domingo, 29 de mayo de 2011
EL TELEFÓNICA NAVEGARÁ SOBRE AGUAS TURBULENTAS
La próxima regata alrededor del mundo Volvo Ocean Race, que dará inicio el próximo noviembre, contará de nuevo con la participación de un barco español patrocinado por Telefónica. La nueva unidad diseñada por el gabinete de Juan K y construida en la sede alicantina de los astilleros King Marine, ya ha navegado hasta Lanzarote donde el equipo tendrá su primera base de entrenamientos.
El patrocinio que la multinacional española lleva realizando durante diez años al deporte español y más concretamente a la vela de competición está muy bien y ha sido premiado recientemente.
Efectivamente el apoyo de Telefónica en vela olímpica, en crucero y en las últimas ediciones de la VOR con los “MoviStar”, “Telefónica Negro”, “Telefónica Azul” y ahora con el “Telefónica”, es de agradecer, pero tal y como están las cosas…algo chirría.
Los aproximadamente 20 millones que supone una campaña de la VOR con pretensiones de alzarse con el triunfo, seguramente supone el chocolate del loro para una compañía de esta envergadura, pero, al César lo que es del César, su última maniobra empresarial es intolerable y, desde mi punto de vista, empaña la participación de este equipo en la próxima VOR.
Pretender echar a 8.500 empleados, a costa del erario público, para mantener su nivel de beneficios invirtiendo en incentivos millonarios para sus directivos, al tiempo que esponsorizan un velero en la regata de vuelta al mundo… Cuanto menos quedará poco “elegante”.
La última Junta de accionistas de Telefónica aprobó tres planes de incentivos por valor de 565 millones de euros para directivos y empleados, la cuarta parte de las nóminas de un año para los 28.000 empleados de la compañía en España.
Telefónica argumenta en la memoria del Expediente de Regulación de Empleo (ERE) que acaba de presentar y que afecta a 8.500 trabajadores (375 en Galicia), que el coste por empleado en la Península Ibérica es “elevado”, ya que asciende a 72.000 euros. Sin embargo, cada uno de los 1.900 directivos que se beneficiarán del plan de incentivos a largo plazo recibirán de media algo más de 236.000 euros cada uno, una cantidad a mayores de su sueldo. El 93% de los accionistas presentes en la Junta y representados votaron a favor de este y otros dos planes de incentivos, así como el pago de un dividendo de 0,77 euros por acción, hasta los 6.755 millones de euros.
Según la información remitida por la empresa a la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV), los otros dos planes citados suponen una cuantía de 115 millones de euros y están destinados a directivos, empleados y también para los más altos ejecutivos. En el caso del plan para 1.900 directivos, cada año la compañía podrá decidir si amplía o no el importe de los bonus, que ahora están fijados en 450 millones de euros.
En el escrito del BNG que solicita la comparecencia del ministro de Trabajo, Valeriano Gómez, para que explique su postura ante el ERE de Telefónica, se denuncia esos planes de incentivos por más de 560 millones de euros, de los que un total de 50 millones van a parar a los tres principales directivos de la multinacional de telecomunicaciones.
Pese a la caída de los ingresos en España, los datos globales de la compañía han sido más que favorables, sobre todo teniendo en cuenta el actual contexto económico. La aportación de los mercados exteriores, especialmente Latinoamérica, ha sido decisiva para empujar el beneficio neto de la empresa más valiosa de la Bolsa española y una de las empresas más admiradas en el mundo de los negocios a nivel internacional. El año pasado, la empresa cosechó las mejores ganancias de su historia y de la historia empresarial española, al obtener un beneficio neto de 10.167 millones de euros.
Para mantener este ritmo de ganancias, la dirección ha optado por reducir gastos en la mayor cuantía, la de personal, pero al mismo tiempo impulsa los incentivos a directivos para, según su estrategia, obtener unos resultados todavía más sobresalientes.
Telefónica pretende que se sufraguen con fondos del Sistema Público de Empleo los gastos del ajuste de 8.500 empleos que se ha propuesto llevar a cabo, incluidas las cantidades que pudieran corresponder a estos trabajadores en concepto de desempleo.
El Gobierno quiere que Telefónica pague el paro de los despedidos de un ajuste que le costaría al Estado unos 270 millones, mientras que los directivos se van a repartir más de 550 millones.
Sin embargo la modificación de la norma, incluida en una enmienda a la ley de Empleabilidad y Protección Social, podría no llegar a tiempo, puesto que su votación tendrá lugar en julio, mientras el plazo de tramitación del ERE, presentado esta semana por Telefónica, se va a extender como mucho durante mes y medio.
*Fuentes: Xornal de Galicia.com y La Voz de Galicia
martes, 24 de mayo de 2011
EL CEMENTERIO DE BARCOS
Eran los tiempos en los que el plástico aún no se había apoderado del mundo, las cosas eran sencillas, o al menos así se veían desde la infancia, y cualquier cosa servía para dejar volar la imaginación…
Teníamos lugares especiales, más cuanto más prohibidos, aunque este no era el caso, pues por entonces los niños podíamos campar a nuestras anchas casi por cualquier parte.
Uno de esos lugares mágicos para mí era el viejo cementerio de barcos, en la rivera donde dejaban los pesqueros de madera, cuando ya habían terminado sus días de navegación, para que la lluvia, el sol y las mareas se fueran haciendo cargo de ellos, con las cuadernas medio enterradas en la arena como si navegasen escorados para siempre. Algunos parecían ya los restos de ballenas varadas en la playa, pero otros aún conservaban sus cubiertas de madera gris en relativo buen estado, lo suficiente como para que sobre ellas soñásemos con grandes singladuras y jugásemos a los piratas, dispuestos a pasar por la quilla al que osase a subir a nuestros navíos sin permiso.
Ese viejo cementerio de la infancia desapareció sepultado por un paseo marítimo, pero en la orilla contraria, donde el río se mezcla con el mar, aún quedan desperdigados algunos restos de los últimos pesqueros y botes de madera medio comidos por las algas, el lodo y el paso del tiempo. Sin embargo ya no se ven niños jugando sobre sus cubiertas…
Pensándolo bien después de los años, creo que aquel viejo cementerio de barcos fue mi primera escuela de navegación, aunque sólo fuera con mi imaginación. Qué mejor final para un barco que enseñar los secretos del mar a quien aún tenía intacta la capacidad de soñar.
Teníamos lugares especiales, más cuanto más prohibidos, aunque este no era el caso, pues por entonces los niños podíamos campar a nuestras anchas casi por cualquier parte.
Uno de esos lugares mágicos para mí era el viejo cementerio de barcos, en la rivera donde dejaban los pesqueros de madera, cuando ya habían terminado sus días de navegación, para que la lluvia, el sol y las mareas se fueran haciendo cargo de ellos, con las cuadernas medio enterradas en la arena como si navegasen escorados para siempre. Algunos parecían ya los restos de ballenas varadas en la playa, pero otros aún conservaban sus cubiertas de madera gris en relativo buen estado, lo suficiente como para que sobre ellas soñásemos con grandes singladuras y jugásemos a los piratas, dispuestos a pasar por la quilla al que osase a subir a nuestros navíos sin permiso.
Ese viejo cementerio de la infancia desapareció sepultado por un paseo marítimo, pero en la orilla contraria, donde el río se mezcla con el mar, aún quedan desperdigados algunos restos de los últimos pesqueros y botes de madera medio comidos por las algas, el lodo y el paso del tiempo. Sin embargo ya no se ven niños jugando sobre sus cubiertas…
Pensándolo bien después de los años, creo que aquel viejo cementerio de barcos fue mi primera escuela de navegación, aunque sólo fuera con mi imaginación. Qué mejor final para un barco que enseñar los secretos del mar a quien aún tenía intacta la capacidad de soñar.
domingo, 15 de mayo de 2011
TRES DÍAS POR LA COSTA DA MORTE
Un par de días en tierra fueron suficientes para descansar de la anterior travesía. Ahora tocaba navegar más relajadamente, en un barco más grande y en agradable compañía.
Como pasa a menudo, los reportes meteorológicos de la tele daban un mal fin de semana para Galicia y como tantas otras veces, no fue así. No obstante, una detenida observación de las webs meteorológicas permitieron clavar la predicción para los tres días.
En principio tendríamos un magnífico sábado, con viento del NE que iría arreciando según avanzase el día llegando a fuerza 5-6. Para el domingo anunciaban fuerza 3-4 del N y un ligero empeoramiento para el lunes, con brisas ligeras del NE y visibilidad regular a mala por posibles chubascos.
Así las cosas quedé con la tripulación el sábado por la mañana en el puerto de Sada. Una vez a bordo del “Cadenote Uno” planeamos la travesía en función de la predicción meteorológica. Navegaríamos ese día hasta la Ría de Camariñas, cubriendo las aproximadamente 55 millas en unas 7 – 8 horas.
Dejábamos el puerto a las once de la mañana, antes de que se entablase el viento, navegando hacia la boca de la Ría de Ares a motor y con la mayor izada. En cuanto dejamos la ría, ya con 15 nudos de viento, apagamos el motor y navegamos en principio a un largo con toda la mayor y el génova.
Qué buena sensación de velocidad y estabilidad daba volver a navegar en el Cadenote Uno. ¡Si es que este barco me mal acostumbra!
Poco a poco el viento fue arreciando hasta los 20 nudos antes de llegar a las Islas Sisargas. Una vez librados los bajos de Baldayo enfilamos, ya en popa cerrada, hacia el canal entre las islas y tierra, y al dejarlo atrás, toda la tripulación se fue turnando a la rueda del timón para ir cogiendo mano con viento y mar de popa. Es cuestión de echarle horas para llegar a sentir el barco y poder anticiparse a sus movimientos con fin de mantener un rumbo estable.
El viento siguió arreciando hasta sobrepasar los 25 nudos y la mar creció en consonancia, tal como avanzó la predicción. Como el viento entraba justo de popa navegamos en un bordo que nos separaba de la costa para, en su momento, trasluchar y poner rumbo hacia el siempre espectacular Cabo Vilán. Doblado el cabo la mar se calmó pero el viento apretó aún un poquito más. Librando piedras y bajos nos fuimos adentrando en la ría hasta que nos aproamos para arriar velas, adujar la mayor y preparar la maniobra de atraque.
A pesar de que no respondieron a la llamada de radio, nos dirigimos a los pantalanes del C.N. de Camariñas, donde el encargado, junto a dos tripulantes suecos, nos indicaban el punto de amarre y nos echaban una mano en la maniobra.
A pesar de las fechas, el pantalán de transeúntes estaba prácticamente lleno de barcos, básicamente extranjeros. Banderas suecas, holandesas, inglesas y francesas ondeaban en las popas. Y las plazas que quedaban libres casi se acabaron llenando antes de caer la noche.
Serían las 18:30 o las 19:00 horas cuando por fin quedamos amarrados. Muy buena hora para arribar, aún con el sol alto y después de una cómoda jornada de navegación.
Arreglado el ligero trámite de rellenar datos y pagar, nos fuimos tranquilamente por el pueblo a tomarnos una merecida cerveza primero y callejear después en busca de un lugar para cenar. Cómo recalar en Camariñas y no degustar unos percebiños, además de otras ricas viandas “e bo viño”… ;-)
Agradable tertulia y de vuelta al barco a dormir.
La mañana del domingo amaneció encapotada de nubes grises y brisa suave. Fuimos pasando a la ducha y un servidor se dio un paseito matutino por el puerto, curioseando pesqueros, aparejos y “trebellos” varios que fotografiar. Nos acercamos a una cafetería abierta para desayunar y con calma vuelta al barco para zarpar.
