lunes, 28 de marzo de 2011
CORRIENDO EL TEMPORAL
El "We are Water" corre el temporal en el Pacífico Sur, después de que una ola rompiese su botavara (sin la mayor izada). Los catalanes se enfrentan a un julepe de 50 nudos de viento con rachas de 60, navegando con el tormentín...¡Qué pereza!
jueves, 24 de marzo de 2011
CURSO DE VELERÍA Y TEXTIL NÁUTICO
Durante las mañanas de los sábados del próximo mes de Abril, tendrá lugar en la VELERIA de CADENOTE (Puerto Deportivo de Sada. La Coruña) un curso para impartir nociones de reparación de velas y otros textiles náuticos, selección de materiales a utilizar y uso de maquinaria. La duración del curso será de 16 horas y el precio de inscripción es de 150 €.
Los interesados pueden pedir información a través de los siguientes medios:
Teléfono: 981 619 100
E-mail: nautica@cadenote.com o Facebook/Cadenote
miércoles, 16 de marzo de 2011
“LA ODISEA DEL PARADISSE”
En su día ya había hecho un par de entradas sobre este entrañable navegante, Ramón Prat, y su barco, El Paradisse.
http://nautijorge.blogspot.com/2008/08/un-hombre-de-mar.html
http://nautijorge.blogspot.com/2009/07/el-paraiso-perdido-37-4809n-14-1501w.html Ramón ha sabido transmitir y compartir la ilusión, y la de tantos navegantes, de preparar y acometer la travesía del Atlántico.
Por desgracia, en el cruce de vuelta al viejo continente y a unas 360 millas de Cabo San Vicente, una vía de agua le hizo naufragar, perdiendo su Paradisse.
Hoy día en que recibimos tantas noticias de grandes travesías oceánicas, de navegantes profesionales respaldados por potentes patrocinadores, casi nos parece algo cotidiano, haciéndonos perder en parte la tradicional fascinación por realizar el sueño de tantos navegantes: cruzar el charco.
Tras superar el varapalo de la pérdida de su barco y, sobre todo, haber superado una maliciosa enfermedad, Ramón se ha lanzado a narrarnos los sabores y sinsabores de su odisea de ida y vuelta a través del Atlántico, aportando numerosas informaciones y datos prácticos para todos aquellos que, como él, soñamos con zarpar hacia nuevos océanos, plasmándolo en el libro “La Odisea del Paradisse”. No puedo dejar de imaginarme al malogrado Paradisse yaciendo en la oscuridad del fondo oceánico, cubierto de algas y coral, refugio de vida submarina, ahora que su capitán nos reflota su historia. Un libro totalmente recomendable que podréis encontrar a través de la web:
www.laodiseadelparadisse.com.
http://nautijorge.blogspot.com/2008/08/un-hombre-de-mar.html
http://nautijorge.blogspot.com/2009/07/el-paraiso-perdido-37-4809n-14-1501w.html Ramón ha sabido transmitir y compartir la ilusión, y la de tantos navegantes, de preparar y acometer la travesía del Atlántico.
Por desgracia, en el cruce de vuelta al viejo continente y a unas 360 millas de Cabo San Vicente, una vía de agua le hizo naufragar, perdiendo su Paradisse.
Hoy día en que recibimos tantas noticias de grandes travesías oceánicas, de navegantes profesionales respaldados por potentes patrocinadores, casi nos parece algo cotidiano, haciéndonos perder en parte la tradicional fascinación por realizar el sueño de tantos navegantes: cruzar el charco.
Tras superar el varapalo de la pérdida de su barco y, sobre todo, haber superado una maliciosa enfermedad, Ramón se ha lanzado a narrarnos los sabores y sinsabores de su odisea de ida y vuelta a través del Atlántico, aportando numerosas informaciones y datos prácticos para todos aquellos que, como él, soñamos con zarpar hacia nuevos océanos, plasmándolo en el libro “La Odisea del Paradisse”. No puedo dejar de imaginarme al malogrado Paradisse yaciendo en la oscuridad del fondo oceánico, cubierto de algas y coral, refugio de vida submarina, ahora que su capitán nos reflota su historia. Un libro totalmente recomendable que podréis encontrar a través de la web:
www.laodiseadelparadisse.com.
domingo, 13 de marzo de 2011
40 MINUTOS PARA VIRAR POR AVANTE
Las maniobras a bordo de un IMOCA open 60 de última generación tienen poco que ver con el procedimiento habitual en otro tipo de veleros. La virada por avante por ejemplo, si bien no es de las maniobras más agotadoras, sí es una de las más largas de efectuar (entre 30 y 40 minutos estando entrenado) convirtiéndose para el navegante solitario en un automatismo a pesar de la lista de pasos a efectuar, como podemos observar, alguno de los cuales los skippers reservan como confidencial.
