Un par de días en tierra fueron suficientes para descansar de la anterior travesía. Ahora tocaba navegar más relajadamente, en un barco más grande y en agradable compañía.
Como pasa a menudo, los reportes meteorológicos de la tele daban un mal fin de semana para Galicia y como tantas otras veces, no fue así. No obstante, una detenida observación de las webs meteorológicas permitieron clavar la predicción para los tres días.
En principio tendríamos un magnífico sábado, con viento del NE que iría arreciando según avanzase el día llegando a fuerza 5-6. Para el domingo anunciaban fuerza 3-4 del N y un ligero empeoramiento para el lunes, con brisas ligeras del NE y visibilidad regular a mala por posibles chubascos.
Así las cosas quedé con la tripulación el sábado por la mañana en el puerto de Sada. Una vez a bordo del “Cadenote Uno” planeamos la travesía en función de la predicción meteorológica. Navegaríamos ese día hasta la Ría de Camariñas, cubriendo las aproximadamente 55 millas en unas 7 – 8 horas.
Dejábamos el puerto a las once de la mañana, antes de que se entablase el viento, navegando hacia la boca de la Ría de Ares a motor y con la mayor izada. En cuanto dejamos la ría, ya con 15 nudos de viento, apagamos el motor y navegamos en principio a un largo con toda la mayor y el génova.
Qué buena sensación de velocidad y estabilidad daba volver a navegar en el Cadenote Uno. ¡Si es que este barco me mal acostumbra!
Poco a poco el viento fue arreciando hasta los 20 nudos antes de llegar a las Islas Sisargas. Una vez librados los bajos de Baldayo enfilamos, ya en popa cerrada, hacia el canal entre las islas y tierra, y al dejarlo atrás, toda la tripulación se fue turnando a la rueda del timón para ir cogiendo mano con viento y mar de popa. Es cuestión de echarle horas para llegar a sentir el barco y poder anticiparse a sus movimientos con fin de mantener un rumbo estable.
El viento siguió arreciando hasta sobrepasar los 25 nudos y la mar creció en consonancia, tal como avanzó la predicción. Como el viento entraba justo de popa navegamos en un bordo que nos separaba de la costa para, en su momento, trasluchar y poner rumbo hacia el siempre espectacular Cabo Vilán. Doblado el cabo la mar se calmó pero el viento apretó aún un poquito más. Librando piedras y bajos nos fuimos adentrando en la ría hasta que nos aproamos para arriar velas, adujar la mayor y preparar la maniobra de atraque.
A pesar de que no respondieron a la llamada de radio, nos dirigimos a los pantalanes del C.N. de Camariñas, donde el encargado, junto a dos tripulantes suecos, nos indicaban el punto de amarre y nos echaban una mano en la maniobra.
A pesar de las fechas, el pantalán de transeúntes estaba prácticamente lleno de barcos, básicamente extranjeros. Banderas suecas, holandesas, inglesas y francesas ondeaban en las popas. Y las plazas que quedaban libres casi se acabaron llenando antes de caer la noche.
Serían las 18:30 o las 19:00 horas cuando por fin quedamos amarrados. Muy buena hora para arribar, aún con el sol alto y después de una cómoda jornada de navegación.
Arreglado el ligero trámite de rellenar datos y pagar, nos fuimos tranquilamente por el pueblo a tomarnos una merecida cerveza primero y callejear después en busca de un lugar para cenar. Cómo recalar en Camariñas y no degustar unos percebiños, además de otras ricas viandas “e bo viño”… ;-)
Agradable tertulia y de vuelta al barco a dormir.
La mañana del domingo amaneció encapotada de nubes grises y brisa suave. Fuimos pasando a la ducha y un servidor se dio un paseito matutino por el puerto, curioseando pesqueros, aparejos y “trebellos” varios que fotografiar. Nos acercamos a una cafetería abierta para desayunar y con calma vuelta al barco para zarpar.
La etapa del día sería de poco más de 20 millas hasta la vecina Ría de Corme y Laxe, volviendo casi por nuestra derrota del día anterior, así que no había prisa.
La mañana abría y algo después de las diez largábamos amarras.
Izamos velas y nos dejamos llevar por la brisa hacia el interior de la ría, donde avistamos una manada de grandes delfines mulares que sin duda se estaban cobrando el desayuno. Acompañándoles fuimos virando hacia la salida de la agreste Ría de Camariñas mientras la mañana seguía mejorando y el viento poco a poco despertaba.
