en Vigo en principio, trasladándoles posteriormente a la base naval de Ríos, donde estaría la nueva sede de la escuela. Crucero "Navarra" Cañonero clase Dato
A la terminación del curso embarcó en el cañonero “Pizarro”, en donde navegó a lo largo de toda la costa española, pero debido a la inquietud propia de mi padre y su deseo de aventura, no pasó mucho tiempo antes de conseguir ser trasladado a la base de submarinos de Cartagena, en donde los radiotelegrafistas, el que menos era cabo primero mientras mi padre era un simple especialista, y donde todos habían realizado previamente un curso de submarinos menos él.
Al día siguiente de su llegada a la base tuvo ya que salir a la mar a bordo del submarino “General Mola”, y como novato que era le tocó la guardia de madrugada. Submarino clase Archimide "General Mola"
El submarino navegó en superficie toda la noche y poco antes del amanecer bajó a la estación de radio el oficial de guardia para preguntarle si no había recibido alguna orden, a lo que mi padre simplemente le comentó que había oído unos pitidos raros. El resultado fue que al despuntar el día, de los siete submarinos que habían zarpado de Cartagena, sólo el “General Mola” permanecía navegando en superficie. Los otros seis habían desaparecido.
Los “pitidos raros” que mi padre había oído no eran otra cosa que la orden de inmersión para la flota de submarinos. En esos momentos creyó que su corta aventura submarina terminaría en un penal, hasta que se aclaró el equívoco.
Existe un código “Q” internacional en morse para todo tipo de navegación y además un código “Q” de la Armada, que eran los dos códigos que él dominaba… pero resulta que los submarinos tenían otro código “Q” secreto, que mi padre desconocía, ya que se aprende en el curso de submarinos que él no había realizado y del que además nadie le había hablado.
Bochorno espantoso que pasó cuando subió a la torreta del submarino y observó que navegaban solos, bajo la mirada inquisidora que le lanzaba el oficial de guardia. Se encogió de hombros y desapareció rápidamente por la escotilla hacia el interior del submarino.
Afortunadamente para él el incidente se quedó en anécdota y no supuso el fin de su aventura submarina, sino que llegó a navegar en todas las unidades de la flota, con oportunidad de vivir unas cuantas situaciones tensas más, aunque no debidas a él.
A la terminación del curso embarcó en el cañonero “Pizarro”, en donde navegó a lo largo de toda la costa española, pero debido a la inquietud propia de mi padre y su deseo de aventura, no pasó mucho tiempo antes de conseguir ser trasladado a la base de submarinos de Cartagena, en donde los radiotelegrafistas, el que menos era cabo primero mientras mi padre era un simple especialista, y donde todos habían realizado previamente un curso de submarinos menos él.
Al día siguiente de su llegada a la base tuvo ya que salir a la mar a bordo del submarino “General Mola”, y como novato que era le tocó la guardia de madrugada. Submarino clase Archimide "General Mola"
El submarino navegó en superficie toda la noche y poco antes del amanecer bajó a la estación de radio el oficial de guardia para preguntarle si no había recibido alguna orden, a lo que mi padre simplemente le comentó que había oído unos pitidos raros. El resultado fue que al despuntar el día, de los siete submarinos que habían zarpado de Cartagena, sólo el “General Mola” permanecía navegando en superficie. Los otros seis habían desaparecido.
Los “pitidos raros” que mi padre había oído no eran otra cosa que la orden de inmersión para la flota de submarinos. En esos momentos creyó que su corta aventura submarina terminaría en un penal, hasta que se aclaró el equívoco.
Existe un código “Q” internacional en morse para todo tipo de navegación y además un código “Q” de la Armada, que eran los dos códigos que él dominaba… pero resulta que los submarinos tenían otro código “Q” secreto, que mi padre desconocía, ya que se aprende en el curso de submarinos que él no había realizado y del que además nadie le había hablado.
Bochorno espantoso que pasó cuando subió a la torreta del submarino y observó que navegaban solos, bajo la mirada inquisidora que le lanzaba el oficial de guardia. Se encogió de hombros y desapareció rápidamente por la escotilla hacia el interior del submarino.
Afortunadamente para él el incidente se quedó en anécdota y no supuso el fin de su aventura submarina, sino que llegó a navegar en todas las unidades de la flota, con oportunidad de vivir unas cuantas situaciones tensas más, aunque no debidas a él.
