viernes, 31 de agosto de 2007

REFLEXIONES

EL MAR ANIMADO
¿Habrá que creer a quien dice que el mar es sólo una masa de agua inerte?
¿Será verdad que no tiene color, sino que sólo refleja la luz?
¿Será acaso cierto que el mar no tiene vida propia, sino que se mece a tenor de los vientos y mareas?...
Aparentemente podría pensarse que así es, que depende de los elementos que le rodean para ser él mismo. Sin embargo, todos los que lo conocen bien, los que han cabalgado en su seno, que lo han sufrido y gozado, empleando suficiente tiempo en observarlo, coinciden en sospechar, incluso afirmar que los colores del mar son expresión de su ánimo. Ánimo que es alma, un alma que mueve sus entrañas con furia o que lo muestra calmo y dócil.

VIDA EXTRATERRESTRE

Existe un paralelismo entre los astronautas y los buzos. Ambos deambulan por el interior de un espacio ingrávido en el que no pueden vivir.
Pero sin necesidad de ir más allá de nuestro planeta, como suele decirse, existe otro mundo, pero está en este.
El mar es como una atmósfera que envuelve otra vida, que la da y la protege, pero que también la quita.
¿Acaso sus habitantes pensarán, como nosotros, que al otro lado del manto que limita ambos mundos no se puede vivir?
De manera análoga, los habitantes de tierra, como intuyó Torricelli, “vivimos en el fondo de un mar de aire”.
Dos mundos en uno que interactúan y se miran de frente sin apenas entreverse.
A nosotros el mar nos da la vida, y no bastándonos con ello, con suicida avaricia parricida, lentamente le vamos robando la suya. Echando un vistazo entre dos mundos
Quizá eso nos conduzca a ir preparando una vida futura, más allá, donde hoy por hoy no se puede vivir, y aunque así fuera, ¿a quién le podrá interesar?. Desde luego no a mí. Compadezco a los que tengan que volver la vista atrás con nostalgia de un mundo que fue y ya no es. Pero nos lo habremos ganado a pulso, lo malo es que sin consultar, a los habitantes del mar, también les habremos arrebatado el suyo.

Esperemos no tener que colgar el cartel de "CERRADO POR DEFUNCIÓN"

miércoles, 29 de agosto de 2007

Sail away...

Curioso video con original forma de tomar imágenes de este navegante solitario desde una cometa. Esto es aprovechar las posibilidades del viento al máximo ;-)

lunes, 27 de agosto de 2007

Link de GREENPEACE


Inicio
Una página que conviene visitar, porque ellos velan por los océanos y nos mantienen alerta.


sábado, 25 de agosto de 2007

El sempiterno mareo...

