miércoles, 30 de mayo de 2007

Buscando un Dornier Wall en Cabrera

Creo que es la noche del 29 de julio.
Llevamos desde la tarde de ayer fondeados frente a la Colonia Sant Jordi, al sur de Mallorca y delante, a unas 11 millas de la Isla de Cabrera, a bordo del “Bering”, un Wauquiez 37.
Después de una, por momentos accidentada, travesía desde Ibiza, de donde zarpamos el armador y yo a las 05:00h con poco viento. A las 3 horas de travesía se paró el motor. El armador, que ya tiene práctica en estos menesteres, limpió los prefiltros y le metió un chute al tubo del circuito del gasoil con aire comprimido de una botella de buceo, con lo que desatascó los posos del conducto y el motor volvió a funcionar. (Reparaciones al estilo Bogart en la Reina de África).
Según avanza el día el viento va aumentando hasta permitirnos navegar casi en popa con el génova, la mayor y la mesana, a unos 6 nudos al principio, casi 8 al final, aunque ayudados por el motor. Bueno, el motor no ha vuelto a fallar y con este vientecito malo será…
A falta de unas cinco millas para llegar a la Colonia Sant Jordi comprobamos que las panas del interior flotaban y que teníamos una vía de agua sin localizar.
Afortunadamente el día antes el armador había embarcado una bomba de achique a 220 v. de un tamaño considerable (no recuerdo de cuántos l/min.) que enchufamos al inversor, permitiéndonos achicar gran cantidad de agua, y aún así prácticamente sólo podía hacer que el nivel de agua en el interior no siguiera subiendo, pero apenas lo hacía bajar.
A decir verdad, la primera vez que me enseñó la bomba pensé: “mira que embarca cosas este hombre, si el barco ya parece un “drugs-store”.
Localizamos la vía de agua, junto a la bocina del eje, en la salida del casco formaba un cilindro de fibra cuyo remate se había ido descascarillando dejando entrar el agua a bastante presión, con lo cual las grietas se iban agrandando y dejaban entrar cada vez más agua. Demasiada.
Lógicamente al armador la situación le puso algo nervioso, aunque sólo se le notaba al hacer algún nudo, aún así tuvo la templanza suficiente como para hacer algunas fotos (Por cierto, Jesús, si lees esto a ver si me las envías ;-) ¿Qué hacemos si no conseguimos pararla? Contesté: si perdemos el barco, mejor donde haya poco fondo, y no falta mucho para llegar a la costa. ¡Perder el barco?... Me dejas más tranquilo ;-)
Afortunadamente también a bordo había un poco de masilla epoxi de dos componentes, que tras amasarla se puede aplicar bajo el agua y en una media hora adquiere dureza suficiente para taponar casi cualquier vía de agua. (en estos casos da gusto navegar en uno de esos barcos que llevan de todo, me alegro de que pareciese un “drugs-store”). Hicimos una reparación de emergencia con el poco de masilla que había, rodeada de unas tiras de trapo de cocina, rodeada a su vez de unas vueltas de piola para apretar bien y rematado con cinta americana, apretando con las manos un buen rato mientras endurecía e iba bajando el nivel de agua. Momento en que arribamos al fondeadero de la Colonia. Subimos a cubierta, enrollamos el génova, nos aproamos, arriamos la mayor y fondeamos, dejando izada la mesana.
Terminada la maniobra de fondeo bajamos a comprobar que no había entrado más agua y la sentina estaba ya seca. La chapuza había funcionado. Esa tarde buscamos por el pueblo más masilla, pero no encontramos nada, así que volvimos a bordo en la neumática. Era ya tarde y no había nada que hacer hasta el día siguiente.
Estoy sentado en una silla baja de playa sobre la cubierta de popa, con los pies en alto apoyados en la barandilla de madera mientras me fumo un cigarrillo.
La noche es… uff, menuda noche. La mar plana, calma, salvo una leve brisa que sopla de tierra y que trae el sonido de la música que entona la orquesta de las fiestas locales.
Sólo hay una uña de luna, que ya se ha puesto, y muchas, muchas estrellas.
A la mañana siguiente conseguimos que nos traigan de Palma más masilla epoxi, con la que hacemos una reparación en condiciones rematada con cinta autogalvanizable. Consiguiendo la típica reparación de emergencia que se torna casi definitiva.
Al cabo de un rato llega a bordo el resto de la tripulación que componen la “expedición”, (y digo expedición por llamarlo de alguna manera, ya que se trata de ir a buscar a Cabrera un hidroavión Dornier Wall que se hundió en el archipiélago en julio del 36), formada por Iren Dornier, nieto del diseñador y constructor, entre otras maravillas de la ingeniería, del famoso hidroavión hundido, gemelo de los aún más famosos “Plus Ultra” y del que utilizó Amudsen para sobrevolar el Polo. Iren es un excéntrico ingeniero y piloto alemán que ha reconstruido y hecho operativo un enorme hidroavión Dornier 24 del 39, con el que está dando la vuelta al mundo recaudando fondos para UNICEF, y que se ha propuesto encontrar y reflotar el Wall, esto último con ayuda del ejército, concretamente de lo que durante la Guerra Civil era la base de hidroaviones de Pollença, con vistas a un futuro museo Dornier. Curioso tipo este Iren…
También ha embarcado un grupo especializado en estas cosas compuesto por un director de equipo, dos buzos y un técnico, con un para mí algo sofisticado equipo. Además contamos con la inestimable ayuda del entrañable Lluis, presidente de la cofradía de pescadores de la Colonia Sant Jordi, prototipo del viejo pescador mallorquín simpático y buena gente, conocedor del lugar del pecio descubierto por su padre. Completamos la tripulación, como he dicho, el armador, Jesús, antiguo y buen amigo, y un servidor como patrón.
Los buzos, Titolo y David, han salido rápido hacia Cabrera, a bordo de su neumática, mientras a nosotros nos llevará una hora y pico llegar hasta la isla. Una vez allí, un lugar espectacular, comenzamos, con cierta intriga al menos por mi parte, el rastreo de la zona que nos indica Lluis. Rastreo con una sonda de barrido bilateral que llevamos colgada por popa y que al medio día ya se convierte en una rutina de cuadrículas y enfilaciones, vigilando la pantalla del portátil que nos muestra el fondo en tres dimensiones, completada con una inmersión a 50m. donde se ha detectado algo sospechoso, pero que resulta infructuosa. Terminando al final de la tarde habiendo localizado y marcado otra ilusionante posible situación, pero el sol se está poniendo y volvemos a la Colonia.

