miércoles, 28 de septiembre de 2011

UN EJERCICIO DE MEMORIA CON LA COPA DEL PRINCIPE DE ASTURIAS

Hace más de treinta años del relato que voy a contar, así que no recuerdo bien muchos detalles, otros en cambio, se me quedaron grabados en la memoria.

Tendría yo en torno a los 16 ó 17 años y navegaba como tripulante en un Visiers 41, el “Coruña V”, que en su momento era de lo más competitivo. Ahora el barco creo que sigue encontrándose en Coruña con otro nombre y propietario.
Anteriormente ya había formado parte de la tripulación del “Coruña IV”, un Cirrus ¾ del mismo armador, lo mismo que en el que vino después, que rompiendo con la saga de los “Coruña”, se llamó “Fast Ferrari”. Un magnífico Sun Fast 52 del que ya he hablado en numerosas ocasiones en el blog.

Creo recordar que la primera gran regata a la que fui con el “Coruña V” fue la Copa Príncipe de Asturias. Una competición cuyos orígenes se remontan al año 1927 y cuya copa de plata maciza fue ofrecida por Alfonso XIII al Círculo de la Vela de Arcachón para que este lanzase un desafío al Club Náutico de San Sebastián.
La regata, que sigue celebrándose, enfrenta cada dos años a navegantes españoles y franceses de la cornisa cantábrica, con la particularidad de que se disputa por equipos, compuesto cada uno por tres barcos de diferentes categorías.
En aquella ocasión el “Coruña V” formaba equipo con otros dos barcos del Club Marítimo de Santander, en la categoría de barcos más grandes.
La prueba constaba de cinco regatas, tres inshore y dos offshore. Creo recordar que en ediciones alternas la competición se iniciaba en Arcachón y en Santander.
Entonces la primera regata fue un triángulo en Santander, la segunda, de unas 80 millas, un recorrido entre Santander y San Sebastián (ahora creo que van a Bilbao). Un triángulo en aguas donostiarras y a continuación otra prueba larga de San Sebastián a Arcachón (unas 90 ó 100 millas). Por último un triángulo en las complicadas aguas de Arcachón.

De entrada tuvimos que navegar las 220 millas que hay entre A Coruña y Santander. De esa travesía apenas tengo recuerdo, pero sí de la ilusión con la que subí a bordo en A Coruña, me parecía un barco grande y robusto a la vez que rápido, en el que yo era el benjamín de la tripulación.
Recuerdo que el día que salimos debía haber viento nordeste, porque tengo imágenes navegando rapidito de ceñida y de empeorar el viento y la mar ya desde Cabo Ortegal y al doblar Estaca de Bares, obligándonos a entrar de recalada en San Ciprián, puerto en cuya rada pasamos la noche fondeados. Estuvo bien no pasar la primera noche navegando, y más con viento de proa, para irme adaptando al barco y a la navegación movida.
Al día siguiente continuamos hacia Santander, parando antes en Gijón. De ahí recuerdo la noche en que llegamos al puerto comercial del Musel, después de una navegación dura de constante ceñida. Decidimos hacer una cena de “gala” a bordo, en la que se requería rigurosa etiqueta. Hicimos lo que pudimos para vestirnos lo más formalmente posible, hasta currarnos unas pajaritas y corbatas con papel higiénico. Rodeados por el triste entorno de un puerto comercial en una noche ventosa, pero por el contrario, dentro de la cámara había buena cena caliente, buen vino y buen ambiente… Buen recuerdo también.
Durante el último tramo hasta Santander tuvimos una tormenta eléctrica, con rayos cayendo a nuestro alrededor. Por entonces creíamos que el barco era de aluminio (en realidad sólo lo era la cubierta), por lo que cada vez que caía un rayo dábamos un salto para evitar el contacto con el barco. Nos “jartamos” de brincar…