La etapa del día sería de poco más de 20 millas hasta la vecina Ría de Corme y Laxe, volviendo casi por nuestra derrota del día anterior, así que no había prisa.
La mañana abría y algo después de las diez largábamos amarras.
Izamos velas y nos dejamos llevar por la brisa hacia el interior de la ría, donde avistamos una manada de grandes delfines mulares que sin duda se estaban cobrando el desayuno. Acompañándoles fuimos virando hacia la salida de la agreste Ría de Camariñas mientras la mañana seguía mejorando y el viento poco a poco despertaba.
Navegando de ceñida dimos un repiquete hacia el cabo pasando junto al bajo de Las Quebrantas que, a pesar de que apenas había mar, mostraba la espuma de su rompiente y en la base del faro volvimos a virar en una bordada hacia fuera hasta que nos diese para poner rumbo hacia Corme. Practicando los tripulantes al timón en rumbo de ceñida, siguiendo las impertinentes lanillas del génova, este se acuarteló, obligándonos a virar. Navegamos muy próximos a la costa por delante del cementerio de los ingleses, junto a la ensenada de Trece y, al estar a la altura de Camelle, el viento roló lo suficiente para hacer rumbo directo hacia Corme, con 15 nudos de viento de ceñida. Al medio día arribamos a una confortable cala junto a Corme, resguardados del viento, donde fondeamos para comer. Picoteo, tertulia, musiquilla y siesta hasta que a media tarde levamos el ancla para dirigirnos en popa al puerto pesquero de Laxe, donde pasaríamos la noche.
Una vez en el puerto hubo que culebrear entre pesqueros para encontrar un hueco en el muelle donde amarrar y una vez terminada la maniobra dimos un paseo por el pueblo, tomamos una cerveza y nuevamente buscamos sitio para cenar.
De vuelta al barco, ya de noche, vimos que se nos había abarloado un pesquero por fuera.
A eso de las once del día siguiente dos de los tripulantes tenían que desembarcar en A Coruña para coger un avión, así que deberíamos zarpar a las cuatro de la madrugada. Razón por la cual decidimos dejar el muelle, ahora que estábamos todos para la maniobra, e ir a fondear en la dársena del puerto para pasar la noche, despreocupándonos así de la hora de salida de los pesqueros.
La maniobra consistió en salir de nuestro sitio, dejando al pesquero amarrado al muelle y toda la tripulación realizó su cometido con precisión.
A las 04:00 h levaba el ancla e inmediatamente la mayor parte de la tripulación estaba en cubierta, no sé si por un sentimiento de obligación y solidaridad o para experimentar las sensaciones de la navegación en una noche oscura como el sobaco de un grillo.
Apenas soplaba una brisa y navegamos a motor enfilando primero la luz del faro del Roncudo hasta salir de la ría y en cuanto identificamos el período y la frecuencia de los faros de Punta Nariga y Sisargas cambiamos de rumbo hacia este último.
Poco había que hacer en esas condiciones y no tenía mucho sentido que la tripulación permaneciese en cubierta. Había 35 millas hasta A Coruña y faltaban unas tres horas para que amaneciera. Aunque intentaban resistirse al sueño, poco a poco fueron volviendo a sus camarotes. La mañana despuntó encapotada y con mala visibilidad y a pesar de su cercanía, la Torre de Hércules tardó en mostrar tímidamente su silueta entre la bruma. No tardamos en bordear el espigón del puerto de A Coruña y dirigirnos, primero, a los pantalanes de Marina Coruña con la idea de desembarcar a nuestros dos tripulantes y tomarnos un café. Hablamos con un marinero de esas instalaciones pero sorprendentemente quiso cobrarnos por la escasa hora que pretendíamos amarrar. Estaba en su derecho pero resultó un detalle muy poco marinero. Así que media vuelta y nos dirigimos a los pantalanes del Náutico nuevo (que de nuevo tiene ya bien poco) que están justo al lado, donde no tuvimos ningún problema para amarrar un rato mientras fuimos a desayunar. Se agradecen los sitios que aún conservan cierta tradición marinera, frente a las nuevas marinas que se plantean sólo como un negocio. Nos despedimos de nuestros dos tripulantes y zarpamos de nuevo para aprovechar un día de navegación que se debatía entre claros y oscuros chubascos.
En cuanto salimos del espigón izamos velas para que la brisa incipiente nos llevase hacia la vecina Ría de Ares, sin prisa. Con el islote de La Marola ya por el través izamos también el spi asimétrico para adentrarnos en la ría. El contraste del cielo, según hacia donde mirases, era notorio. Hacia tierra, gris oscuro, despejado hacia el mar abierto, por lo que viramos hacia fuera disfrutando de unos 12 ó 13 nudos de viento hasta que a media tarde volvimos al Puerto de Sada, terminando así con tres jornadas de agradable navegación a lo largo de la “Costa da Morte".
Como pasa a menudo, los reportes meteorológicos de la tele daban un mal fin de semana para Galicia y como tantas otras veces, no fue así. No obstante, una detenida observación de las webs meteorológicas permitieron clavar la predicción para los tres días.
En principio tendríamos un magnífico sábado, con viento del NE que iría arreciando según avanzase el día llegando a fuerza 5-6. Para el domingo anunciaban fuerza 3-4 del N y un ligero empeoramiento para el lunes, con brisas ligeras del NE y visibilidad regular a mala por posibles chubascos.
Así las cosas quedé con la tripulación el sábado por la mañana en el puerto de Sada. Una vez a bordo del “Cadenote Uno” planeamos la travesía en función de la predicción meteorológica. Navegaríamos ese día hasta la Ría de Camariñas, cubriendo las aproximadamente 55 millas en unas 7 – 8 horas.
Dejábamos el puerto a las once de la mañana, antes de que se entablase el viento, navegando hacia la boca de la Ría de Ares a motor y con la mayor izada. En cuanto dejamos la ría, ya con 15 nudos de viento, apagamos el motor y navegamos en principio a un largo con toda la mayor y el génova.
Qué buena sensación de velocidad y estabilidad daba volver a navegar en el Cadenote Uno. ¡Si es que este barco me mal acostumbra!
Poco a poco el viento fue arreciando hasta los 20 nudos antes de llegar a las Islas Sisargas. Una vez librados los bajos de Baldayo enfilamos, ya en popa cerrada, hacia el canal entre las islas y tierra, y al dejarlo atrás, toda la tripulación se fue turnando a la rueda del timón para ir cogiendo mano con viento y mar de popa. Es cuestión de echarle horas para llegar a sentir el barco y poder anticiparse a sus movimientos con fin de mantener un rumbo estable.
El viento siguió arreciando hasta sobrepasar los 25 nudos y la mar creció en consonancia, tal como avanzó la predicción. Como el viento entraba justo de popa navegamos en un bordo que nos separaba de la costa para, en su momento, trasluchar y poner rumbo hacia el siempre espectacular Cabo Vilán. Doblado el cabo la mar se calmó pero el viento apretó aún un poquito más. Librando piedras y bajos nos fuimos adentrando en la ría hasta que nos aproamos para arriar velas, adujar la mayor y preparar la maniobra de atraque.
A pesar de que no respondieron a la llamada de radio, nos dirigimos a los pantalanes del C.N. de Camariñas, donde el encargado, junto a dos tripulantes suecos, nos indicaban el punto de amarre y nos echaban una mano en la maniobra.
A pesar de las fechas, el pantalán de transeúntes estaba prácticamente lleno de barcos, básicamente extranjeros. Banderas suecas, holandesas, inglesas y francesas ondeaban en las popas. Y las plazas que quedaban libres casi se acabaron llenando antes de caer la noche.
Serían las 18:30 o las 19:00 horas cuando por fin quedamos amarrados. Muy buena hora para arribar, aún con el sol alto y después de una cómoda jornada de navegación.
Arreglado el ligero trámite de rellenar datos y pagar, nos fuimos tranquilamente por el pueblo a tomarnos una merecida cerveza primero y callejear después en busca de un lugar para cenar. Cómo recalar en Camariñas y no degustar unos percebiños, además de otras ricas viandas “e bo viño”… ;-)
Agradable tertulia y de vuelta al barco a dormir.
La mañana del domingo amaneció encapotada de nubes grises y brisa suave. Fuimos pasando a la ducha y un servidor se dio un paseito matutino por el puerto, curioseando pesqueros, aparejos y “trebellos” varios que fotografiar. Nos acercamos a una cafetería abierta para desayunar y con calma vuelta al barco para zarpar.
La etapa del día sería de poco más de 20 millas hasta la vecina Ría de Corme y Laxe, volviendo casi por nuestra derrota del día anterior, así que no había prisa.
La mañana abría y algo después de las diez largábamos amarras.
Izamos velas y nos dejamos llevar por la brisa hacia el interior de la ría, donde avistamos una manada de grandes delfines mulares que sin duda se estaban cobrando el desayuno. Acompañándoles fuimos virando hacia la salida de la agreste Ría de Camariñas mientras la mañana seguía mejorando y el viento poco a poco despertaba.
Navegando de ceñida dimos un repiquete hacia el cabo pasando junto al bajo de Las Quebrantas que, a pesar de que apenas había mar, mostraba la espuma de su rompiente y en la base del faro volvimos a virar en una bordada hacia fuera hasta que nos diese para poner rumbo hacia Corme. Practicando los tripulantes al timón en rumbo de ceñida, siguiendo las impertinentes lanillas del génova, este se acuarteló, obligándonos a virar. Navegamos muy próximos a la costa por delante del cementerio de los ingleses, junto a la ensenada de Trece y, al estar a la altura de Camelle, el viento roló lo suficiente para hacer rumbo directo hacia Corme, con 15 nudos de viento de ceñida. Al medio día arribamos a una confortable cala junto a Corme, resguardados del viento, donde fondeamos para comer. Picoteo, tertulia, musiquilla y siesta hasta que a media tarde levamos el ancla para dirigirnos en popa al puerto pesquero de Laxe, donde pasaríamos la noche.
Una vez en el puerto hubo que culebrear entre pesqueros para encontrar un hueco en el muelle donde amarrar y una vez terminada la maniobra dimos un paseo por el pueblo, tomamos una cerveza y nuevamente buscamos sitio para cenar.
De vuelta al barco, ya de noche, vimos que se nos había abarloado un pesquero por fuera.
A eso de las once del día siguiente dos de los tripulantes tenían que desembarcar en A Coruña para coger un avión, así que deberíamos zarpar a las cuatro de la madrugada. Razón por la cual decidimos dejar el muelle, ahora que estábamos todos para la maniobra, e ir a fondear en la dársena del puerto para pasar la noche, despreocupándonos así de la hora de salida de los pesqueros.
La maniobra consistió en salir de nuestro sitio, dejando al pesquero amarrado al muelle y toda la tripulación realizó su cometido con precisión.
A las 04:00 h levaba el ancla e inmediatamente la mayor parte de la tripulación estaba en cubierta, no sé si por un sentimiento de obligación y solidaridad o para experimentar las sensaciones de la navegación en una noche oscura como el sobaco de un grillo.
Apenas soplaba una brisa y navegamos a motor enfilando primero la luz del faro del Roncudo hasta salir de la ría y en cuanto identificamos el período y la frecuencia de los faros de Punta Nariga y Sisargas cambiamos de rumbo hacia este último.