Navegando de ceñida dimos un repiquete hacia el cabo pasando junto al bajo de Las Quebrantas que, a pesar de que apenas había mar, mostraba la espuma de su rompiente y en la base del faro volvimos a virar en una bordada hacia fuera hasta que nos diese para poner rumbo hacia Corme. Practicando los tripulantes al timón en rumbo de ceñida, siguiendo las impertinentes lanillas del génova, este se acuarteló, obligándonos a virar. Navegamos muy próximos a la costa por delante del cementerio de los ingleses, junto a la ensenada de Trece y, al estar a la altura de Camelle, el viento roló lo suficiente para hacer rumbo directo hacia Corme, con 15 nudos de viento de ceñida. Al medio día arribamos a una confortable cala junto a Corme, resguardados del viento, donde fondeamos para comer. Picoteo, tertulia, musiquilla y siesta hasta que a media tarde levamos el ancla para dirigirnos en popa al puerto pesquero de Laxe, donde pasaríamos la noche.
Una vez en el puerto hubo que culebrear entre pesqueros para encontrar un hueco en el muelle donde amarrar y una vez terminada la maniobra dimos un paseo por el pueblo, tomamos una cerveza y nuevamente buscamos sitio para cenar.
De vuelta al barco, ya de noche, vimos que se nos había abarloado un pesquero por fuera.
A eso de las once del día siguiente dos de los tripulantes tenían que desembarcar en A Coruña para coger un avión, así que deberíamos zarpar a las cuatro de la madrugada. Razón por la cual decidimos dejar el muelle, ahora que estábamos todos para la maniobra, e ir a fondear en la dársena del puerto para pasar la noche, despreocupándonos así de la hora de salida de los pesqueros.
La maniobra consistió en salir de nuestro sitio, dejando al pesquero amarrado al muelle y toda la tripulación realizó su cometido con precisión.
A las 04:00 h levaba el ancla e inmediatamente la mayor parte de la tripulación estaba en cubierta, no sé si por un sentimiento de obligación y solidaridad o para experimentar las sensaciones de la navegación en una noche oscura como el sobaco de un grillo.
Apenas soplaba una brisa y navegamos a motor enfilando primero la luz del faro del Roncudo hasta salir de la ría y en cuanto identificamos el período y la frecuencia de los faros de Punta Nariga y Sisargas cambiamos de rumbo hacia este último.
Poco había que hacer en esas condiciones y no tenía mucho sentido que la tripulación permaneciese en cubierta. Había 35 millas hasta A Coruña y faltaban unas tres horas para que amaneciera. Aunque intentaban resistirse al sueño, poco a poco fueron volviendo a sus camarotes. La mañana despuntó encapotada y con mala visibilidad y a pesar de su cercanía, la Torre de Hércules tardó en mostrar tímidamente su silueta entre la bruma. No tardamos en bordear el espigón del puerto de A Coruña y dirigirnos, primero, a los pantalanes de Marina Coruña con la idea de desembarcar a nuestros dos tripulantes y tomarnos un café. Hablamos con un marinero de esas instalaciones pero sorprendentemente quiso cobrarnos por la escasa hora que pretendíamos amarrar. Estaba en su derecho pero resultó un detalle muy poco marinero. Así que media vuelta y nos dirigimos a los pantalanes del Náutico nuevo (que de nuevo tiene ya bien poco) que están justo al lado, donde no tuvimos ningún problema para amarrar un rato mientras fuimos a desayunar. Se agradecen los sitios que aún conservan cierta tradición marinera, frente a las nuevas marinas que se plantean sólo como un negocio. Nos despedimos de nuestros dos tripulantes y zarpamos de nuevo para aprovechar un día de navegación que se debatía entre claros y oscuros chubascos.
En cuanto salimos del espigón izamos velas para que la brisa incipiente nos llevase hacia la vecina Ría de Ares, sin prisa. Con el islote de La Marola ya por el través izamos también el spi asimétrico para adentrarnos en la ría. El contraste del cielo, según hacia donde mirases, era notorio. Hacia tierra, gris oscuro, despejado hacia el mar abierto, por lo que viramos hacia fuera disfrutando de unos 12 ó 13 nudos de viento hasta que a media tarde volvimos al Puerto de Sada, terminando así con tres jornadas de agradable navegación a lo largo de la “Costa da Morte".
5 comentarios:
que bellas fotos... y video...
besitos
Estupendo. Es como si fuese a bordo. Un abrazo.
Como os lo pasais!!! me encanta el relato de la vida a bordo (y la del disfrute en tierra: cenitas y demás) que nos haces. Y las fotos, estupendas (curiosa esa ola solitaria y precioso el perfil de la Torre de Hércules en la niebla, bueno y.. todas las demás!!!)
Un abrazo
Por cierto... BIEN TRIMADAS ESAS VELAS!!!!
Gracias por vuestros comentarios.
Si, Isabel, en estas condiciones la navegación es un placer.
Je,je...además estrenábamos vela de proa, cortada en la velería de Cadenote, algo más corta de trapo que la anterior pero tira muy bien del barco. Ya ves, ni un flameo, ni una vibración ;-)
Abrazos.
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