Por fin arribamos a Santander, donde disponíamos de unos días para poner a punto el barco… y tanto que lo pusimos! No recuerdo haber aprendido tanto de desmontar y montar barcos de una sola tacada, como en aquella ocasión.
El armador era altamente competitivo y tras varar el barco nos hizo, literalmente, desmontarlo entero. Vaciamos completamente el interior. El backstay y la trapa eran hidráulicos y había por algún lado una fuga que no encontramos hasta tener el casco prácticamente pelado, aprovechando para aligerar el interior y repasar desde los pernos de la orza hasta los refuerzos de los cadenotes, constantemente embadurnados de líquido del hidráulico.
Fueron unos días agotadores de constante trabajo a bordo (esta siempre fue la tónica general en todos los barcos de este armador). En Santander se incorporaron a la tripulación dos tripulantes locales, además de otro cántabro que ya vino con nosotros desde A Coruña, a cuya casa nos mudamos a vivir durante los dos o tres días que duraron los trabajos. Una hermosa casa en primera línea de la playa del Sardinero.
La primera era una conocida navegante local de armas tomar. ¡Menudo carácter tenía Marieta! Una chica encantadora que aguantaba el alcohol mejor que el propio pirata Drake.
El segundo “fichaje” era un monitor de vela un tanto extraño que llegó a bordo en el último momento antes de zarpar. Lo esperábamos en el muelle, con el barco listo, cuando apareció lanzado con su Seat 124 y se detuvo en el borde del muelle de un derrapaje que llenó la cubierta de gravilla, creo que intentando impresionar… ¡! Se suponía que iba a ser el navegante, gran conocedor de esa costa. Cada cabo que veíamos aparecer por la proa anunciaba que se trataba de Machichaco, y así le quedó el nombre, “Matxitxaco”.
Durante los días que permanecimos en Santander conocimos a los tripulantes de los otros dos barcos con los que íbamos a formar equipo.
Y llegó el día de la primera regata, un triángulo olímpico en la bahía de Santander. Hasta entonces no había regateado contra tantos barcos, que entre españoles y franceses debían ser más de cien. Salida muy agresiva, con la adrenalina a tope, para hacerse hueco entre tanto barco que nos llevó a virar la baliza de barlovento en primera posición. Antes de la baliza de la trasluchada era todo un espectáculo ver tantos spis siguiéndonos en fila por la popa. Recuerdo que llevaba la escota del spi y se me iba la mirada hacia atrás, no estaba acostumbrado a esa sensación, seguido de la bronca del patrón para que no quitase el ojo del spi.
Habíamos empezado bien, haciendo un primero, que sumado la los puntos de nuestros compañeros de equipo nos convirtieron en favoritos.
De la primera regata costera hasta San Sebastián apenas recuerdo nada, salvo el anuncio constante del “navegante” de que el siguiente cabo ya era Machichaco…
Tampoco tengo recuerdo del triángulo en Donosti, excepto que uno de los componentes del equipo creo que había “pinchado” en esa regata.
Aquí se me mezclan los recuerdos con otra regata en la que habíamos participado con el mismo barco en esa zona, las Cien millas de Guetaria. Puede que incluso fuese ese mismo año, de la que sólo retengo imágenes inconexas, pero cronológicamente no me cuadra mucho.
Mejor memoria conservo de la regata larga hasta las aguas francesas de Arcachón, un recorrido de unas 120 millas en la que había que virar una baliza situada en pleno Golfo de Gascuña a la que llegamos en un amanecer de niebla. En realidad no sé bien cómo la encontramos, pues por entonces no había GPS, sólo un poco fiable LORAN, y dudo mucho que fuese cosa de "Matxitxaco".
Esa noche, yendo al timón, con viento fresco bajo el spi y disfrutando de unas buenas planeadas, de repente se soltó el mosquetón de la escota del spi. A pesar del aparatoso y ruidoso flameo de la vela, con el proyector de cubierta encendido, la tripulación fue capaz de arriarlo bastante rápidamente para volverlo a izar de nuevo.
Mis sensaciones eran tan buenas y la temperatura tan cálida que no me sentía cansado en absoluto, por lo que no me quejé de que no me relevasen al timón hasta que empezó a clarear. En cuanto solté la rueda caí rendido en el interior, quedándome frito sobre los sacos de velas.
Avistamos la luz del faro de Cap Ferret al siguiente anochecer, después de un día brumoso de suaves brisas. No recuerdo tampoco cómo remontamos los complicados bancos de arena, a pesar de que los canales de entrada a la bahía-estuario de Arcachón están bien señalizados.