El pasado miércoles volví a repetir una vez más la travesía entre las Rías Bajas y las Altas, a bordo de un velero de 50 pies y en compañía de dos buenos amigos de la infancia, el hijo de uno de ellos y un convidado de última hora. Con mis amigos solía navegar cuando éramos chavales, sobre todo a bordo de embarcaciones de vela ligera, aunque alguna vez también formaron parte de la tripulación del barco de mi padre, más uno de ellos que el otro. De todas formas hacía tiempo que no navegaban. El chaval se estrenaba en estas lides, y el quinto tripulante, aunque propietario de un velero, también era bastante neófito en cuanto a navegación se refiere. La predicción meteorológica, si no ideal, era la menos mala de la semana, anunciando vientos de proa de entre 15 y 20 nudos y marejada.
Salimos por la Ría Arosana con la mar en calma y un suave viento del nordeste con un día soleado. Pasamos por los estrechos de Aguiño navegando con vela y motor, apagando este en cuanto los dejamos atrás, ciñendo ya con unos 15 nudos de viento del Norte. Hasta aquí todo era perfecto y placentero, no obstante ya habían circulado las pastillas de las que habían hecho acopio en la farmacia antes de zarpar, en previsión del temido mareo.
Es curioso como se piensa en el mareo en cuanto se nombra la palabra navegar, como algo irremediablemente asociado, confiando en que alguno de los múltiples remedios químicos nos evite sufrirlo. Personalmente creo que en buena medida es algo psicológico, pero también es cierto que el organismo necesita de un tiempo para adaptarse al medio, y que unas personas tienen más facilidad que otras.
Remontábamos la costa dando bordadas hasta pasar el cabo de Corrubedo por dentro de sus famosos bajos, mientras el viento fue arreciando levemente hasta los 25 nudos. En las caras se empezaba a borrar el entusiasmo inicial y algunos rociones ya llegaban, tímidamente al principio, hasta la bañera. Para no alargar demasiado el tiempo de la travesía, prevista “a priori” en 15-17 horas, decidí poner en marcha el motor y enrollar el génova, dejando izada la mayor, para poder arrumbar directamente hacia el Cabo Fisterra, visible ya en la distancia.
Al salir cometí el doble error de fiarme del estado del nivel de gasoil anunciado por parte del último que había navegado en el barco, no prestando por tanto demasiada atención al mismo y no lo comprobé personalmente, sólo cuando ya habíamos salido por la bocana, pero el puerto de partida no tenía surtidor, lo que nos obligaría a “perder” bastante tiempo acercándonos a otro puerto donde poder repostar. Dada la predicción meteorológica estimé que tendríamos suficiente y en el peor de los casos podríamos hacer la última parte de la travesía a vela.
Según íbamos ganando latitud norte, la mar se iba encrespando y el viento continuaba arreciando lentamente.
Los primeros en asomarse a la borda fueron padre e hijo.
Las olas hacían su labor, humedeciéndonos casi imperceptiblemente con cada roción, por lo que bajé a enfundarme el traje de aguas antes de estar mojado. El resto de la tripulación no quería ni oír hablar de bajar al camarote, y aunque les subí alguna prenda de abrigo, fue demasiado tarde para ellos, ya estaban empapados.
El viento siguió aumentando y antes de alcanzar Fisterra llegó a puntas de 35 nudos, encañonado desde la Ría de Corcubión.
Nos cruzó la proa una patrullera de la Armada mientras se dirigía en busca de refugio hacia la ensenada de Finisterre, detalle que no pasó desapercibido para la tripulación.
También nosotros, en demanda de cierto amparo del cabo nos pegamos a tierra hasta pasar a menos de cien metros de los acantilados, por dentro del islote del Centolo, lo que nos dio un respiro por lo menos hasta rebasar el Cabo de la Nave, contiguo al de Fisterra.
Desde ahí hasta el siguiente, Cabo Touriñán, la mar y el viento suavizaron su fuerza notablemente, pero aún así otro de mis amigos vació el contenido de su estómago por la borda. Los tres bajaron al camarote a cambiarse de ropa, pero ninguno de ellos volvió a cubierta.
Antes de alcanzar Cabo Vilán, a pesar de que la navegación se había tornado bastante cómoda, observé que el nivel de gasoil había bajado más de lo esperado, sin duda debido al mayor consumo que requería la mar y el viento de proa, por lo que me plantee la posibilidad de entrar en Camariñas a pasar la noche y repostar por la mañana.