Poco había que hacer en esas condiciones y no tenía mucho sentido que la tripulación permaneciese en cubierta. Había 35 millas hasta A Coruña y faltaban unas tres horas para que amaneciera. Aunque intentaban resistirse al sueño, poco a poco fueron volviendo a sus camarotes. La mañana despuntó encapotada y con mala visibilidad y a pesar de su cercanía, la Torre de Hércules tardó en mostrar tímidamente su silueta entre la bruma. No tardamos en bordear el espigón del puerto de A Coruña y dirigirnos, primero, a los pantalanes de Marina Coruña con la idea de desembarcar a nuestros dos tripulantes y tomarnos un café. Hablamos con un marinero de esas instalaciones pero sorprendentemente quiso cobrarnos por la escasa hora que pretendíamos amarrar. Estaba en su derecho pero resultó un detalle muy poco marinero. Así que media vuelta y nos dirigimos a los pantalanes del Náutico nuevo (que de nuevo tiene ya bien poco) que están justo al lado, donde no tuvimos ningún problema para amarrar un rato mientras fuimos a desayunar. Se agradecen los sitios que aún conservan cierta tradición marinera, frente a las nuevas marinas que se plantean sólo como un negocio. Nos despedimos de nuestros dos tripulantes y zarpamos de nuevo para aprovechar un día de navegación que se debatía entre claros y oscuros chubascos.
En cuanto salimos del espigón izamos velas para que la brisa incipiente nos llevase hacia la vecina Ría de Ares, sin prisa. Con el islote de La Marola ya por el través izamos también el spi asimétrico para adentrarnos en la ría. El contraste del cielo, según hacia donde mirases, era notorio. Hacia tierra, gris oscuro, despejado hacia el mar abierto, por lo que viramos hacia fuera disfrutando de unos 12 ó 13 nudos de viento hasta que a media tarde volvimos al Puerto de Sada, terminando así con tres jornadas de agradable navegación a lo largo de la “Costa da Morte".
domingo, 8 de mayo de 2011
DE DENIA A VIGO EN EL "EVA"
“ De vuelta al barco muy cansado pero satisfecho. Al tumbarme en la litera, envuelto en la quietud y el silencio del puerto, me quedé mucho rato reflexionando en los malos momentos que se viven en el mar y la proporción tan desfavorable que existe entre los buenos y los malos momentos. Pero ¡cómo pesan los buenos y que pronto se olvidan los malos!
¿Cuántos malos momentos se borraron con la satisfacción de haber llegado a tierra, después de una buena ducha y de haber disfrutado de una cena en condiciones?”
Adaptación de la reflexión de Ramón Prat plasmada en su libro “La odisea del Paradisse”
El libro de Ramón Prat (http://www.laodiseadelparadisse.com/) fue el que me llevé como lectura para esta travesía y sólo un día antes de leer esta reflexión en el libro, había estado pensando yo en lo mismo, mientras me resguardaba del temporal en la Marina de Lagos, en el Algarve portugués.
Travesía que consistía en llevar un Ketch de 11 m (Beneteau Evasion 37), el “EVA”, desde Denia hasta su nueva casa en Vigo, en principio acompañado por sus nuevos armadores. Teníamos previsto hacer las teóricas 860 millas durante ocho días de la semana santa, aprovechando las a priori favorables condiciones meteorológicas. Pero finalmente resultaron 1.005 millas, no siempre en condiciones favorables y, salvo el primer día, sin tripulación.
El jueves 14 de abril me desplacé hasta Denia para revisar y preparar el barco junto con su anterior armador. Por la tarde del día siguiente llegaban los nuevos armadores y el sábado salíamos todos al mar para probar las prestaciones del Eva, atendiendo a los consejos de quien había hecho muchas millas ya con el barco, al tiempo que se despedía de él.
El domingo 17 por la mañana zarpábamos del puerto de Denia con intención de llegar directamente hasta Gibraltar. El día era bueno, en principio con una suave brisa de levante que según el parte meteorológico iría increscendo hasta los 15 – 20 nudos y rolando al NE.
Antes de doblar Cabo San Antonio ya habíamos desplegado todo el velamen, mayor, mesana y génova, pero apoyados con el motor. El día fue tranquilo y navegábamos a buen ritmo, pero por la tarde, según iba arreciando el viento e iba aumentando un poco la mar que llegaba por la aleta, al barco, ardiente, le empezaba a costar mantener el rumbo con el piloto automático (ya nos había avisado el anterior armador), haciendo frecuentes guiñadas, por lo que arriamos la mesana en principio, después recogimos un poco de mayor para finalmente quitarla del todo, quedándonos con el génova, mientras recibíamos ya el viento y la mar de popa. Intenté atangonar la vela de proa, pero el poco utilizado tangón rompió su enganche del palo a las primeras de cambio, así que hubo que prescindir de él en adelante.
Cuando se lleva tiempo sin navegar siempre cuesta amarinar el cuerpo, pero si además es la primera travesía de estas características que se realiza las papeletas para sufrir el “mal de mer” aumentan considerablemente. Fue el caso de la pareja de nuevos armadores, que a partir de la primera tarde empezaron a sentir sus efluvios. A última hora la mar había empezado a ponerse algo incómoda y mi intento de reponer a la tripulación con una sopa caliente fue la estocada definitiva. Antes de la puesta de sol ambos habían desaparecido ya de cubierta, con lo que se presentaba una larga noche de guardia. La luna llena ayudó a tener una agradable navegación nocturna, avanzando a buen ritmo y esa misma noche doblábamos ya Cabo de Palos. Para navegar en solitario primero debo hacer un ejercicio de mentalización y programación, pero las circunstancias no me permitieron organizarme como hubiese querido, así que esa primera noche en cubierta resultó cansada también para mí.
A eso de las dos de la madrugada, mientras pasábamos al través de Cartagena, el barco se atravesó a la mar y una ola rompiente nos golpeó fuertemente por la banda de babor, provocando una fuerte escora y empapando la cubierta, que hasta ese momento permanecía seca, poniéndome a mí “de gala” y entrando por la escotilla del salón, que tenía una rendija abierta.
A pesar de que viento y mar siguieron aumentando durante la mañana siguiente, ese fue el único “incidente”, llegando a los 28 – 30 nudos a lo largo de la costa del parque natural de Cabo de Gata – Níjar. Dado que los armadores no se recuperaban, a medio día optamos por recalar en el pequeño puerto de San José, próximo a Cabo de Gata, donde ellos desembarcarían. Tampoco se trataba de sufrir inútilmente y ya tendrían tiempo de irse adaptando al barco poco a poco más adelante.
Arribamos al puerto justo a tiempo para ir a comer algo y dedicar la tarde para reponerse de la larga noche y echar un vistazo a la meteo en un ciber.
El parte meteorológico anunciaba una considerable mejoría de las condiciones para el día siguiente y aproveché la recalada para organizarme y prepararme para continuar solo. Me planteé la posibilidad de avisar a alguien para que me acompañara, pero lo imprevisto de la situación y la premura de pasar el Estrecho con levante antes de que cambiasen las condiciones me decidieron a continuar en solitario. Además me apetecía.
Cenamos en un agradable y tranquilo restaurante de comida ecológica y me despedí de los armadores que esa noche ya dormirían en un hotel.
A la mañana siguiente, temprano, zarpaba nuevamente con rumbo a Punta Europa, en la entrada del Estrecho de Gibraltar. La mar estaba tranquila, el día era bueno, a pesar de que anunciaban posibles chubascos aislados, y soplaban unos 15 nudos de viento de popa, que me permitieron navegar a lo largo del Golfo de Almería a orejas de burro.
Día de navegación muy agradable amenizado por la tarde por una manada de delfines que me acompañó largo rato. Hacía tiempo que no les cantaba a los delfines y me puse al día :-)
Aproveché el día tranquilo para descansar todo lo posible con vistas a la noche, luego me organicé con la alarma del radar y el despertador para echar unas cabezadas en períodos de unos 30 minutos, mientras los delfines seguían velando por mí. El día amaneció encapotado y el cielo se fue cerrando cada vez más a medida que me aproximaba al Estrecho con visibilidad bastante reducida.
Esa mañana continuaba escoltado por la misma manada de delfines, estaba claro que les habían gustado mis cánticos…. ;-)
Ya a partir de unas treinta millas antes de Punta Europa empecé a encontrarme con numerosos mercantes y petroleros en navegación pero sin máquina, quizá esperando a enfilar al dispositivo de separación de tráfico del Estrecho con corriente favorable. Cerca ya del Peñón llegué a tener hasta diecisiete buques en la pantalla del radar que llevaba con un rango de seis millas.
La escasa visibilidad no me dejó ver el Peñón de Gibraltar hasta estar muy próximo, mientras una corriente favorable me empujaba a 8 nudos. Quería aprovechar para repostar gas oil en Gibraltar, pues allí es mucho más barato y a medio día me adentraba en la Bahía de Algeciras-Gibraltar entre un montón de grandes buques fondeados (alguno de los petroleros resultó no estar fondeado y me di cuenta una vez que había cruzado su proa a escasos metros). Me dirigí a la marina que está justo al lado del aeropuerto, pasando por delante de la pista de aterrizaje cuando por una megafonía de tierra escuché “plane landing”. A los pocos segundos oí un estruendo por mi popa y vi un reactor de Easy Jet descendiendo a pocos metros sobre los mástiles para tomar tierra en la exigua pista del aeropuerto de Gibraltar…¡Qué susto! Atraqué en el muelle del gas oil dándole la amarra de proa a un operario mientras yo me hacía cargo de la de popa. Reposté, rellené niveles de aceite y refrigerante mientras me di cuenta que el barco se había abierto de proa al soltarse la amarra de la que se había encargado el operario. Al quedar sujeto por popa el barco dio la vuelta y volví a hacerlo firme quedando amarrado por la otra banda, de forma que ahora quedaba con la proa hacia fuera. El tiempo en Gibraltar estaba amenazador, con fuertes rachas de viento y nubes negras que amenazaban lluvia. Consulté la meteo telefónicamente con mi chica, que durante la travesía y cuando había cobertura hizo de “informadora meteorológica”. Sentía tentaciones de recalar en la vecina marina de la Línea de la Concepción, Marina Alcaidesa, pero el parte daba un empeoramiento de las condiciones con cambio a poniente para el día siguiente, y por tanto decidí continuar para dejar atrás el Estrecho cuanto antes, ahora que estaba de levante.
La “pit stop” en Gibraltar fue breve y en hora y media estaba saliendo de nuevo al Estrecho. En cuanto doblé Punta Carnero el viento fue arreciando, sobrepasando los 30 nudos y rachas de 35 al pasar al través del faro de Isla Tarifa.