Tras un día de descanso en la capital francesa de las ostras (nada que ver con las famosas ostras de Arcade, pese a la similitud del topónimo), en el que se hicieron dos nuevos fichajes, incorporando a la tripulación a dos guapas francesas, como regatistas locales conocedoras de los traicioneros bancos de arena, donde las tripulaciones francesas jugaban con ventaja.
No sé si controlaban los bancos de arena, pero en la regata, además de adrenalina, la testosterona se respiraba en cubierta. Creo que fue una buena jugada del armador, porque además de que lo dimos todo en cada maniobra, no tuvimos problemas con los bancos de arena, ajustando los bordos al máximo, mientras otros participantes encallaban en ellos.
Como en tantas otras regatas, tampoco recuerdo el resultado final. Llevaba cerca de un mes fuera y tenía que estudiar, así que antes de la entrega de premios aproveché un coche que bajaba a Bilbao y desde allí en FEVE hasta Galicia de nuevo.
Al menos, escribiéndolo, no se perderá en mi memoria.

sábado, 24 de septiembre de 2011

DE PALOS A GATA. PRIMERA TRAVESÍA EN EL STELLA MARIS

Hacía tiempo que mi hermano había dejado de ser armador de un motovelero para pasarse a “tractorista”, pero ya se sabe, los “tractores” se comen a dios por los pies cuando se trata de echarles combustible y además su tamaño no le permitía amarrarlo en el puerto que quería, así que por fin este año consiguió deshacerse de él.
No tardó mucho en encontrar lo que buscaba. Un barco pequeño y marinero con el que pudiese salir a pescar y navegar, sin grandes pretensiones, por las aguas de Cabo de Gata, tanto a motor como a vela.
El “Stella Maris”, un Superpescadou en torno a los 6 m. de eslora, se encontraba semi abandonado en el varadero del puerto Tomás Maestre de La Manga del Mar Menor, resecándose al sol. Así que hizo falta hacerle un primer remozado. Lo justo, en principio, para poder llevárselo navegando desde La Manga hasta el pequeño puerto de San José, en pleno parque natural de Cabo de Gata-Níjar.
Revisión del motor, repaso general de casco, eje, hélice y ánodos y una nueva emisora de VHF.
Una vez terminados los trabajos mi hermano se presentó allí, supongo que hizo los últimos preparativos en cuanto a víveres, agua y combustible y con el puente de media tarde abandonó, en solitario, el Puerto Tomás Maestre con rumbo a Cabo de Palos.
Al salir por el canal me llamó para avisarme de que había zarpado y decirme el plan de viaje. Desconocía el barco y por tanto no se fiaba demasiado de su respuesta, como es lógico.
La idea era de acometer la travesía, de unas 100 millas, en tres etapas, sin alejarse demasiado de la costa y entrar a dormir en puerto al final de cada singladura.
Esa misma tarde, a última hora, entraba en el puerto de Cabo de Palos, después de recorrer unas 9 millas, durante las cuales pudo ir tanteando el motor y apreciar que a determinadas revoluciones se calentaba un poco, pero por lo demás todo fue bien.
A la mañana siguiente volvía a zarpar para acometer la etapa más larga, unas 57 millas hasta el puerto de Villaricos, pasado Águilas, junto a Palomares (Lugar en el que, en su día, Fraga remojó su traje de baño blanco nuclear). Todo fue bien durante esa singladura.
El último día le restaban sólo unas 35 millas hasta San José. Con viento de levante, que iba arreciando y algo de marejada atravesada.
Al final de la mañana recibí una llamada suya. Se había roto la pala del timón quedándose sin gobierno a unas tres millas al través de la chimenea de la fábrica de cemento de Carboneras, mientras la mar y el viento lo arrastraban rápidamente hacia la costa.
Tras unos primeros momentos para analizar la situación y pensar las opciones, intentó mantener en lo posible la posición dando atrás, popa a la mar y ponerse en contacto con Salvamento Marítimo a través de la emisora VHF por el canal 16, pero no había respuesta. Con la sensación de que la emisora no emitía lo volvió a intentar con una pequeña emisora de mano, pero, seguramente debido a su menor alcance, tampoco obtuvo respuesta.
Así las cosas, optó por llamarme para que me pusiese en contacto con Salvamento Marítimo de Almería. Su teléfono móvil se había mojado y no le funcionaba la tecla cero. Ya es mala suerte, y más cuando el número de emergencia de Salvamento Marítimo (900 202 202) tiene cuatro ceros ;-)
Rápidamente busqué su posición estimada en el Google Earth (Aprox. 36º 57´N / 001º 53´W) con las referencias que él me había dado y me puse en contacto con Protección Civil del puerto de Carboneras primero y con Salvamento Marítimo de Almería a continuación. Estos últimos me devolvieron la llamada para preguntarme algunos datos del barco y el número de teléfono de mi hermano y en ambos casos me dijeron que ya salían a su encuentro.
Una ultima llamada a mi hermano, pues también se estaba quedando sin batería en el móvil, el muy "pupas", para decirle que ya salían en su ayuda.
Hora y media más tarde, habiendo conseguido mantenerse apartado de la costa milla y media, en constante contacto con Salvamento Marítimo y Protección Civil, una neumática de estos llegaba a su posición, después de guiarlos por medio de la emisora portátil, pues a pesar de que no había otro barco en la zona más que un pesquero que faenaba en las inmediaciones de la Mesa de Roldán, lo confundieron con él.
La siguiente llamada suya ya fue desde el puerto de Carboneras, hasta donde fue remolcado y donde quedó el Stella Maris mientras se le hacía un nuevo timón, al tiempo que se le efectuó un segundo remozado, pintado integral incluido y reparación de la instalación de la VHF, que era nueva.
Unos días más tarde, una vez el barco en el agua de nuevo, completó sin problemas las aproximadamente 16 millas que restaban hasta el puerto de San José, rematando así esta primera y accidentada travesía inaugural del Stella Maris.
Moraleja, como dice la infalible y famosa Ley de Murphy, si algo es susceptible de salir mal, saldrá mal. No hay travesía pequeña cuando de problemas se trata.
Tiempo habrá ahora de ir poniendo este coqueto barco a punto. Conociendo a mi hermano no me cabe duda de que lo hará.