El parte anunciaba aún más viento del Norte para el día siguiente, y dado que las condiciones habían mejorado, preferí aprovecharlo y seguir adelante.
Una nueva puesta de sol sobre el mar y la noche, desde mi punto de vista, estuvo agradable, pero en una de estas también el quinto tripulante acabó sufriendo el mal de mar y terminó retirándose a sus aposentos. A pesar de ir navegando a motor, seguía haciendo cerradas bordadas con fin de que la mayor fuese portando y colaborase al avance del barco.
Mi idea era llegar a doblar las Islas Sisargas y a partir de ahí, al abrir el rumbo, desplegar también el génova para navegar sólo a vela de ceñida, a rumbo directo hacia nuestra ría de destino.
Pero a eso de las 03:00 h, a falta de unas cinco millas para doblar las islas, el gasoil se terminó.
El pedazo de luna que me fue amenizando la noche desapareció por el horizonte, dejándonos en una profunda oscuridad.
Mientras desplegaba el génova y daba un bordo hacia el mar, dos de los tripulantes subieron a cubierta, alertados por la ausencia del ruido del motor.
Por la Ley de Murphy, justo en ese momento el viento amainó hasta los doce nudos. Demasiado poco para hacernos remontar la mar formada, pero afortunadamente fue momentáneo, y arreció de nuevo hasta los veinte nudos, permitiéndonos virar y arrumbar de nuevo hacia las islas.
Uno de los estómagos volvió a entrar en erupción, y mi amigo volvió a desaparecer por el tambucho. Tras doblar Sisargas, el quinto tripulante le acompañó.
Volví a quedar solo en cubierta, ciñendo a unos 6-7 nudos a rumbo hacia nuestro destino y la luz del faro de la Torre de Hércules a unas 22 millas por la amura de estribor. Fue uno de los momentos que más disfruté de la travesía. Con la regala a ras de agua mientras el barco avanzaba con potencia cabeceando majestuosamente.
Seguí navegando en estas condiciones durante unas tres horas, hasta que a eso de las seis de la madrugada, a falta de unas cuatro millas para estar al través de Hércules, el viento cesó prácticamente de golpe dejándonos aboyados con las velas dando sacudidas a una banda y la otra.
Con el cambio de condiciones, uno de mis amigos subió de nuevo a cubierta para echarme una mano en el intento de lograr orientar el barco y las velas en busca de algo de viento, pero al cabo de un par de penosas viradas su estómago se volvió a resentir, ahora ya en vacío, y bajó nuevamente a su litera.
Seis horas para recorrer cinco millas en una desalentadora lucha por aprovechar las ligeras ráfagas de viento que aparecían y desaparecían.
Los partes meteorológicos por el VHF anunciaban viento del NE de fuerza 4-5 para la zona, pero bajo la influencia de Murphy teníamos Estesudeste fuerza 0-1, justo de la dirección a la que debíamos ir. Es uno de esos momentos en los que acabas blasfemando contra Eolo y el mismísimo Neptuno, al límite de la paciencia y el cansancio.
Afortunadamente la mar se fue amansando, con lo que con alguna brisa conseguía tener cierta presión en las velas.
Aproveché para baldear los restos que la tripulación había ido dejando por la cubierta, a ambas bandas de la bañera en sus desesperados intentos por alcanzar la borda. Arranché un poco el barco y me preparé un buen desayuno, antes de armarme de paciencia y volver al timón para hacer andar lo más posible al barco.
A las once de la mañana, el panorama era descorazonador, avanzando a un escaso nudo de velocidad, así que decidí llamar a un amigo para que con su barco nos acercase un bidón de gasoil, dado que nos encontrábamos a poco más de ocho millas del puerto de Sada.
Una hora más tarde llegó una suave pero constante brisa del norte que nos permitía navegar a rumbo a unos tres o cuatro nudos, y muy poco después apareció el barco que nos traía el gasoil.
Vaciamos el bidón en el depósito, y mientras cebaba el motor para arrancarlo ya estábamos navegando a un largo por las tranquilas aguas de la Ría de Sada.
Finalmente arrancamos el motor, fuimos recogiendo velas y preparando la maniobra de atraque al tiempo que doblábamos el espigón para entrar en el puerto, tras 24 h. de una travesía que podía haber durado 15 h.
Una vez ya en los pantalanes, si hubiese preguntado a mis tripulantes qué les había parecido la travesía, seguramente casi todos estarían de acuerdo en definirla con una sola palabra, “mareo”. Algo que no se suele mencionar en las idílicas revistas de náutica al hablar de las estupendas navegaciones estivales. ;-)