1- Bajar timón de barlovento.
2- Vaciar tanque de lastre medio.
3- Confidencial.
4- Bajar la orza de deriva de barlovento.
5-Preparar la contra escota.
6-Estiba de las velas del pañol de proa.
7-Transferencia del tanque de lastre de proa.
1- Bajar timón de barlovento.
2- Vaciar tanque de lastre medio.
3- Confidencial.
4- Bajar la orza de deriva de barlovento.
5-Preparar la contra escota.
6-Estiba de las velas del pañol de proa.
7-Transferencia del tanque de lastre de proa.
8- Confidencial.
9- Cerrar transferencia de proa.
10- Confidencial.
11- Mover velas de cubierta (en caso de haberlas).
12- Preparar burdas de sotavento.
13- Preparar carro de sotavento.
14- Chequear puntos de tiro de la vela de proa.
9- Cerrar transferencia de proa.
10- Confidencial.
11- Mover velas de cubierta (en caso de haberlas).
12- Preparar burdas de sotavento.
13- Preparar carro de sotavento.
14- Chequear puntos de tiro de la vela de proa.
15- Cierre de compuertas de sotavento.
16- Confidencial.
17- Preparar el modo virada del piloto.
18- Prerreglaje de burda.
19-Cambio de banda de la quilla.
20- Hacer virar al piloto automático.
21-Largar la escota de la vela de proa.
22- Cazar la contraescota.
23-Cazar la burda.
24- Calibrar tensión de burda.
25-Acabar trimado de vela de proa.
26- Levantar orza de deriva de barlovento.
27-Fijar la burda de sotavento.
28-Confidencial.
29-Afinar el nuevo rumbo con el piloto.
30-Recolocar el carro de la vela mayor y / o escota de vela mayor.
16- Confidencial.
17- Preparar el modo virada del piloto.
18- Prerreglaje de burda.
19-Cambio de banda de la quilla.
20- Hacer virar al piloto automático.
21-Largar la escota de la vela de proa.
22- Cazar la contraescota.
23-Cazar la burda.
24- Calibrar tensión de burda.
25-Acabar trimado de vela de proa.
26- Levantar orza de deriva de barlovento.
27-Fijar la burda de sotavento.
28-Confidencial.
29-Afinar el nuevo rumbo con el piloto.
30-Recolocar el carro de la vela mayor y / o escota de vela mayor.
31- Cerrar todas las compuertas de los tanques y shnorkel.
32- Levantar timón de barlovento.
33- Echar un trago.
32- Levantar timón de barlovento.
33- Echar un trago.
Copia foto Thierry Martinez
Copia foto Thierry Martinez
Vista la complejidad y el esfuerzo físico qué representa una virada por avante, hace que tal decisión no se tome a la ligera, requiriendo un minucioso estudio previo en la mesa de cartas antes de decidirse a cambiar de bordo.
Copia foto Yvan Zedda
La estiba supone el desplazamiento de los sacos de las velas en el pañol de proa, siendo quizá el paso más difícil de la maniobra. A pesar de la ayuda de la gravedad, mover sacos de 40 a 60 kilos, hasta un total de 400 kilos, resulta agotador.
Copia foto Yvan Zedda
Una vez iniciada la virada, es preciso encadenar las maniobras. Largar la contraescota, cazar la escota, largar burda y cazar la otra burda. Sin atropellos pero sin pausa.
La columna del “molinillo de café” supone una gran ayuda para el solitario, pudiendo conectar tres de los cinco winches de bañera y por tanto trimar elementos distintos de la maniobra sin moverse del sitio.
La columna del “molinillo de café” supone una gran ayuda para el solitario, pudiendo conectar tres de los cinco winches de bañera y por tanto trimar elementos distintos de la maniobra sin moverse del sitio.