lunes, 19 de septiembre de 2011

DE VIVEIRO A VIGO. VIENTO PREDOMINANTE, DE PROA.

Tocaba bajar el “Eva II” desde Viveiro, donde pasó el verano, hasta su amarre en Vigo, pero al contrario de la maratón en solitario, de dos días y dos noches, que supuso la subida, esta vez iba acompañado por “la patrona” y lo haríamos con calma, en cinco o seis etapas.
En principio la predicción meteorológica para la semana era de buen tiempo y brisas suaves.
Llegamos a Viveiro a medio día del lunes, dejamos las bolsas a bordo, comimos algo, hicimos una compra, rellenamos los tanques de agua y a eso de las cinco largábamos amarras para dirigirnos por el canal de agua dulce hacia la ría.

Desplegamos la mayor y continuamos con el motor pues el viento, de unos 15 nudos, nos venía de la proa, poniendo rumbo a pasar por el interior de Isla Coelleira.
Una bonita tarde de sol y mar tranquila, hasta que alcanzamos el cabo de Estaca de Bares ya con unos 25 nudos de viento, donde de entrada dos grandes olas barrieron la cubierta de proa y nos pararon hasta hacer apenas un par de nudos de velocidad. Ese es el punto débil del EvaII, mar y viento de proa.
Pronto recuperamos velocidad, aunque sin llegar a tirar cohetes, pues para alcanzar los cinco nudos había que hacer filigranas y apoyarse bien en la vela mayor.
Doblamos el cabo y arrumbamos al Oeste, hacia el cercano Cabo Ortegal, siguiendo el viento de la proa y un mar agitado aunque manejable.
Con los últimos rayos de sol doblamos también el siempre espectacular Cabo Ortegal y dejamos atrás los Agullóns continuando por la cada vez más oscura costa de San Andrés de Teixido, con sus altos acantilados que caen abruptamente desde la sierra de la Capelada hacia el mar.
Por la proa ya la luz del faro de Punta Candieira al que parecía que nunca llegábamos pero que finalmente sobrepasamos para embocar ya la estrecha entrada de la Ría de Cedeira bajo el brillo de la luna.
Esa misma noche pude comprobar que el GPS –plotter no andaba muy fino, como si fallase el diferencial, pues todo el rato tenía la sensación de que no íbamos por donde nos mostraba la pantalla, así que no me fiaba demasiado de él. Lo constaté al pasar frente al faro de la punta del espigón del Puerto de Cedeira, ya que según el plotter estábamos navegando sobre tierra.
A pesar de la oscuridad de la noche vimos, por las luces de tope, que en la rada había más veleros fondeados de los que esperábamos. Aún así encontramos sin problema un buen sitio donde fondear y poco después de las once y media de la noche dejábamos caer el ancla.
Después de la cena disfrutamos de la tranquilidad del fondeo en cubierta hasta que la luna se ocultó tras los montes. Es una buena sensación que te hace olvidar todo el ajetreo de la navegación.
Amaneció con algunas nubes que pronto desaparecieron dejando una mañana soleada y luminosa.

