Aunque con la cabeza gacha y el rabo entre las piernas tras lo de Copenhague, el otoño se ha despedido a lo grande, con un frío que pela. Había jugado al despiste al principio, con unas temperaturas mucho más cálidas de lo normal, pero ha sabido despedirse como un caballero, anunciando a su sucesor el invierno.
Seguramente es la estación del año en la que menos me cuesta despegarme un poco del mar y perderme por los bosques y la campiña.
Merecen la pena sus colores; marrones, amarillos, naranjas, rojos y verdes. Pero sus olores también; a musgo, a madera húmeda mezclada de vez en cuando, al acercarse a una aldea, con el olor a humo de leña que sale de las chimeneas.
Nos ha dejado sus frutos; algunos Boletus, Níscalos y Cantarelus, o alguna Lepiota aislada. Las Calabazas, Nabizas, Verzas o los Pimientos ... En fin, qué más se le puede pedir.
Por el lado malo, muy a su pesar, nos ha dejado la vergüenza, que ya estamos acostumbrados ha sentir por nuestros políticos, los de todo el mundo, que una vez más no han sabido ver más allá de la punta de sus lustrosos zapatos ni corresponder a las expectativas que algunos, entre los que no me encuentro, depositaron en ellos.
Qué le vamos a hacer, no se puede sacar de donde no hay. Malditos charlatanes...
Así que adiós al otoño que nos ha dejado helados y preparémonos para el frío celebrando el solsticio de invierno ...