martes, 21 de agosto de 2007

Cuarta y última etapa de "Le Figaro"

La solitaire - Diaporamas
Como se puede apreciar en las fotos de esta cuarta etapa por el Cantábrico entre A coruña y Les Sables D´olonne, los barcos brillaron por su ausencia. Y no es que no estuvieran, es que apenas se les veía entre las olas.

Salida de la cuarta etapa

La solitaire - Diaporamas
Salida de la 4ª etapa de la regata "Le Figaro" desde A Coruña hasta Les Sables D´olonne

jueves, 16 de agosto de 2007

La solitaire Afflelou. LE FIGARO 2

La solitaire - Diaporamas
Algunas buenas fotos de la segunda etapa.

La solitaire Afflelou. LE FIGARO

La solitaire - Diaporamas
La clásica regata en solitario "Le Figaro" ha arrivado a La coruña después de encontrarse vientos de 40 nudos y olas de hasta 16 metros (según dicen, aunque me parece mucho) en el Cantábrico.
Una regata que es casi un coto vedado de los franceses, tan aficionados ellos a las regatas oceánicas en solitario... a pesar de que discurre por las aguas de Inglaterra, Irlanda, Francia y el norte de España.

Aquí un esquema del recorrido de las distintas etapas de "la course".

miércoles, 15 de agosto de 2007

DESDE OTRO PUNTO DE VISTA

Algunos habrán podido disfrutar de unas pequeñas vacaciones a bordo de un velero de alquiler con patrón, un placer que se aprecia de forma un poco diferente desde el otro punto de vista, es decir, siendo el patrón. Como es el caso del charter que paso a relatar, y no por haber ocurrido nada especial, sino por mostrar una forma de verlo quizá menos usual.

Este verano dos familias alquilaron un velero de 50 pies de eslora, con patrón, durante una semana de agosto para navegar por las Rías Bajas gallegas. La única peculiaridad en este caso era que no iban a pernoctar ninguna noche a bordo, teniendo como base el puerto de Sanxenxo, en la Ría de Pontevedra.
El barco se encontraba en otro puerto situado en la ría contigua, a unas veinte millas hacia el Norte, a donde me trasladé para hacerme cargo del mismo y transportarlo hasta el puerto convenido.
Esa misma mañana hubo cambio de planes, en vez de tener que estar en Sanxenxo a primera hora de la tarde, tenía que irlos a recoger a Marín a última hora para finalmente dirigirnos hasta Sanxenxo.
Hacerse cargo de un barco en estas circunstancias implica responsabilizarse del barco y de sus “inquilinos”, amén de hacer que les resulten unas jornadas agradables y sin incidentes.
Tras comprobar que todo se encontraba en orden a bordo zarpé hacia el puerto de Marín, en una tarde apacible y soleada. La navegación en solitario, aunque sólo se tratase de unas treinta millas, siempre resulta placentera.

Rumbo a la cita

A las 21:00h, como acordamos, me encontraba frente a Marín, buscando un lugar en donde poder embarcarlos, por lo que entré en la dársena pesquera del puerto, esperando su llamada.
Media hora más tarde recibí esa llamada, estaban saliendo de los toros en Pontevedra y cogerían un taxi hasta Marín. Poco después otra llamada para concretar el punto de embarque. Mientras tanto me entretuve dando vueltas alrededor de una manada de delfines que merodeaban tranquilamente por la zona. Finalmente un coche me hace luces desde el muelle pesquero y me acerco para recoger a las dos parejas y salir rumbo a Sanxenxo, justo con la puesta del sol.

Saliendo de Marín

Una vez atracados en los pantalanes del Club Náutico de Sanxenxo, nos despedimos hasta el día siguiente. Lo bueno de este caso es que disponía de las noches para estar a mis anchas solo a bordo.
Ciertamente no me agrada el ambiente que se respira en este club, ni en esta localidad, sobre todo en verano, si bien es cierto que hay mucho movimiento de barcos extranjeros y nacionales, además de algún espectacular yate de precio insospechado. Pero curiosamente, los barcos de aspecto más oceánico suelen permanecer fondeados fuera del puerto.