Copia foto Yvan Zedda
En la mayoría de los IMOCA 60 el sistema de movimiento lateral de la quilla con su bulbo es hidráulico, lo que facilita mucho las cosas. Pero en algún caso, como en el Pakea de Unai Basurko, el sistema era una desmultiplicación de cabos que se manejaba con dos winches interiores. Aún más trabajo pero menos posibilidad de averías. Antes, durante y después de la maniobra, la gestión de los tanques de lastre (llenado, transferencia, vaciado de agua de mar) ocupa al solitario durante un rato en la virada, manejando un intrincado sistema de llaves y tuberías.
Copia foto Yvan Zedda
Es fácil hacerse cargo pues de que la maniobra de virar por avante, en estos barcos, no solamente supone tener conocimientos técnicos y destreza, sino además una condición física excepcional.
Copia foto Thierry Martinez
lunes, 7 de marzo de 2011
Renault Z.E. aproximándose a Hornos
No hace falta comentar nada..., sólo disfrutar de la visión a través de esta pequeña ventana, sentado y seco en casa, del Océano Pacífico sur a bordo del Renault Z.E. en su aproximación a Cabo de Hornos.
¡Maravilloso!...¿A quién no le gustaría estar allí, aunque sólo fuera un ratito?, pese a todos los contras...
PATENTE DE CORSO II
BORRASCAS PERFECTAS
He leído con atención tu carta. Hablas del mar y también de la borrasca en que te ves, de la incertidumbre y de la vida. Deduzco que eres muy joven, y hay algo que quisiera contarte sobre eso. Yo tengo 59 años y amo el mar, pero ya sólo navego por el Mediterráneo. Pasó la edad en que me seducían otros mares y otras costas. Con canas en la barba y arrugas en la cara acabé confirmando que mi verdadera patria es ese lugar viejo y sabio, memoria de velas blancas y naufragios, por donde vinieron los héroes, los dioses y las antiguas leyendas que me educaron con rumor de resaca, en playas donde, al fuego hecho con madera de deriva, hombres de manos encallecidas por remos y redes, piel curtida y ojos quemados de sal, fumaban tabaco negro, hervían calderos de arroz y asaban sardinas. Quien no conoce de esas aguas más que las orillas, las cree siempre apacibles, azules, de mansos amaneceres y rojas puestas de sol. Ignora que algunos de los más furiosos temporales pueden desatarse en ellas sin previo aviso: el mar golpeando de manera despiadada, voluble y traidor.
En realidad, ningún mar es mala gente. Es el viento el que lo hace peligroso y mortal. Pero, a diferencia del Atlántico, donde los temporales pueden a veces prevenirse en intensidad, trayectoria y duración, y donde la ola suele ser larga y tendida, más gobernable, el Mediterráneo desata su furia de improviso, con vientos inesperados y una ola corta, asesina, que machaca los barcos y agota a quienes los tripulan. Viví entre marinos desde niño, y me crié con relatos de buques y mar. Nunca olvidé el respeto con que viejos capitanes, curtidos en todos los océanos, hablaban de la mar terrible que los temporales del norte levantan en el golfo de León. Después, con el paso del tiempo, yo mismo tuve ocasión de comprobar en persona cómo es capaz de golpear el azul Mediterráneo cuando se torna malhumorado y cabrón. Cuando se pone barbas grises.
De una de esas situaciones hablé aquí alguna vez: fue a bordo del petrolero Puertollano, navidad de 1970, y tuvimos una mar horrorosa doblando el cabo Bon, frente a la costa de Túnez, con olas de diez metros y viento que en la escala Beaufort se conoce como temporal duro, de fuerza 10. En otras ocasiones tampoco escapé a los temibles mistrales del golfo de León o a las noroestadas duras del canal de Cerdeña; con la angustia que supone, en esos casos, estar al mando de tu propio barco, tomando las decisiones, y que éste sea un velero con tripulantes de cuyas vidas eres responsable. Y te aseguro que un mistral de fuerza 8 pegando en la amura de estribor durante horas, con sólo una trinquetilla arriba, la mayor reducida al último rizo y el barco -valiente, fiel y marinero, bendito sea- navegando a ocho nudos escorado hasta el trancanil, dando pantocazos, macheteando entre rociones y rachas la maldita ola corta mediterránea, es algo que, por mucho que ames el mar, puede hacerte renegar de él, de los barcos y de la madre que te parió.