A partir de ahí la corriente en contra se hizo fortísima. La dirección contraria entre corriente y viento, junto al choque de corrientes hacía hervir la mar de forma espectacular, con olas rompientes, agitadas y desordenadas que por momentos, a pesar de planear en las rompientes con aparente velocidad, hacía que el indicador de velocidad respecto al fondo del GPS a veces no superase los 0,9 nudos…. Espectacular!!! Tardé un buen rato en conseguir salir del canal de corriente desfavorable arrumbando hacia Punta de Gracia una vez superado el Bajo de Los Cabezos, para después volver a poner rumbo directo a Cabo San Vicente. Cuando por fin pude poner rumbo directo al cabo ya se había hecho de noche y el viento no sólo no amainaba sino que la mar había crecido considerablemente. Un parte meteorológico radiado por Tarifa tráfico anunciaba un empeoramiento de las condiciones para el Golfo de Cádiz. Me sentía cansado y el aspecto de la mar, en la oscuridad de la noche, era inquietante. En tales condiciones era difícil que pudiera descansar algo, así que tras sopesarlo un buen rato decidí poner rumbo hacia Cádiz. Ajusté el radar a las condiciones de mar y puse las alarmas para poder dormir durante un rato. Cuando desperté el viento y la mar habían disminuido sensiblemente, lo que me hizo pensar que las condiciones que tenía hace un rato se debían a la influencia del Estrecho y que al irme alejando estas mejorarían. Quería aprovechar ese viento favorable ya que sabía que más adelante se iría yendo a la proa. Lo volví a sopesar y cambié de nuevo el rumbo hacia San Vicente. Dada la momentánea mejoría me eché a dormir una hora seguida, al cabo de la cual, al subir a cubierta, me encontré con que las condiciones se habían recrudecido de nuevo, pero ahora además se veían relámpagos con sus respectivos truenos. Recordé el anuncio del último parte meteorológico y la prudencia hizo que una vez más volviese a cambiar el rumbo para dirigirme hacia Cádiz. Lo había intentado, pero no debía obcecarme. Ahora navegaba al nuevo rumbo atravesado al viento y la mar, con lo que las condiciones de navegación se habían hecho más incómodas. Reduje más la superficie del génova y desplegué un poco de vela mayor. Al rato apareció por la amura de estribor un buque que venía a rumbo de colisión. En un principio pensé que se trataba de un mercante rumbo a Huelva, pero cuando estuvo más cerca pude apreciar por los prismáticos que se trataba de un buque de guerra…Puse proa a la mar para apartarme de su derrota, con lo que apenas avanzaba a un nudo o dos de velocidad y unos instantes más tarde vi que variaba su rumbo y me enfilaba de nuevo… ¡Joder con la Armada! ¡Siempre dando por “popa” en esta zona! Pero lo que en realidad estaban haciendo era virar en redondo y un momento después le veía la luz de alcance, así que volví a mi rumbo original, haciendo de nuevo unos 6 ó 7 nudos en dirección a la Bahía de Cádiz, que tardé un par de horas en alcanzar. Empezó a clarear en plena Bahía y rápidamente amaneció, ya todo más tranquilo según me iba adentrando por el canal de entrada, rumbo al espigón de Puerto Sherry, al fondo de la Bahía. Preparé la maniobra de atraque y cuando estuve cerca de la bocana llamé por el canal 9 VHF. Me contestaron enseguida y pronto estuve amarrado en el pantalán de espera del puerto. Los marineros me indicaron que la oficina abriría en una hora y que una vez hechos los trámites de entrada me asignarían un amarre, así que en vez de irme a dormir preferí darme un paseo en busca de un café abierto, que no encontré. Realizado el papeleo de entrada y una vez en el amarre, me preparé un buen desayuno y me dedique a arranchar y limpiar el barco, me di una buena ducha, preparé el adaptador para la corriente de tierra y rellené el depósito de agua dulce. El resto de la mañana, dado que aún hacía buen día, dí una vuelta por la marina haciendo alguna foto. Esta es una marina que está empezando a resurgir de nuevo de sus “cenizas”, tras sus primeros años de bonanza el ambicioso proyecto del puerto y su urbanización de viviendas acabaron en quiebra. Los siguientes años se hizo cargo de su gestión la junta del puerto de Cádiz, con un progresivo abandono, y ahora parece que empieza de nuevo a levantar cabeza. Lo malo es que está un poco apartada del centro de población más próximo que es Puerto de Santa María, aproximadamente a una media hora andando.
Después de comer me eché una siesta importante y me dispuse a ir hasta el pueblo en busca de un ciber para obtener información meteorológica, ya que en la oficina de la marina sólo pude ver el Windgurú para la zona, pero quería hacerme una idea de lo que me encontraría hasta San Vicente y más allá.
Era jueves santo y la probabilidad de encontrar un ciber abierto era remota, pero resultó que en todo el Puerto de Santa María no hay un solo ciber, ni abierto ni cerrado. Compré tabaco y volví al barco. El tiempo había ido empeorando en el transcurso del día y en el camino de vuelta tuve que refugiarme un par de veces en chiringuitos de sendos chubascos salvajes.
De vuelta a bordo recurrí al “comodín de la llamada” para obtener información meteorológica y así poder decidir cuándo zarpar de nuevo. La previsión no era nada halagüeña y por tanto había que elegir la opción menos mala. El viernes parecía que había una pequeña tregua, con viento del Oeste, Noroeste, es decir de la proa, pero es que después llegaba otro frente con más viento y también de proa. Menos probabilidad de chubascos y mar según fuese avanzando hacia el WNW. Con esta información decidí salir el viernes al medio día, no temprano para ir dejando que la mar se apaciguase un poco después de dos días soplando fuerte.
Esa noche me hice una buena cena y me acosté temprano, pues estaba bastante cansado y había que reponer fuerzas y ánimo. Da gusto irse a dormir despreocupado, en la tranquilidad del puerto mientras oyes silbar el viento en los obenques.
Al día siguiente, por la mañana, seguía soplando pero menos. Me asomé por encima del espigón para ver el aspecto de la bahía y vi que se aproximaba un gran claro, que hace que todo se vea más dulce, al tiempo que pude disfrutar de la arribada de un bergantín de cuatro palos que entraba en le Puerto de Cádiz.
Pasé por las duchas y después de desayunar empecé a preparar todo con calma para zarpar. Quité el adaptador de corriente de tierra, fui a la oficina de la marina para devolverlo, pagar y avisar de mi partida, al tiempo que echaba el último vistazo al parte meteorológico que amablemente me imprimieron.
Preparé unas lentejas con arroz para comer y para dejar listas por si en las próximas horas no podía cocinar y a las 14:15 h salía por la bocana del puerto hacia la bahía, mientras recogía la maniobra de atraque (defensas y amarras).
Próximo punto de destino en el GPS, Punta de Sagres, justo antes de Cabo San Vicente, adonde debería llegar como mucho a media mañana del día siguiente.
Al salir de la bahía la luz era mágica, el claro estaba pasando y por la proa se avecinaban chubascos oscuros. El verde intenso del mar contrastaba con el gris oscuro del cielo, amenazador. A medida que iba dejando atrás la protección de la bahía la mar se hacía más grande e impedía el avance del Eva. La verdad es que, aunque bonito, no tenía muy buena pinta.
Desplegué un poco de génova y un poco de mayor y caí unos grados del rumbo directo para navegar en ceñida ayudado por el motor y conseguir así alcanzar los 4-5 nudos de velocidad. Con el transcurso de la tarde las condiciones se fueron normalizando aunque persistía una mar incomoda. Mi derrota me iba llevando rumbo a Faro, por donde esperaba que la mar fuese más amable, y llegó la noche. Cada vez que preparaba las alarmas del radar para dormir unos minutos, al poco de tumbarme saltaba el agudo pitido de la alarma debido a algún pesquero que andaba por la zona. Los pesqueros son los más incómodos, pues cambian constantemente de rumbo y velocidad, se alejan, retroceden, viran y lo mismo entran en el radio de alarma como salen de él, lo cual me obligaba a estar cambiando constantemente el radio de las alarmas. Y así fue avanzando la noche, entre constantes subidas y bajadas a cubierta, con alguna cabezada entre medias.
A primeras horas de la madrugada empecé a avistar luces de tierra por proa. En principio me despistaron un poco, pues mucho más próximas a mí se veían luces de destellos, como de boyas que no venían en la carta del plotter a esa distancia de tierra. Estaba ya en las aguas portuguesas del Algarve oriental.
Viré para hacer un bordo hacia el mar y alejarme de tierra. Tanto la mar como el viento estaban mucho mejor y según iba despuntando el día iba largando más vela para llegar a navegar, durante la mañana, con todo el génova y gran parte de la mayor. El Eva ceñía con alegría mar adentro, subiendo y bajando las olas rítmicamente, hasta llegar a estar a unas 30 millas al sur de Cabo San Vicente, entonces volví a dar un bordo hacia tierra para aproximarme al cabo.
Ya iba conociendo el barco y sabía que hasta 20 nudos de viento de ceñida avanzábamos bien, pero si subía de ahí el viento y por tanto la ola, le costaba remontar, aumentando considerablemente el abatimiento.
Según iba remontando hacia tierra el viento fue arreciando paulatinamente, la ola se hacía más picada y al barco le empezaba a costar ganar barlovento. El abatimiento me iba llevando hacia la costa de Portimao. Di un repiquete hacia el oeste pero enseguida volví a virar hacia tierra. Avanzaba la mañana y el viento ya superaba los 25 nudos de la proa. Suponía que aproximándome más a tierra estaría más protegido de la mar y el viento que se estaba formando, pero fue todo lo contrario. Cerca de tierra superaba los 30 nudos de viento del NW, las olas invadían constantemente la cubierta y protegido por la capota parecía que me enchufaban una manguera de bombero.
Entre las deformaciones del barco con esa mar y las olas que cubría con violencia la cubierta empezó a apreciarse en el interior la entrada de agua.
Un rato que me tumbé en el salón fui despertado desagradablemente por un chorro de agua que entró por un respiradero del techo, justo sobre mi cara. Taponé los respiraderos, pero lo peor era una ventana que se encontraba sobre el cuadro eléctrico por la que entraba cada vez más agua. Me afanaba en tratar de sellar las juntas con rollos de papel de cocina y trozos de bayeta.
Aquello se estaba convirtiendo en un pequeño infierno, me estaba costando un montón remontar mar y viento y eso que supuestamente la tierra me protegía del NW, no quería ni pensar cómo sería si llegaba a doblar el cabo San Vicente. Ya pasaba del mediodía y el barco avanzaba tanto de lado como hacia delante. Alcanzados los 33 nudos de viento de proa y una mar intratable no me costó decidir el entrar en la marina de Lagos. Con un poco de génova, un poco de mayor y 1.800 revoluciones de motor tuve que dar unas cuantas bordadas para acercarme a la costa de Lagos. Tuve, incluso, que aumentar a más de 1.900 revoluciones para poder avanzar y no abatir tanto. A pesar de que en la mar brillaba el sol, sobre tierra veía aproximarse cerrados chubascos con relámpagos. Lo que me faltaba!
Finalmente, a las 20:00 HRB (que consideraba como la hora oficial de España) del sábado 23 de abril, alcancé la bocana de la Marina de Lagos. Tranquilamente, mientras remontaba la aproximadamente media milla del río que me llevaba hasta la Marina, fui preparando la maniobra de atraque. El pantalán de espera y la gasolinera de la marina se encuentran antes de un puente levadizo que se abre cada vez que entra o sale un barco de la marina, pero sólo hasta las 19:00 h (hora portuguesa), así que yo llegué poco después de la hora límite y amarré en el pantalán de espera, delante de las oficinas y junto al puente que comunicaba con el pueblo. Lagos es un pintoresco y turístico pueblo del Algarve que esos últimos días de vacaciones de semana santa estaba lleno de vidilla.
En cuanto amarré y arranché un poco el barco empecé a recibir en el móvil algunos mensajes de felicitación. Había olvidado que era el día de mi santo, así que me aseé un poco y me fui a dar una vuelta por el pueblo buscando un restaurante donde darme un pequeño homenaje. Había multitud de restaurantes, portugueses, hindús, italianos, chinos y hasta españoles. Me costó un rato decidirme por uno y acabé saboreando un espléndido solomillo a la pimienta verde en una terraza. Hummmm!, que bueno es llegar a tierra después de pasarlo mal en el mar.