Cierto poderío

A la mañana siguiente llegaron los dos matrimonios con sus hijos, SIETE!, que he de reconocer, que si bien por separado eran buenos chavales, en conjunto hacían que al final de cada jornada terminase agotado.
El plan de navegación fue prácticamente el mismo cada día, dependiendo un poco del viento y de sus apetencias, y consistía en navegar un poco por la ría o como mucho llegar hasta una ría contigua, buscar una buena playa o cala para fondear, bañarse y comer, navegando otro poco a última hora de la tarde de vuelta al puerto.

Vuelta al puerto

Algunos días los desembarcaba en otro puerto o playa, con o sin niños, para que fueran a comer y los volvía a buscar al terminar. El mítico "Pen Duick III" fondeando cerca de nuestro barco
Aunque confraternizaba bastante con ellos, la mayor parte del tiempo trataba de pasar lo más desapercibido posible, dentro de las limitaciones que ofrece un velero de 50 pies.
Durante los momentos en que navegábamos, se rifaban el timón entre adultos y niños, bueno más bien entre los niños, y dado el tráfico que hay por estas rías en verano había que ir ojo avizor, a la vez que enseñaba a los niños a hacer nudos, intentaba contestar a las preguntas de todos, trimaba las velas o controlaba la carta en las zonas comprometidas.
Al fondear, acción que también acabé compartiendo con algunos de ellos, bajar el dinghy (o dingui), ponerle el motor, sacar toldo, colocar toldo. Largar escala de baño, sacar gafas y aletas de bucear, desenredar sedales de pesca, y en cuanto podía, coger mi libro y retirarme a alguna zona tranquila del barco si era posible. Aunque algún bañito y alguna siesta también cayó.

Bajo el toldo

Por la tarde, recoger el tenderete, levar el ancla y si hacía viento izar la mayor, que por cierto en este caso se trataba de una vela mayor tradicional y de un tamaño y peso considerable, sin enrollador ni “Lazy Jacks”, aunque afortunadamente el génova sí era enrollable.
Eso sí, siempre me encargaba de entrar y salir de puerto, atracar y desatracar, más que por desconfianza, por responsabilidad.
Bien pensado, es una ocupación que no está nada mal y de la que disfruto bastante, por lo que me siento afortunado, pero al terminar el día acababa bastante cansado.
Casi todos los días llegábamos tras la puesta de sol, y una vez desembarcados, revisaba las amarras y defensas, enchufaba la corriente de tierra, cubría la mayor con su funda y endulzaba la cubierta con la manguera. Terminaba de limpiar y ordenar el interior y me preparaba algo de cenar. Sólo un par de días me di una vuelta por el pueblo, aunque volví pronto al barco, prefería leer, escuchar música o ver una peli. Subir a cubierta jaleado por un coro de risas de gaviota, encenderse un cigarrillo y colgar la mirada de las numerosas estrellas bajo la cálida caricia del terral resulta sumamente agradable.
Otra sensación agradable asociada al verano es la de sentir la textura de la cubierta de teka bajo los pies descalzos. Por la mañana, al sacar la cabeza por el tambucho y descubrir el azul luminoso y limpio del cielo por una brisa fresca que empieza a despertar me inunda el ánimo, mientras las gaviotas parecen seguir de juerga.
Desayuno, ducha, un vistazo al parte meteorológico del tablón de anuncios del club y a preparar el barco para zarpar esperando a que lleguen. Se embarca la comida y bebida para el día y finalmente soltamos amarras dirigiéndonos hacia la bocana del puerto. A media mañana ya se nota el calor del sol, suavizado por el viento que aumenta con la temperatura del aire.
Ya fuera del espigón del puerto, se izan velas y se apaga el motor, escuchando el primer crujir de las escotas cuando las velas empiezan a portar llenas de viento. El barco se deja escorar bajo el empuje de la jarcia y comienza a navegar con majestuosidad dejando atrás una estela limpia, mientras el agua espumosa se desliza deprisa por la banda de sotavento, mojando el cintón de madera que cubre el borde de la regala. Hoy la previsión meteorológica anuncia viento del Norte fuerza 4-5, y arrumbamos a unos 6 nudos hacia la salida de la ría para bajar hasta la vecina Ría de Vigo. Pronto vamos abriendo velas hasta navegar en popa, el viento ha arreciado hasta unos cinco nudos más que nos permiten alcanzar los 8 nudos de velocidad. La proa abre el mar con poderío.
Trasluchamos un par de veces para embocar el canal del Norte, entre la isla Norte de Cies y Cabo Home. Tras doblar Punta Subrido hacia la ensenada de Barra arriamos velas y fondeamos en una pequeña cala resguardada bajo el faro. La temperatura del agua no alcanza los 16ºC. , lo que no impide unas cuantas zambullidas. Comida en bañera, un rato de charla al sol, alguna siesta y levamos el ancla para aprovechar la tarde de viento ciñendo de vuelta hacia la Ría de Pontevedra. En cuanto doblamos la punta del cabo la ola y el viento se hacen notar hasta alcanzar los 25 nudos de viento aparente, pero el barco navega con toda la vela remontando la mar con gran potencia. Una vez nos adentramos en la protección de la siguiente ría, la ola decrece casi hasta desaparecer, pero el viento se mantiene, aunque ahora más racheado. El barco navega lanzado como un autobús sin frenos, aumentando suavemente su escora con las rachas de viento. La última bordada nos lleva hasta la bocana del puerto. Arriamos velas, encendemos el motor y preparo las defensas y amarras antes de entrar. Todos estamos contentos con el día que acabamos de disfrutar, esperando que se repita al día siguiente.
Finalmente acabamos la semana con un día menos bueno, pero en general hemos tenido mucha suerte con el tiempo. A última hora de la tarde la tripulación desembarca con cara de satisfacción y ya de nostalgia por haber terminado sus días a bordo. Nos despedimos y vuelvo a zarpar solo hacia el puerto de origen donde debo dejar el barco, una ría más al norte, y a donde llego bien entrada la noche tras unas tres horas de travesía sobre un mar tranquilo como una balsa de mercurio. A la mañana siguiente volveré a casa, tengo ganas de llegar, pero sé que muy pronto tendré de nuevo el cosquilleo de volver a embarcar. A ver qué toca la próxima vez.

