Cuánta gente sólo se acuerda de su barco cuando llega el buen tiempo de la temporada estival… dejando para el último momento las reparaciones o los cuidados que deberían haber realizado a sus barcos durante todo el año.
Cascos invadidos por las algas, cubiertas e interiores recubiertos de moho, velas que han aguantado el invierno dobladas sobre las botavaras o enrolladas en sus enrolladores, algunas rotas o comidas por el sol, la lluvia y el viento desde el pasado verano y otros que deciden renovar a la vez su “ropero” con velas nuevas. Motores que ahora descubren que no funcionan. Aparejos y maniobras estropeados más por la intemperie y el ostracismo que por el uso. Otros, en cambio, rotos por el uso pero que también hay que reparar.
Muchos deciden adquirir o cambiar de barco al mismo tiempo, cuando la temperatura empieza a subir y los grandes almacenes anticipan la llegada del verano.
Y todos lo quieren ya.
A falta de navegaciones largas (ya han fallado unas tres) parece que este año, por ahora, la cosa va de pequeñas navegaciones y mucho trabajo de trastienda, en velería o montando jarcias y maniobras de cubierta para sacar adelante esta acumulación repentina de faena. Mástiles, velas, cabos, winches, poleas, cables y herramientas se suceden y se mezclan en un carrusel frenético de trabajos para ayer.