Como cuando saliendo de la base naval de Mahón, con un grupo de militares novatos en esos menesteres, se les avisó que iban a hacer el “pino”, maniobra de inmersión rápida en la que el submarino desciende en vertical. La situación cogió por sorpresa a los militares novatos que, pálidos, se agarraron donde pudieron mientras el resto de la tripulación sonreía, hasta que chocaron contra el fondo, lo cual no estaba programado, y entonces fue el resto de la tripulación la que se puso pálida.
Tuvieron la suerte de que el fondo era de fango y arena, pero precisamente ese fango del fondo era tan sutil que se metió por las bombas de achique y las inutilizó. Tardaron dos horas en desmontarlas, limpiarlas y volverlas a montar, hasta que tras varias tentativas lograron subir de nuevo a superficie, con gran alegría y sonrisas, no sólo de los militares novatos sino también de toda la dotación.
Tuvieron la suerte de que el fondo era de fango y arena, pero precisamente ese fango del fondo era tan sutil que se metió por las bombas de achique y las inutilizó. Tardaron dos horas en desmontarlas, limpiarlas y volverlas a montar, hasta que tras varias tentativas lograron subir de nuevo a superficie, con gran alegría y sonrisas, no sólo de los militares novatos sino también de toda la dotación.
Pero susto gordo se lo llevaron en otra ocasión, durante unos ejercicios de ataque y seguimiento de buques, en el cual se pasaron cuarenta días sin ver el sol, ya que sólo salían a superficie durante la noche.
Por entonces mi padre se había hecho hidrofonista (escucha e interpreta los ruidos fuera del submarino) y estando de guardia notificó al puente que detectaba un buque de máquinas alternativas acercándose, casi encima del submarino. En el puente, puesto que navegaban a cota de periscopio, estaban observando otros barcos alejados, cuando de pronto notaron un gran golpe. Inmediatamente el submarino se puso de nuevo “haciendo el pino”, bajando rápidamente hasta una profundidad de cien metros, mientras crujían las cuadernas debido a la presión. Se detuvieron a esa cota y alguien les comunicó que habían abordado a un pesquero pero que estuvieran tranquilos. Cuando salieron a superficie lo hicieron al costado del buque que habían abordado, que resultó ser un barco americano tipo Liberty de 20.000 toneladas.
Tuvieron suerte que desde el buque habían observado el periscopio y viraron en redondo, recibiendo el impacto de la proa del submarino contra su casco, pero al virar libraron la torreta del submarino, causándole sólo algunas abolladuras, en lo que podía haber sido una catástrofe.
Regresaron navegando en superficie hacia Cartagena, en cuyo arsenal revisaron los daños que se limitaban a algunos destrozos exteriores. Estos se cortaron y les pusieron una superestructura de cartón piedra pintada de gris, pues tenían que zarpar inmediatamente hacia Castellón, a cuyas fiestas estaba invitada la flota de los siete submarinos.
Una vez allí se acoderaron los siete, uno al lado del otro, colocando el submarino dañado el último, ya que durante las fiestas el público podía visitar los submarinos, pero sólo hasta el quinto, evitando que visitaran el sexto y el séptimo para que no apreciaran el cartón piedra. Regresaron navegando en superficie hacia Cartagena, en cuyo arsenal revisaron los daños que se limitaban a algunos destrozos exteriores. Estos se cortaron y les pusieron una superestructura de cartón piedra pintada de gris, pues tenían que zarpar inmediatamente hacia Castellón, a cuyas fiestas estaba invitada la flota de los siete submarinos.
Cosas de nuestra Armada.
4 comentarios:
¡Menos mal! Creí que te quedabas en Cabo de Hornos. Tienes razón cosas de nuestro país, la Armada es el reflejo. Yo seis meses, en el D/A "Alava" el embarque. Poco que contar. Un abrazo.
;-) Es que Cabo de Hornos está muy lejos, Mera.
No sé si hoy en día han cambiado mucho las cosas, más bien creo que no.
En el fondo creo que seguimos tenindo cierto halo de zambomba y pandereta, que no estaría del todo mal si no pretendiéramos aparentar otra cosa.
Un abrazo
Somos una asociacion de 250 antiguos marineros de la ETEA. Estariamos muy interesados de algunas fotografias de tu padre de la epoca que paso en esta Base Navalreodeduc
Lo lamento Jose. No tengo ninguna fotografía suya de esa época.
Saludos.
Publicar un comentario