Lunes 31 de julio. A primera hora zarpamos de nuevo hacia el archipiélago de Cabrera, y otra vez los buzos se adelantan para recargar las botellas con el compresor que hay en la base del Puerto de Cabrera. Comenzamos con una inmersión en el punto que marcamos el día anterior, esta vez a unos 40m. De nuevo no encuentran nada. Pasamos el día barriendo la zona con la sonda torpedo colgada por popa a un nudo de velocidad, a veces a medio metro de la pared de roca que desciende en vertical hacia la profundidad. Gracias al toldo no se nos achicharran los sesos. A última hora se detecta una forma esperanzadora, y como aún hay algo de luz se hace otra inmersión, pero nada.
Increíble el color azul intenso de estas aguas, alucinante sensación bucear entre las burbujas, brillantes como perlas, que suben desde el fondo, donde están los buzos. Lástima no tener una cámara submarina en ese momento. Lluis nos habla de otro pescador que había sacado trozos de duraluminio, el escurridizo Joan, que pasaba gran parte del día, y la noche, pescando solo con su viejo llaut, pero para poder hablar con él tendríamos que cogerle a lazo.
Emprendemos la vuelta a tierra, y tenemos la suerte de avistar su barca. Rápidamente ponemos proa hacia él con el barco, y los buzos salen también a su encuentro con la neumática. El pobre Joan se asusta un poco al principio creyendo que lo íbamos a abordar. Nos mantenemos algo apartados para no avasallarle y dejamos que sean Titolo y David, los que hablen con él. Finalmente se compromete a dejarnos una marca al amanecer en el lugar que él conoce. Amarramos la neumática por popa y volvemos a vela, con viento de la aleta fuerza 4 y un trozo de luna esplendorosa. Gracias al encuentro volvemos con cierta esperanza.
A la mañana siguiente localizamos el boyarín que nos ha dejado Joan y tras dar un par de pasadas con la sonda parece que efectivamente hay un bulto en el fondo a 37m. Los buzos se preparan y esta vez bajan con un detector de metales submarino y un torpedo propulsor pues al parecer hay bastante corriente en el fondo. Al cabo de un buen rato, descompresión incluida, emergen con un trozo de chapa de aluminio totalmente mimetizada con el fondo tras 70 años sumergida (curiosamente el día anterior se cumplía el aniversario del hundimiento), que después de ser analizada por Iren efectivamente puede pertenecer al fuselaje del Dornier Wall. Personalmente me parece mucha historia para finalmente encontrar un trozo de chapa, pero ellos están contentos pues supone la confirmación de que ahí abajo se encuentra el hidroavión, aunque enterrado bajo no se sabe cuántos metros de arena. Y por lo tanto posiblemente habrá que volver más adelante con el equipo y los permisos adecuados tras evaluar si merece la pena desenterrarlo y reflotarlo.
Esta vez volvimos pronto, aprovechando para conocer alguno de los islotes del archipiélago.
Después de la cena nos despedimos del grupo. El armador y yo volvimos al barco y zarpamos rumbo al Tomás Maestre, puerto base del barco, en la Manga del mar menor. Al medio día atravesábamos Los Freus. Seguíamos haciendo guardias de tres horas al timón, pues el piloto automático no funcionó. Durante la siguiente noche hubo algo de aparato eléctrico pero que no llegó a descargar en tormenta.
Por fin llegamos a la Manga a las 10:00h, justito y por los pelos para coger abierto el puente del canal de entrada al Tomás Maestre.
He de decir que para mi resultó una experiencia diferente, interesante y de la que he aprendido bastante. Gracias, Jesús. (Esto suena a ofrenda religiosa ;-))

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