Sin embargo, hay algo bueno en eso. Cuando todo acaba felizmente, si el barco navegó bien gobernado y estás a salvo en aguas tranquilas, hay algo que caldea tu espíritu con legítimo orgullo: pasaste la prueba. Llevaste a puerto el barco, a los tripulantes y a ti mismo. Eres marino. Hiciste las cosas como debías, y ahora estás a salvo. Librado a tus propias fuerzas, con los dientes apretados, sin aspavientos, estuviste allá lejos, donde nadie puede decir basta, oigan, paren esto que me bajo. Y, por mucho título de capitán de yate que tengas en casa, posees el mejor certificado náutico del mundo: saliste vivo, con tu barco. Porque si es verdad que el mar, cuando se lo propone, acaba matando a cualquiera, incluso al mejor marino, también es cierto que primero liquida a los torpes, a los arrogantes y a los imbéciles; a quienes carecen de la suficiente experiencia o la humildad -que allí son sinónimos- para comprender que el mar, reflejo exacto de la vida, con sus borrascas imprevistas y sus arrecifes acechando en alguna parte, es lugar peligroso. Y que una saludable y constante incertidumbre, la desconfianza de quien se sabe siempre en territorio enemigo, ayuda a mantenerse vivo.
Y, bueno. Eso es todo, o casi. Sólo quería decirte que, lo mismo que el mar, espejo de la vida, también la tierra firme -engañosamente firme- tiene borrascas perfectas que discurren por el corazón del ser humano, probándolo, tanteando su resistencia y su coraje. Y que no hay mejor adiestramiento y ojo marinero para enfrentarse a ellas, aparte una saludable incertidumbre, que la lucidez, la tenacidad y la cultura. Ellas te ayudarán a sobrevivir entre tus particulares temporales de fuerza 8. Y en el peor de los casos, si no queda otra, a perderte con tu barco luchando hasta el final, silencioso y sereno como un buen marino. Con el consuelo de que lo hiciste todo lo mejor posible.
Arturo Pérez-Reverte
He leído con atención tu carta. Hablas del mar y también de la borrasca en que te ves, de la incertidumbre y de la vida. Deduzco que eres muy joven, y hay algo que quisiera contarte sobre eso. Yo tengo 59 años y amo el mar, pero ya sólo navego por el Mediterráneo. Pasó la edad en que me seducían otros mares y otras costas. Con canas en la barba y arrugas en la cara acabé confirmando que mi verdadera patria es ese lugar viejo y sabio, memoria de velas blancas y naufragios, por donde vinieron los héroes, los dioses y las antiguas leyendas que me educaron con rumor de resaca, en playas donde, al fuego hecho con madera de deriva, hombres de manos encallecidas por remos y redes, piel curtida y ojos quemados de sal, fumaban tabaco negro, hervían calderos de arroz y asaban sardinas. Quien no conoce de esas aguas más que las orillas, las cree siempre apacibles, azules, de mansos amaneceres y rojas puestas de sol. Ignora que algunos de los más furiosos temporales pueden desatarse en ellas sin previo aviso: el mar golpeando de manera despiadada, voluble y traidor.
En realidad, ningún mar es mala gente. Es el viento el que lo hace peligroso y mortal. Pero, a diferencia del Atlántico, donde los temporales pueden a veces prevenirse en intensidad, trayectoria y duración, y donde la ola suele ser larga y tendida, más gobernable, el Mediterráneo desata su furia de improviso, con vientos inesperados y una ola corta, asesina, que machaca los barcos y agota a quienes los tripulan. Viví entre marinos desde niño, y me crié con relatos de buques y mar. Nunca olvidé el respeto con que viejos capitanes, curtidos en todos los océanos, hablaban de la mar terrible que los temporales del norte levantan en el golfo de León. Después, con el paso del tiempo, yo mismo tuve ocasión de comprobar en persona cómo es capaz de golpear el azul Mediterráneo cuando se torna malhumorado y cabrón. Cuando se pone barbas grises.