Esa noche dormí como un lirón en las aguas tranquilas del río.
Me levanté temprano y tras desayunar me fui pronto al pueblo para ver en un ciber la predicción meteorológica, antes de que abriese la oficina de la marina, para saber si me iba a quedar o no. Todo estaba cerrado todavía, así que callejeé hacia la parte más alta del pueblo pare intentar ver cómo estaba el mar. Como reza un viejo dicho gallego, “dende o alto dos montes todos os mares parecen fontes”. Volví a bajar a la parte vieja y entré en una coqueta y exótica cafetería especializada en zumos de frutas en la que había Internet gratis para los clientes. Pedí un zumo de naranja natural y empecé a echar un vistazo a varias webs de meteorología. La cosa seguiría agitada aún durante el domingo pero se calmaba para el lunes, a pesar de que predominaban los vientos de componente norte a lo largo de toda la costa portuguesa.
De vuelta en el barco formalicé la entrada en las oficinas de la marina. Me quedaría hasta la mañana siguiente y como pretendía salir temprano, antes de la apertura del puente, me quedé allí mismo, en el pantalán de espera, donde también tenía luz y agua. Lo bueno, como llegué después de que cerrasen las oficinas, es que no me cobraron la primera noche. Algo destacable de esta marina es que en el edificio de recepción tienen una gran pantalla plana en la que ponen diversa información meteorológica sacada de Internet, para la zona y para las zonas más lejanas tanto hacia el norte como hacia el sur. Algo así deberían tener todas las marinas, en vez de la típica fotocopia pinchada en un tablón con el parte de la zona. Al rato salió de la marina un velero holandés que amarró a mi popa, pues también pretendía salir temprano.
Me dispuse a conectar la corriente de tierra, pero primero saltaba mi diferencial de 24 v y luego saltaba el de la torreta del pantalán. Obviamente la entrada de agua había provocado un cortocircuito en el cuadro. Afortunadamente la instalación de 12v funcionaba perfectamente y la avería sólo me afectaba a la corriente de tierra.
Abrí el cuadro eléctrico pero a simple vista no apreciaba nada extraño entre la maraña de cables.
Entablé cierta amistad con uno de los tripulantes del barco holandés que estaba a mi popa, que enseguida se dispuso a echarme una mano. A bordo había un calefactor de aire que pretendía utilizar para secar bien la instalación eléctrica, pero no lo podía enchufar a ninguna toma de 220, con lo que el holandés me prestó un prolongador y un enchufe con el que conectar el calefactor directamente a tierra. Abrí también la zona donde se encontraban las baterías y dejé un buen rato el calefactor funcionando tanto hacia el cuadro eléctrico como hacia la zona de baterías.
Mientras tanto me dediqué a secar bien todos los tambuchos interiores que tenían agua, a ordenar bien el interior y hacer una pequeña colada.
Apenas comí algo ligero y me eché una siesta “tipicalspanish”. Después volví a intentar conectar la corriente de tierra pero seguía saltando el diferencial, así que dado que no afectaba a los instrumentos y la electrónica de a bordo, desistí. Le devolví el cable y el enchufe al holandés y como correspondencia a la camaradería marinera le regalé una botella de vino blanco que aceptó gustoso.
Aproveché para retroceder unos metros río abajo para repostar gas oil, pero después de toda una mañana tranquila, justo en el momento de hacer la maniobra descargó un chubasco y se me coló un velero belga en la gasolinera. Permanecí un rato parado en medio del estrecho río, con un punto avante para neutralizar la corriente, mientras terminaba el belga. En el rato que estuve repostando me cogió el sitio del pantalán un yate de motor inglés, pero sólo fue mientras formalizaba el papeleo de entrada en la marina. Más tarde volví a amarrar en mi sitio.
Dediqué el resto de la tarde a hacer un poco de turismo por el pueblo y alguna fotografía. De nuevo en el barco preparé una buena cena tempranera al más puro horario europeo, y disfruté de la cena tranquilamente en la mesa de la bañera. Después de cenar y fumarme un cigarrillo en cubierta, me fui a las duchas (muy buenas instalaciones) y me acosté pronto para poder salir temprano.
Me desperté a eso de las 03:30 h con la llegada de un nuevo velero y vi que los holandeses ya habían zarpado. Yo preferí seguir durmiendo un poco más para hacer el tramo hasta San Vicente con luz de día debido a los numerosos aparejos de pesca que hay por la zona.
Al despuntar el día, en una mañana luminosa y tranquila, desayuné y largué amarras, bajando lentamente por el río hasta la bocana mientras recogía defensas y amarras. La mar estaba como un plato y apenas había una ligera brisa de terral, aún así desplegué toda la mayor y con 1.800 revoluciones de motor puse rumbo primero a Punta Sagres y justo después al famoso y espectacular Cabo San Vicente que se encuentra a 17 millas de Lagos. En cuanto doblé Sagres se empezó a notar algo de mar, pero es habitual que en los cabos la mar esté algo rebotada. Pasé justo bajo el faro de San Vicente y puse rumbo directo un poco a babor de Cabo Espichel, prácticamente hacia Cascáis con unos 10 nudos de brisa del NNW, suficiente para avanzar a rumbo directo con la mayor llena. Un día magnífico y navegación placentera mientras iba ganando rápidamente latitud.
Pasado el paralelo de Cabo Sines y antes de Cabo Espichel llegó la noche, con otro hipnotizante crepúsculo. Al encender las luces de navegación pude apreciar que se había fundido la bombilla de la luz verde de estribor. Entraba en una zona en la que aumenta el tráfico debido a la proximidad de Lisboa, pero afortunadamente recordé que el anterior armador me había comentado que tenía por duplicado las luces de posición con una tricolor en la cabeza del mástil que encendí enseguida.
No tenía intención de volver a repostar gas oil, pero sí que quería rellenar con el bidón de 30 litros extras que llevaba en popa, para mayor tranquilidad, dado que para el resto de la costa portuguesa se esperaban vientos de proa. Al no encontrar un trozo de manguera a bordo para repostar por el método de los vasos comunicantes, planeé resguardarme en Cascáis para poder vaciar el bidón sin desperdiciar una gota y sin apenas tener que desviarme del rumbo.
A las 06: 55 HRB amarraba en el pantalán de la gasolinera de la Marina de Cascáis, vaciaba el bidón mientras empezaba a clarear el día, rellenaba niveles de aceite y líquido refrigerante y listo. A las 07:25 HRB estaba navegando de nuevo, repostaje al estilo Ferrari, ¡sólo en 30´!. A la altura de Cabo da Roca empezó a cerrase la niebla y opté por dar una larga bordada de 22 millas hacia el mar para apartarme de la costa y por tanto de la niebla. Una vez que me libré de tres pesqueros que me rodeaban en la pantalla del radar, ocultos en la niebla, esta abrió. Puse las alarmas y me fui a dormir. Cuando ya llevaba un buen rato navegando a ese rumbo, viré y el siguiente rumbo me daba justo para pasar por el canal entre Cabo Carvoeiro y la Isla Berlenga, ¡Perfecto!
No había mar de viento pero sí una pronunciada mar de fondo. Esta majestuosa mar tendida del Atlántico, grandes masas de agua de unos 4 ó 5 m de altura que se desplazan serenamente, produciendo, al surcarlas, la agradable sensación de una suave montaña rusa, ascendiendo sus laderas y culminando en sus cimas con un instante de cosquilleante ingravidez, para volver a descender hasta el valle. Esta mar noble no la hay en el Mediterráneo. Allí las olas tienen falda, cresta y seno, aquí ladera, cima y valle.
Ante la bonanza del tiempo me preparé un buen plato de pasta para comer y a primera hora de la tarde estaba pasando ya el canal de Berlenga, una zona minada de aparejos de pesca. Prolongué el bordo hasta casi llegar a tierra, más al norte de Nazaré, donde mar y viento empezaron a cambiar. Nuevamente arreció el viento por encima de los 25 nudos y la ola se tornó incómoda. En toda la costa portuguesa sólo escuché un pobre parte meteorológico. Pobre porque dividen Portugal en tres partes, Norte, Medio y Sur, diciendo la dirección del viento y si es flojo, moderado o fuerte y ya está.
Antes de la puesta de sol volví a virar en un bordo hacia el mar, desplegué un poco de génova para poder remontar la ola que venía de proa. Aprovechando la cercanía a tierra y que tenía cobertura, ante la ausencia de noticias meteorológicas, llamé de nuevo a casa para obtener datos meteo y en teoría debería encontrar vientos flojos de NE y E y menos mar, pero en ese momento no había nada de lo que anunciaba la predicción.
Al anochecer empecé a sentir un fuerte dolor en la mano izquierda, como una tendinitis que no me permitía apoyarme, ni agarrarme bien ni hacer fuerza, pero también me dolían las rodillas y un poco la mano derecha, lo que me dificultaba mucho el movimiento por el barco y no digamos realizar alguna maniobra.
Me tomé un antiinflamatorio que antes de un par de horas me empezó a hacer efecto. ¡Mano de santo!
Antes de media noche el viento fue rolando hacia el Este y amainando, mientras la mar se volvió a apaciguar bastante, como se anunciaba en el parte, con lo que poco a poco fui haciendo rumbo directo hacia Cabo Silleiro ya al sur de Galicia.
Dada la mejoría general, preparé las alarmas del radar para irme a dormir en períodos de entre 30 y 45 minutos y salvo dos o tres pesqueros en toda la noche, no hubo mayores problemas. A las ocho horas de la primera pastilla volví a tomar otro ibuprofeno y ya me sentía totalmente recuperado.
Amaneció un buen día, con unos 10-12 nudos de viento del NE y marejadilla. Al calentarse el aire con el sol el viento aumentó hasta los 15 nudos, entrando justo de ceñida, por lo que pude navegar con toda la mayor y el génova desplegados. Por la amura de estribor avisté otro velero que también subía con rumbo paralelo y poco a poco lo fui alcanzando hasta pasarlo muy cerca por sotavento y dejarlo atrás. Un pequeño “pique” para entretenerse ;-) El día transcurrió tranquilamente sin novedades y antes de la siguiente puesta de sol ya se distinguía perfectamente por la amura de estribor el Monte Tecla, en la desembocadura del Miño, y nada más anochecer navegaba ya en aguas gallegas, con rumbo a la baliza cardinal El Lobo de Silleiro, frente al Cabo Silleiro, punto que marca prácticamente la entrada a la Ría de Vigo desde el sur. El aire estaba cargado de humedad y la brisa era fría, no me apetecía nada que justo entrando en la Ría se cerrase de niebla, pero no fue así.
Dejando las Islas Cíes por babor y las Serralleiras por estribor finalmente entraba por el Canal del sur a la Ría de Vigo, casi once días y medio después de zarpar del Puerto de Denia.
Mientras me adentraba en la Ría fui preparando la maniobra de atraque y a eso de las 03:00 h del jueves 28 de abril entraba en la Ensenada de Bouzas.
De los tres puertos deportivos que hay en Vigo, tenía que ir a la Marina Dávila, al que sólo había entrado una vez. No está muy bien señalizado y su interior es enrevesado como una almadraba. Llamé por el canal 9 VHF, pero el guarda jurado no supo indicarme muy bien. Con las luces de la ciudad detrás, astilleros y dársenas varias, me llevó un rato dar con el sitio, hasta que me metí en una especie de ratonera angosta sin salida, donde casualmente estaba el guarda jurado. Aún no eran las 04:30 h cuando terminé de amarrar.