viernes, 3 de agosto de 2007

Antiguas fotos

Ordenando papeles he encontrado algunas viejas fotos de antiguas regatas... Como estas de la Copa del Rey, creo que en el 94, a bordo de un 52´ patroneado por Javier de la Gándara, en que me tocó hacer la proa, muy a mi pesar, pues hacía años que no ocupaba ese puesto, pero...
O estas, de una Chrysler Cup Bilbao-Bayona del 93, con mismo barco y patrón, en que me tocó hacer de todo, algo normal en regatas largas, y que finalmente ganamos.
I Trofeo Principe de Asturias en el 86, con el 1/2 Ton de la Armada, "Kochab" que recuerdo como una de las mejores victorias. Temporada en que también ganamos el Trofeo Conde de Gondomar, y Trofeo Rias Altas, siendo terceros en el Trofeo Rias Bajas, entre otras. Buena temporada para un barco que dieron por "desauciado" después de haberse ido contra unas piedras en Cádiz.

Peor suerte corrimos en la siguiente edición del Trofeo Principe de Asturias a bordo del 3/4 Ton de la Armada, "Sirius III", en que desarbolamos.

En el Sherry (Semana Náutica del Puerto de Santa María), que tampoco recuerdo el año, a bordo de un 36´que ayudé a construir y del que guardo buen recuerdo.

De todas formas fue una etapa que quedó atrás, ya que abandoné el mundo de las regatas, debido en parte al exceso de mamoneo y tontería. Es apasionante, pero lo que realmente me gusta es navegar, largo y tendido.

Pigería, la justa. Habiendo estado dentro, hablo con conocimiento de causa.

Por supuesto hay gente magnífica en todas las partes, y muy buenos profesionales. Pero...

Puedo parecer un poco "abuelo cebolleta" ;-), pero después de llevar navegando unos 37 años creo que en cierta medida es normal. ¿O no?