De una de esas situaciones hablé aquí alguna vez: fue a bordo del petrolero Puertollano, navidad de 1970, y tuvimos una mar horrorosa doblando el cabo Bon, frente a la costa de Túnez, con olas de diez metros y viento que en la escala Beaufort se conoce como temporal duro, de fuerza 10. En otras ocasiones tampoco escapé a los temibles mistrales del golfo de León o a las noroestadas duras del canal de Cerdeña; con la angustia que supone, en esos casos, estar al mando de tu propio barco, tomando las decisiones, y que éste sea un velero con tripulantes de cuyas vidas eres responsable. Y te aseguro que un mistral de fuerza 8 pegando en la amura de estribor durante horas, con sólo una trinquetilla arriba, la mayor reducida al último rizo y el barco -valiente, fiel y marinero, bendito sea- navegando a ocho nudos escorado hasta el trancanil, dando pantocazos, macheteando entre rociones y rachas la maldita ola corta mediterránea, es algo que, por mucho que ames el mar, puede hacerte renegar de él, de los barcos y de la madre que te parió.
Sin embargo, hay algo bueno en eso. Cuando todo acaba felizmente, si el barco navegó bien gobernado y estás a salvo en aguas tranquilas, hay algo que caldea tu espíritu con legítimo orgullo: pasaste la prueba. Llevaste a puerto el barco, a los tripulantes y a ti mismo. Eres marino. Hiciste las cosas como debías, y ahora estás a salvo. Librado a tus propias fuerzas, con los dientes apretados, sin aspavientos, estuviste allá lejos, donde nadie puede decir basta, oigan, paren esto que me bajo. Y, por mucho título de capitán de yate que tengas en casa, posees el mejor certificado náutico del mundo: saliste vivo, con tu barco. Porque si es verdad que el mar, cuando se lo propone, acaba matando a cualquiera, incluso al mejor marino, también es cierto que primero liquida a los torpes, a los arrogantes y a los imbéciles; a quienes carecen de la suficiente experiencia o la humildad -que allí son sinónimos- para comprender que el mar, reflejo exacto de la vida, con sus borrascas imprevistas y sus arrecifes acechando en alguna parte, es lugar peligroso. Y que una saludable y constante incertidumbre, la desconfianza de quien se sabe siempre en territorio enemigo, ayuda a mantenerse vivo.
Y, bueno. Eso es todo, o casi. Sólo quería decirte que, lo mismo que el mar, espejo de la vida, también la tierra firme -engañosamente firme- tiene borrascas perfectas que discurren por el corazón del ser humano, probándolo, tanteando su resistencia y su coraje. Y que no hay mejor adiestramiento y ojo marinero para enfrentarse a ellas, aparte una saludable incertidumbre, que la lucidez, la tenacidad y la cultura. Ellas te ayudarán a sobrevivir entre tus particulares temporales de fuerza 8. Y en el peor de los casos, si no queda otra, a perderte con tu barco luchando hasta el final, silencioso y sereno como un buen marino. Con el consuelo de que lo hiciste todo lo mejor posible.
Arturo Pérez-Reverte
viernes, 4 de marzo de 2011
LA ALEGRÍA DE PASAR CABO DE HORNOS
Ya han pasado Hornos los franceses del Virbac Paprec 3 seguidos muy de cerca por los españoles del Mafre. Lástima que estos últimos hayan tenido que hacer una pequeña parada en Isla Nueva, fondeando durante unas horas junto al Cabo para hacer reparaciones en sus drizas, después de haber estado a sólo 66 millas de los primeros ahora ya le sacan 220 millas, pero aún queda remontar todo el Atlántico y pasar de nuevo por las calmas ecuatoriales.
La alegría que debe suponer doblar Cabo de Hornos, después de cruzar todo el Indico y el Pacífico Sur debe ser indescriptible, sobre todo por lo que implica psicológicamente, dejar el gran sur y enfilar el último tramo de vuelta a casa.
Por detrás algunos problemas en la flota. El Central Lechera Asturiana rompió la parte superiór de su mástil en aguas de Nueva Zelanda obligándoles a parar en Wellington, en el Mirabaud Dominique Wavre tripula en solitario debido a la fuerte anemia que sufre su compañera Michèle Paret y en el Estrella Damm Pepe Ribes y Alex Pella continúan con dolores en sus costillas, lo que les dificulta todavía más la vida a bordo.
En fin, gajes de una vuelta al mundo en regata.
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