Recogí un poco y caí en la litera rendido, hasta las 09:30 h de la mañana siguiente en que, muy a mi pesar, me levanté para ir ordenando y recogiendo el barco. Un marinero de la marina vino a indicarme que aquella no era la plaza de amarre que me correspondía, así que una vuelta más entre los pantalanes hasta que por fin el Eva quedó amarrado en la que sería su nueva casa, una plaza mucho más accesible que la anterior.
Una duchita, unas llamadas y a media mañana vino a recogerme mi amigo José Antonio “el farero”, que muy amablemente me invitó a comer a su casa, cerca de Pontevedra y por la tarde me acercó a la estación de autobuses para volver a casa.
Por cierto, José Antonio, mi típica “empanada mental” de cuando llego a tierra hizo que me equivocara en la hora y perdí el bus por cinco minutos, así que estuve haciendo turismo por la parte vieja de Pontevedra hasta las 20:00h
Muy agradable ver tanta gente paseando tranquilamente al sol después de unos días solo.
Un fuerte abrazo para ti y tu santa.
Después, un día en casa y vuelta a embarcar …Dura vida la del navegante ;-))
¿Cuántos malos momentos se borraron con la satisfacción de haber llegado a tierra, después de una buena ducha y de haber disfrutado de una cena en condiciones?”
Adaptación de la reflexión de Ramón Prat plasmada en su libro “La odisea del Paradisse”
El libro de Ramón Prat (http://www.laodiseadelparadisse.com/) fue el que me llevé como lectura para esta travesía y sólo un día antes de leer esta reflexión en el libro, había estado pensando yo en lo mismo, mientras me resguardaba del temporal en la Marina de Lagos, en el Algarve portugués.
Travesía que consistía en llevar un Ketch de 11 m (Beneteau Evasion 37), el “EVA”, desde Denia hasta su nueva casa en Vigo, en principio acompañado por sus nuevos armadores. Teníamos previsto hacer las teóricas 860 millas durante ocho días de la semana santa, aprovechando las a priori favorables condiciones meteorológicas. Pero finalmente resultaron 1.005 millas, no siempre en condiciones favorables y, salvo el primer día, sin tripulación.
El jueves 14 de abril me desplacé hasta Denia para revisar y preparar el barco junto con su anterior armador. Por la tarde del día siguiente llegaban los nuevos armadores y el sábado salíamos todos al mar para probar las prestaciones del Eva, atendiendo a los consejos de quien había hecho muchas millas ya con el barco, al tiempo que se despedía de él.
El domingo 17 por la mañana zarpábamos del puerto de Denia con intención de llegar directamente hasta Gibraltar. El día era bueno, en principio con una suave brisa de levante que según el parte meteorológico iría increscendo hasta los 15 – 20 nudos y rolando al NE.
Antes de doblar Cabo San Antonio ya habíamos desplegado todo el velamen, mayor, mesana y génova, pero apoyados con el motor. El día fue tranquilo y navegábamos a buen ritmo, pero por la tarde, según iba arreciando el viento e iba aumentando un poco la mar que llegaba por la aleta, al barco, ardiente, le empezaba a costar mantener el rumbo con el piloto automático (ya nos había avisado el anterior armador), haciendo frecuentes guiñadas, por lo que arriamos la mesana en principio, después recogimos un poco de mayor para finalmente quitarla del todo, quedándonos con el génova, mientras recibíamos ya el viento y la mar de popa. Intenté atangonar la vela de proa, pero el poco utilizado tangón rompió su enganche del palo a las primeras de cambio, así que hubo que prescindir de él en adelante.
Cuando se lleva tiempo sin navegar siempre cuesta amarinar el cuerpo, pero si además es la primera travesía de estas características que se realiza las papeletas para sufrir el “mal de mer” aumentan considerablemente. Fue el caso de la pareja de nuevos armadores, que a partir de la primera tarde empezaron a sentir sus efluvios. A última hora la mar había empezado a ponerse algo incómoda y mi intento de reponer a la tripulación con una sopa caliente fue la estocada definitiva. Antes de la puesta de sol ambos habían desaparecido ya de cubierta, con lo que se presentaba una larga noche de guardia. La luna llena ayudó a tener una agradable navegación nocturna, avanzando a buen ritmo y esa misma noche doblábamos ya Cabo de Palos. Para navegar en solitario primero debo hacer un ejercicio de mentalización y programación, pero las circunstancias no me permitieron organizarme como hubiese querido, así que esa primera noche en cubierta resultó cansada también para mí.
A eso de las dos de la madrugada, mientras pasábamos al través de Cartagena, el barco se atravesó a la mar y una ola rompiente nos golpeó fuertemente por la banda de babor, provocando una fuerte escora y empapando la cubierta, que hasta ese momento permanecía seca, poniéndome a mí “de gala” y entrando por la escotilla del salón, que tenía una rendija abierta.
A pesar de que viento y mar siguieron aumentando durante la mañana siguiente, ese fue el único “incidente”, llegando a los 28 – 30 nudos a lo largo de la costa del parque natural de Cabo de Gata – Níjar. Dado que los armadores no se recuperaban, a medio día optamos por recalar en el pequeño puerto de San José, próximo a Cabo de Gata, donde ellos desembarcarían. Tampoco se trataba de sufrir inútilmente y ya tendrían tiempo de irse adaptando al barco poco a poco más adelante.
Arribamos al puerto justo a tiempo para ir a comer algo y dedicar la tarde para reponerse de la larga noche y echar un vistazo a la meteo en un ciber.
El parte meteorológico anunciaba una considerable mejoría de las condiciones para el día siguiente y aproveché la recalada para organizarme y prepararme para continuar solo. Me planteé la posibilidad de avisar a alguien para que me acompañara, pero lo imprevisto de la situación y la premura de pasar el Estrecho con levante antes de que cambiasen las condiciones me decidieron a continuar en solitario. Además me apetecía.
Cenamos en un agradable y tranquilo restaurante de comida ecológica y me despedí de los armadores que esa noche ya dormirían en un hotel.
A la mañana siguiente, temprano, zarpaba nuevamente con rumbo a Punta Europa, en la entrada del Estrecho de Gibraltar. La mar estaba tranquila, el día era bueno, a pesar de que anunciaban posibles chubascos aislados, y soplaban unos 15 nudos de viento de popa, que me permitieron navegar a lo largo del Golfo de Almería a orejas de burro.
Día de navegación muy agradable amenizado por la tarde por una manada de delfines que me acompañó largo rato. Hacía tiempo que no les cantaba a los delfines y me puse al día :-)
Aproveché el día tranquilo para descansar todo lo posible con vistas a la noche, luego me organicé con la alarma del radar y el despertador para echar unas cabezadas en períodos de unos 30 minutos, mientras los delfines seguían velando por mí. El día amaneció encapotado y el cielo se fue cerrando cada vez más a medida que me aproximaba al Estrecho con visibilidad bastante reducida.
Esa mañana continuaba escoltado por la misma manada de delfines, estaba claro que les habían gustado mis cánticos…. ;-)
Ya a partir de unas treinta millas antes de Punta Europa empecé a encontrarme con numerosos mercantes y petroleros en navegación pero sin máquina, quizá esperando a enfilar al dispositivo de separación de tráfico del Estrecho con corriente favorable. Cerca ya del Peñón llegué a tener hasta diecisiete buques en la pantalla del radar que llevaba con un rango de seis millas.
La escasa visibilidad no me dejó ver el Peñón de Gibraltar hasta estar muy próximo, mientras una corriente favorable me empujaba a 8 nudos. Quería aprovechar para repostar gas oil en Gibraltar, pues allí es mucho más barato y a medio día me adentraba en la Bahía de Algeciras-Gibraltar entre un montón de grandes buques fondeados (alguno de los petroleros resultó no estar fondeado y me di cuenta una vez que había cruzado su proa a escasos metros). Me dirigí a la marina que está justo al lado del aeropuerto, pasando por delante de la pista de aterrizaje cuando por una megafonía de tierra escuché “plane landing”. A los pocos segundos oí un estruendo por mi popa y vi un reactor de Easy Jet descendiendo a pocos metros sobre los mástiles para tomar tierra en la exigua pista del aeropuerto de Gibraltar…¡Qué susto! Atraqué en el muelle del gas oil dándole la amarra de proa a un operario mientras yo me hacía cargo de la de popa. Reposté, rellené niveles de aceite y refrigerante mientras me di cuenta que el barco se había abierto de proa al soltarse la amarra de la que se había encargado el operario. Al quedar sujeto por popa el barco dio la vuelta y volví a hacerlo firme quedando amarrado por la otra banda, de forma que ahora quedaba con la proa hacia fuera. El tiempo en Gibraltar estaba amenazador, con fuertes rachas de viento y nubes negras que amenazaban lluvia. Consulté la meteo telefónicamente con mi chica, que durante la travesía y cuando había cobertura hizo de “informadora meteorológica”. Sentía tentaciones de recalar en la vecina marina de la Línea de la Concepción, Marina Alcaidesa, pero el parte daba un empeoramiento de las condiciones con cambio a poniente para el día siguiente, y por tanto decidí continuar para dejar atrás el Estrecho cuanto antes, ahora que estaba de levante.
La “pit stop” en Gibraltar fue breve y en hora y media estaba saliendo de nuevo al Estrecho. En cuanto doblé Punta Carnero el viento fue arreciando, sobrepasando los 30 nudos y rachas de 35 al pasar al través del faro de Isla Tarifa.
A partir de ahí la corriente en contra se hizo fortísima. La dirección contraria entre corriente y viento, junto al choque de corrientes hacía hervir la mar de forma espectacular, con olas rompientes, agitadas y desordenadas que por momentos, a pesar de planear en las rompientes con aparente velocidad, hacía que el indicador de velocidad respecto al fondo del GPS a veces no superase los 0,9 nudos…. Espectacular!!! Tardé un buen rato en conseguir salir del canal de corriente desfavorable arrumbando hacia Punta de Gracia una vez superado el Bajo de Los Cabezos, para después volver a poner rumbo directo a Cabo San Vicente. Cuando por fin pude poner rumbo directo al cabo ya se había hecho de noche y el viento no sólo no amainaba sino que la mar había crecido considerablemente. Un parte meteorológico radiado por Tarifa tráfico anunciaba un empeoramiento de las condiciones para el Golfo de Cádiz. Me sentía cansado y el aspecto de la mar, en la oscuridad de la noche, era inquietante. En tales condiciones era difícil que pudiera descansar algo, así que tras sopesarlo un buen rato decidí poner rumbo hacia Cádiz. Ajusté el radar a las condiciones de mar y puse las alarmas para poder dormir durante un rato. Cuando desperté el viento y la mar habían disminuido sensiblemente, lo que me hizo pensar que las condiciones que tenía hace un rato se debían a la influencia del Estrecho y que al irme alejando estas mejorarían. Quería aprovechar ese viento favorable ya que sabía que más adelante se iría yendo a la proa. Lo volví a sopesar y cambié de nuevo el rumbo hacia San Vicente. Dada la momentánea mejoría me eché a dormir una hora seguida, al cabo de la cual, al subir a cubierta, me encontré con que las condiciones se habían recrudecido de nuevo, pero ahora además se veían relámpagos con sus respectivos truenos. Recordé el anuncio del último parte meteorológico y la prudencia hizo que una vez más volviese a cambiar el rumbo para dirigirme hacia Cádiz. Lo había intentado, pero no debía obcecarme. Ahora navegaba al nuevo rumbo atravesado al viento y la mar, con lo que las condiciones de navegación se habían hecho más incómodas. Reduje más la superficie del génova y desplegué un poco de vela mayor. Al rato apareció por la amura de estribor un buque que venía a rumbo de colisión. En un principio pensé que se trataba de un mercante rumbo a Huelva, pero cuando estuvo más cerca pude apreciar por los prismáticos que se trataba de un buque de guerra…Puse proa a la mar para apartarme de su derrota, con lo que apenas avanzaba a un nudo o dos de velocidad y unos instantes más tarde vi que variaba su rumbo y me enfilaba de nuevo… ¡Joder con la Armada! ¡Siempre dando por “popa” en esta zona! Pero lo que en realidad estaban haciendo era virar en redondo y un momento después le veía la luz de alcance, así que volví a mi rumbo original, haciendo de nuevo unos 6 ó 7 nudos en dirección a la Bahía de Cádiz, que tardé un par de horas en alcanzar. Empezó a clarear en plena Bahía y rápidamente amaneció, ya todo más tranquilo según me iba adentrando por el canal de entrada, rumbo al espigón de Puerto Sherry, al fondo de la Bahía. Preparé la maniobra de atraque y cuando estuve cerca de la bocana llamé por el canal 9 VHF. Me contestaron enseguida y pronto estuve amarrado en el pantalán de espera del puerto. Los marineros me indicaron que la oficina abriría en una hora y que una vez hechos los trámites de entrada me asignarían un amarre, así que en vez de irme a dormir preferí darme un paseo en busca de un café abierto, que no encontré. Realizado el papeleo de entrada y una vez en el amarre, me preparé un buen desayuno y me dedique a arranchar y limpiar el barco, me di una buena ducha, preparé el adaptador para la corriente de tierra y rellené el depósito de agua dulce. El resto de la mañana, dado que aún hacía buen día, dí una vuelta por la marina haciendo alguna foto. Esta es una marina que está empezando a resurgir de nuevo de sus “cenizas”, tras sus primeros años de bonanza el ambicioso proyecto del puerto y su urbanización de viviendas acabaron en quiebra. Los siguientes años se hizo cargo de su gestión la junta del puerto de Cádiz, con un progresivo abandono, y ahora parece que empieza de nuevo a levantar cabeza. Lo malo es que está un poco apartada del centro de población más próximo que es Puerto de Santa María, aproximadamente a una media hora andando.
Después de comer me eché una siesta importante y me dispuse a ir hasta el pueblo en busca de un ciber para obtener información meteorológica, ya que en la oficina de la marina sólo pude ver el Windgurú para la zona, pero quería hacerme una idea de lo que me encontraría hasta San Vicente y más allá.
Era jueves santo y la probabilidad de encontrar un ciber abierto era remota, pero resultó que en todo el Puerto de Santa María no hay un solo ciber, ni abierto ni cerrado. Compré tabaco y volví al barco. El tiempo había ido empeorando en el transcurso del día y en el camino de vuelta tuve que refugiarme un par de veces en chiringuitos de sendos chubascos salvajes.
De vuelta a bordo recurrí al “comodín de la llamada” para obtener información meteorológica y así poder decidir cuándo zarpar de nuevo. La previsión no era nada halagüeña y por tanto había que elegir la opción menos mala. El viernes parecía que había una pequeña tregua, con viento del Oeste, Noroeste, es decir de la proa, pero es que después llegaba otro frente con más viento y también de proa. Menos probabilidad de chubascos y mar según fuese avanzando hacia el WNW. Con esta información decidí salir el viernes al medio día, no temprano para ir dejando que la mar se apaciguase un poco después de dos días soplando fuerte.
Esa noche me hice una buena cena y me acosté temprano, pues estaba bastante cansado y había que reponer fuerzas y ánimo. Da gusto irse a dormir despreocupado, en la tranquilidad del puerto mientras oyes silbar el viento en los obenques.
Al día siguiente, por la mañana, seguía soplando pero menos. Me asomé por encima del espigón para ver el aspecto de la bahía y vi que se aproximaba un gran claro, que hace que todo se vea más dulce, al tiempo que pude disfrutar de la arribada de un bergantín de cuatro palos que entraba en le Puerto de Cádiz.
Pasé por las duchas y después de desayunar empecé a preparar todo con calma para zarpar. Quité el adaptador de corriente de tierra, fui a la oficina de la marina para devolverlo, pagar y avisar de mi partida, al tiempo que echaba el último vistazo al parte meteorológico que amablemente me imprimieron.
Preparé unas lentejas con arroz para comer y para dejar listas por si en las próximas horas no podía cocinar y a las 14:15 h salía por la bocana del puerto hacia la bahía, mientras recogía la maniobra de atraque (defensas y amarras).
Próximo punto de destino en el GPS, Punta de Sagres, justo antes de Cabo San Vicente, adonde debería llegar como mucho a media mañana del día siguiente.
Al salir de la bahía la luz era mágica, el claro estaba pasando y por la proa se avecinaban chubascos oscuros. El verde intenso del mar contrastaba con el gris oscuro del cielo, amenazador. A medida que iba dejando atrás la protección de la bahía la mar se hacía más grande e impedía el avance del Eva. La verdad es que, aunque bonito, no tenía muy buena pinta.
Desplegué un poco de génova y un poco de mayor y caí unos grados del rumbo directo para navegar en ceñida ayudado por el motor y conseguir así alcanzar los 4-5 nudos de velocidad. Con el transcurso de la tarde las condiciones se fueron normalizando aunque persistía una mar incomoda. Mi derrota me iba llevando rumbo a Faro, por donde esperaba que la mar fuese más amable, y llegó la noche. Cada vez que preparaba las alarmas del radar para dormir unos minutos, al poco de tumbarme saltaba el agudo pitido de la alarma debido a algún pesquero que andaba por la zona. Los pesqueros son los más incómodos, pues cambian constantemente de rumbo y velocidad, se alejan, retroceden, viran y lo mismo entran en el radio de alarma como salen de él, lo cual me obligaba a estar cambiando constantemente el radio de las alarmas. Y así fue avanzando la noche, entre constantes subidas y bajadas a cubierta, con alguna cabezada entre medias.
A primeras horas de la madrugada empecé a avistar luces de tierra por proa. En principio me despistaron un poco, pues mucho más próximas a mí se veían luces de destellos, como de boyas que no venían en la carta del plotter a esa distancia de tierra. Estaba ya en las aguas portuguesas del Algarve oriental.
Viré para hacer un bordo hacia el mar y alejarme de tierra. Tanto la mar como el viento estaban mucho mejor y según iba despuntando el día iba largando más vela para llegar a navegar, durante la mañana, con todo el génova y gran parte de la mayor. El Eva ceñía con alegría mar adentro, subiendo y bajando las olas rítmicamente, hasta llegar a estar a unas 30 millas al sur de Cabo San Vicente, entonces volví a dar un bordo hacia tierra para aproximarme al cabo.
Ya iba conociendo el barco y sabía que hasta 20 nudos de viento de ceñida avanzábamos bien, pero si subía de ahí el viento y por tanto la ola, le costaba remontar, aumentando considerablemente el abatimiento.
Según iba remontando hacia tierra el viento fue arreciando paulatinamente, la ola se hacía más picada y al barco le empezaba a costar ganar barlovento. El abatimiento me iba llevando hacia la costa de Portimao. Di un repiquete hacia el oeste pero enseguida volví a virar hacia tierra. Avanzaba la mañana y el viento ya superaba los 25 nudos de la proa. Suponía que aproximándome más a tierra estaría más protegido de la mar y el viento que se estaba formando, pero fue todo lo contrario. Cerca de tierra superaba los 30 nudos de viento del NW, las olas invadían constantemente la cubierta y protegido por la capota parecía que me enchufaban una manguera de bombero.
Entre las deformaciones del barco con esa mar y las olas que cubría con violencia la cubierta empezó a apreciarse en el interior la entrada de agua.
Un rato que me tumbé en el salón fui despertado desagradablemente por un chorro de agua que entró por un respiradero del techo, justo sobre mi cara. Taponé los respiraderos, pero lo peor era una ventana que se encontraba sobre el cuadro eléctrico por la que entraba cada vez más agua. Me afanaba en tratar de sellar las juntas con rollos de papel de cocina y trozos de bayeta.
Aquello se estaba convirtiendo en un pequeño infierno, me estaba costando un montón remontar mar y viento y eso que supuestamente la tierra me protegía del NW, no quería ni pensar cómo sería si llegaba a doblar el cabo San Vicente. Ya pasaba del mediodía y el barco avanzaba tanto de lado como hacia delante. Alcanzados los 33 nudos de viento de proa y una mar intratable no me costó decidir el entrar en la marina de Lagos. Con un poco de génova, un poco de mayor y 1.800 revoluciones de motor tuve que dar unas cuantas bordadas para acercarme a la costa de Lagos. Tuve, incluso, que aumentar a más de 1.900 revoluciones para poder avanzar y no abatir tanto. A pesar de que en la mar brillaba el sol, sobre tierra veía aproximarse cerrados chubascos con relámpagos. Lo que me faltaba!
Finalmente, a las 20:00 HRB (que consideraba como la hora oficial de España) del sábado 23 de abril, alcancé la bocana de la Marina de Lagos. Tranquilamente, mientras remontaba la aproximadamente media milla del río que me llevaba hasta la Marina, fui preparando la maniobra de atraque. El pantalán de espera y la gasolinera de la marina se encuentran antes de un puente levadizo que se abre cada vez que entra o sale un barco de la marina, pero sólo hasta las 19:00 h (hora portuguesa), así que yo llegué poco después de la hora límite y amarré en el pantalán de espera, delante de las oficinas y junto al puente que comunicaba con el pueblo. Lagos es un pintoresco y turístico pueblo del Algarve que esos últimos días de vacaciones de semana santa estaba lleno de vidilla.
En cuanto amarré y arranché un poco el barco empecé a recibir en el móvil algunos mensajes de felicitación. Había olvidado que era el día de mi santo, así que me aseé un poco y me fui a dar una vuelta por el pueblo buscando un restaurante donde darme un pequeño homenaje. Había multitud de restaurantes, portugueses, hindús, italianos, chinos y hasta españoles. Me costó un rato decidirme por uno y acabé saboreando un espléndido solomillo a la pimienta verde en una terraza. Hummmm!, que bueno es llegar a tierra después de pasarlo mal en el mar.
Esa noche dormí como un lirón en las aguas tranquilas del río.
Me levanté temprano y tras desayunar me fui pronto al pueblo para ver en un ciber la predicción meteorológica, antes de que abriese la oficina de la marina, para saber si me iba a quedar o no. Todo estaba cerrado todavía, así que callejeé hacia la parte más alta del pueblo pare intentar ver cómo estaba el mar. Como reza un viejo dicho gallego, “dende o alto dos montes todos os mares parecen fontes”. Volví a bajar a la parte vieja y entré en una coqueta y exótica cafetería especializada en zumos de frutas en la que había Internet gratis para los clientes. Pedí un zumo de naranja natural y empecé a echar un vistazo a varias webs de meteorología. La cosa seguiría agitada aún durante el domingo pero se calmaba para el lunes, a pesar de que predominaban los vientos de componente norte a lo largo de toda la costa portuguesa.
De vuelta en el barco formalicé la entrada en las oficinas de la marina. Me quedaría hasta la mañana siguiente y como pretendía salir temprano, antes de la apertura del puente, me quedé allí mismo, en el pantalán de espera, donde también tenía luz y agua. Lo bueno, como llegué después de que cerrasen las oficinas, es que no me cobraron la primera noche. Algo destacable de esta marina es que en el edificio de recepción tienen una gran pantalla plana en la que ponen diversa información meteorológica sacada de Internet, para la zona y para las zonas más lejanas tanto hacia el norte como hacia el sur. Algo así deberían tener todas las marinas, en vez de la típica fotocopia pinchada en un tablón con el parte de la zona. Al rato salió de la marina un velero holandés que amarró a mi popa, pues también pretendía salir temprano.
Me dispuse a conectar la corriente de tierra, pero primero saltaba mi diferencial de 24 v y luego saltaba el de la torreta del pantalán. Obviamente la entrada de agua había provocado un cortocircuito en el cuadro. Afortunadamente la instalación de 12v funcionaba perfectamente y la avería sólo me afectaba a la corriente de tierra.
Abrí el cuadro eléctrico pero a simple vista no apreciaba nada extraño entre la maraña de cables.
Entablé cierta amistad con uno de los tripulantes del barco holandés que estaba a mi popa, que enseguida se dispuso a echarme una mano. A bordo había un calefactor de aire que pretendía utilizar para secar bien la instalación eléctrica, pero no lo podía enchufar a ninguna toma de 220, con lo que el holandés me prestó un prolongador y un enchufe con el que conectar el calefactor directamente a tierra. Abrí también la zona donde se encontraban las baterías y dejé un buen rato el calefactor funcionando tanto hacia el cuadro eléctrico como hacia la zona de baterías.
Mientras tanto me dediqué a secar bien todos los tambuchos interiores que tenían agua, a ordenar bien el interior y hacer una pequeña colada.
Apenas comí algo ligero y me eché una siesta “tipicalspanish”. Después volví a intentar conectar la corriente de tierra pero seguía saltando el diferencial, así que dado que no afectaba a los instrumentos y la electrónica de a bordo, desistí. Le devolví el cable y el enchufe al holandés y como correspondencia a la camaradería marinera le regalé una botella de vino blanco que aceptó gustoso.
Aproveché para retroceder unos metros río abajo para repostar gas oil, pero después de toda una mañana tranquila, justo en el momento de hacer la maniobra descargó un chubasco y se me coló un velero belga en la gasolinera. Permanecí un rato parado en medio del estrecho río, con un punto avante para neutralizar la corriente, mientras terminaba el belga. En el rato que estuve repostando me cogió el sitio del pantalán un yate de motor inglés, pero sólo fue mientras formalizaba el papeleo de entrada en la marina. Más tarde volví a amarrar en mi sitio.
Dediqué el resto de la tarde a hacer un poco de turismo por el pueblo y alguna fotografía. De nuevo en el barco preparé una buena cena tempranera al más puro horario europeo, y disfruté de la cena tranquilamente en la mesa de la bañera. Después de cenar y fumarme un cigarrillo en cubierta, me fui a las duchas (muy buenas instalaciones) y me acosté pronto para poder salir temprano.
Me desperté a eso de las 03:30 h con la llegada de un nuevo velero y vi que los holandeses ya habían zarpado. Yo preferí seguir durmiendo un poco más para hacer el tramo hasta San Vicente con luz de día debido a los numerosos aparejos de pesca que hay por la zona.
Al despuntar el día, en una mañana luminosa y tranquila, desayuné y largué amarras, bajando lentamente por el río hasta la bocana mientras recogía defensas y amarras. La mar estaba como un plato y apenas había una ligera brisa de terral, aún así desplegué toda la mayor y con 1.800 revoluciones de motor puse rumbo primero a Punta Sagres y justo después al famoso y espectacular Cabo San Vicente que se encuentra a 17 millas de Lagos. En cuanto doblé Sagres se empezó a notar algo de mar, pero es habitual que en los cabos la mar esté algo rebotada. Pasé justo bajo el faro de San Vicente y puse rumbo directo un poco a babor de Cabo Espichel, prácticamente hacia Cascáis con unos 10 nudos de brisa del NNW, suficiente para avanzar a rumbo directo con la mayor llena. Un día magnífico y navegación placentera mientras iba ganando rápidamente latitud.
Pasado el paralelo de Cabo Sines y antes de Cabo Espichel llegó la noche, con otro hipnotizante crepúsculo. Al encender las luces de navegación pude apreciar que se había fundido la bombilla de la luz verde de estribor. Entraba en una zona en la que aumenta el tráfico debido a la proximidad de Lisboa, pero afortunadamente recordé que el anterior armador me había comentado que tenía por duplicado las luces de posición con una tricolor en la cabeza del mástil que encendí enseguida.
No tenía intención de volver a repostar gas oil, pero sí que quería rellenar con el bidón de 30 litros extras que llevaba en popa, para mayor tranquilidad, dado que para el resto de la costa portuguesa se esperaban vientos de proa. Al no encontrar un trozo de manguera a bordo para repostar por el método de los vasos comunicantes, planeé resguardarme en Cascáis para poder vaciar el bidón sin desperdiciar una gota y sin apenas tener que desviarme del rumbo.
A las 06: 55 HRB amarraba en el pantalán de la gasolinera de la Marina de Cascáis, vaciaba el bidón mientras empezaba a clarear el día, rellenaba niveles de aceite y líquido refrigerante y listo. A las 07:25 HRB estaba navegando de nuevo, repostaje al estilo Ferrari, ¡sólo en 30´!. A la altura de Cabo da Roca empezó a cerrase la niebla y opté por dar una larga bordada de 22 millas hacia el mar para apartarme de la costa y por tanto de la niebla. Una vez que me libré de tres pesqueros que me rodeaban en la pantalla del radar, ocultos en la niebla, esta abrió. Puse las alarmas y me fui a dormir. Cuando ya llevaba un buen rato navegando a ese rumbo, viré y el siguiente rumbo me daba justo para pasar por el canal entre Cabo Carvoeiro y la Isla Berlenga, ¡Perfecto!
No había mar de viento pero sí una pronunciada mar de fondo. Esta majestuosa mar tendida del Atlántico, grandes masas de agua de unos 4 ó 5 m de altura que se desplazan serenamente, produciendo, al surcarlas, la agradable sensación de una suave montaña rusa, ascendiendo sus laderas y culminando en sus cimas con un instante de cosquilleante ingravidez, para volver a descender hasta el valle. Esta mar noble no la hay en el Mediterráneo. Allí las olas tienen falda, cresta y seno, aquí ladera, cima y valle.
Ante la bonanza del tiempo me preparé un buen plato de pasta para comer y a primera hora de la tarde estaba pasando ya el canal de Berlenga, una zona minada de aparejos de pesca. Prolongué el bordo hasta casi llegar a tierra, más al norte de Nazaré, donde mar y viento empezaron a cambiar. Nuevamente arreció el viento por encima de los 25 nudos y la ola se tornó incómoda. En toda la costa portuguesa sólo escuché un pobre parte meteorológico. Pobre porque dividen Portugal en tres partes, Norte, Medio y Sur, diciendo la dirección del viento y si es flojo, moderado o fuerte y ya está.
Antes de la puesta de sol volví a virar en un bordo hacia el mar, desplegué un poco de génova para poder remontar la ola que venía de proa. Aprovechando la cercanía a tierra y que tenía cobertura, ante la ausencia de noticias meteorológicas, llamé de nuevo a casa para obtener datos meteo y en teoría debería encontrar vientos flojos de NE y E y menos mar, pero en ese momento no había nada de lo que anunciaba la predicción.
Al anochecer empecé a sentir un fuerte dolor en la mano izquierda, como una tendinitis que no me permitía apoyarme, ni agarrarme bien ni hacer fuerza, pero también me dolían las rodillas y un poco la mano derecha, lo que me dificultaba mucho el movimiento por el barco y no digamos realizar alguna maniobra.
Me tomé un antiinflamatorio que antes de un par de horas me empezó a hacer efecto. ¡Mano de santo!
Antes de media noche el viento fue rolando hacia el Este y amainando, mientras la mar se volvió a apaciguar bastante, como se anunciaba en el parte, con lo que poco a poco fui haciendo rumbo directo hacia Cabo Silleiro ya al sur de Galicia.
Dada la mejoría general, preparé las alarmas del radar para irme a dormir en períodos de entre 30 y 45 minutos y salvo dos o tres pesqueros en toda la noche, no hubo mayores problemas. A las ocho horas de la primera pastilla volví a tomar otro ibuprofeno y ya me sentía totalmente recuperado.
Amaneció un buen día, con unos 10-12 nudos de viento del NE y marejadilla. Al calentarse el aire con el sol el viento aumentó hasta los 15 nudos, entrando justo de ceñida, por lo que pude navegar con toda la mayor y el génova desplegados. Por la amura de estribor avisté otro velero que también subía con rumbo paralelo y poco a poco lo fui alcanzando hasta pasarlo muy cerca por sotavento y dejarlo atrás. Un pequeño “pique” para entretenerse ;-) El día transcurrió tranquilamente sin novedades y antes de la siguiente puesta de sol ya se distinguía perfectamente por la amura de estribor el Monte Tecla, en la desembocadura del Miño, y nada más anochecer navegaba ya en aguas gallegas, con rumbo a la baliza cardinal El Lobo de Silleiro, frente al Cabo Silleiro, punto que marca prácticamente la entrada a la Ría de Vigo desde el sur. El aire estaba cargado de humedad y la brisa era fría, no me apetecía nada que justo entrando en la Ría se cerrase de niebla, pero no fue así.
Dejando las Islas Cíes por babor y las Serralleiras por estribor finalmente entraba por el Canal del sur a la Ría de Vigo, casi once días y medio después de zarpar del Puerto de Denia.
Mientras me adentraba en la Ría fui preparando la maniobra de atraque y a eso de las 03:00 h del jueves 28 de abril entraba en la Ensenada de Bouzas.
De los tres puertos deportivos que hay en Vigo, tenía que ir a la Marina Dávila, al que sólo había entrado una vez. No está muy bien señalizado y su interior es enrevesado como una almadraba. Llamé por el canal 9 VHF, pero el guarda jurado no supo indicarme muy bien. Con las luces de la ciudad detrás, astilleros y dársenas varias, me llevó un rato dar con el sitio, hasta que me metí en una especie de ratonera angosta sin salida, donde casualmente estaba el guarda jurado. Aún no eran las 04:30 h cuando terminé de amarrar.
Recogí un poco y caí en la litera rendido, hasta las 09:30 h de la mañana siguiente en que, muy a mi pesar, me levanté para ir ordenando y recogiendo el barco. Un marinero de la marina vino a indicarme que aquella no era la plaza de amarre que me correspondía, así que una vuelta más entre los pantalanes hasta que por fin el Eva quedó amarrado en la que sería su nueva casa, una plaza mucho más accesible que la anterior.
Una duchita, unas llamadas y a media mañana vino a recogerme mi amigo José Antonio “el farero”, que muy amablemente me invitó a comer a su casa, cerca de Pontevedra y por la tarde me acercó a la estación de autobuses para volver a casa.
Por cierto, José Antonio, mi típica “empanada mental” de cuando llego a tierra hizo que me equivocara en la hora y perdí el bus por cinco minutos, así que estuve haciendo turismo por la parte vieja de Pontevedra hasta las 20:00h
Muy agradable ver tanta gente paseando tranquilamente al sol después de unos días solo.
Un fuerte abrazo para ti y tu santa.
Después, un día en casa y vuelta a embarcar …Dura vida la del navegante ;-))
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