Realmente la rada del puerto de Cedeira es un buen fondeadero, además de estar en una bonita ría, parece una escondida bahía pirata.
Bien lo conocen muchos extranjeros, pues de los aproximadamente diez veleros que allí estábamos fondeados, el nuestro era el único de bandera española. El resto suecos, noruegos, finlandeses, franceses y algún inglés.
Aún en nuestras costas, fuera de los meses de julio y agosto, es bastante habitual.
Sin prisa pero sin pausa, en cuanto terminamos de desayunar, levamos el ancla y abandonamos la ría rumbo al sur, hacia la Ría de Sada, donde deberíamos recalar al día siguiente para dejar el dingui y recoger uno nuevo.
La mar estuvo mucho más tranquila que el día anterior, llegando a estar rizada. Disfrutamos de una mañana luminosa navegando a motor y con la vela mayor, pues la brisa venía de la proa y según fue avanzando la mañana rolaría hasta llegarnos del través y más tarde de popa. Al paso frente a Cabo Prior pudimos desplegar todo el génova y un poco más tarde también la vela de mesana. Por fin podíamos apagar el motor y navegar sólo a vela, no muy rápido pero tampoco teníamos prisa, como auténticos cruceristas.
Poco a poco alcanzamos la Ría de Ares y fuimos adentrándonos en ella hasta que a primera hora de la tarde fondeábamos en la coqueta cala de Carnoedo, donde pasaríamos el resto de la tarde y la noche, con intención de acercarnos, a primera hora del día siguiente, hasta el puerto de Sada para hacer el cambio del dingui y repostar gas oil.
La tarde transcurrió espléndida, entre picar algo, baños y lectura, dando paso a una noche tranquila y llena de estrellas, pero sin embargo amaneció cubierto y con algún ligero orballo pasajero.
Una vez hecho lo que teníamos programado en Sada, continuamos viaje. Apenas una leve brisa pero con mar de fondo, como nos anunciaban, ya antes de salir de la ría, las hileras de espuma de yodo producidas por las rompientes.
Lentamente el viento fue arreciando y, como no, yéndose a la proa.
Al paso, por dentro, de las Islas Sisargas y antes de Punta Nariga, las nubes fueron cada vez más bajas hasta tornarse en niebla cerrada.
Ese primer banco duró poco, encontrándonos de golpe bajo una tarde azul, que tampoco duró mucho, pues por estribor veíamos acercarse nuevos bancos de niebla.
Bajo un viento variable de componente “la proa”, fuimos avanzando, con cielo encapotado y sucesivos bancos de niebla más o menos densa hasta que ya por delante nos dejó entrever, bajo un halo misterioso, el Cabo Vilán.
Bien entrada la tarde doblamos el cabo, pegaditos bajo su imponente mole de piedra, dejando la roca del Bufardo a estribor, pero las nubes bajas, o la niebla alta, ocultaban la torre del faro, adivinándose su silueta sólo a ratos, lo mismo que las grandes aspas de los aerogeneradores que aparecían aisladas entre las nubes.
Fondeamos en una cala protegida, con playa de arena blanca, junto a la bocana del puerto de Muxía. Pronto se hizo de noche y se cerró de nuevo la niebla, hasta el punto de dejar de verse la luz del faro de Vilán, incluso su resplandor, que se encontraba a algo menos de un par de millas. Sin embargo la temperatura era agradable y la cubierta permanecía seca.

Solíamos comer ligero durante la navegación, pero en los fondeos siempre nos preparábamos buenas cenas calientes, sin necesidad de bajar ni una sola vez a tierra.

A la mañana siguiente la cubierta apareció mojada, calma chicha y cerrado de niebla, realmente poco apetecible. No debíamos demorarnos mucho pues pretendíamos alcanzar la complicada Ría de Arousa antes de que oscureciese.
Dejamos la ría, con notable mar de fondo que sobre todo se manifestaba en las rompientes de la costa frente a Muxía, que malamente vimos por babor.
Después cerrazón absoluta de niebla, que obligaba a ir pendiente del radar y el plotter. Doblamos Cabo Touriñán, sin verlo, dando un amplio respeto, mientras en la pantalla del radar se podían apreciar algunos pesqueros deambulando por la zona, sólo uno de ellos pasó lo suficientemente cerca como para verlo.
Detrás nos seguía otro velero que sólo teníamos controlado a través del radar.
A la altura de Cabo Fisterra, que tampoco vimos, a duras penas pudimos distinguir una preciosa goleta que subía, con su mayor cangreja izada y un par de foques en el trinquete. Talmente parecía el holandés errante entre la niebla.
Nos alegró recibir la visita de los delfines que se acercaron a saludar rompiendo la monotonía de la niebla.
Sólo ya al sur de Fisterra empezó a abrir, tímidamente al principio, dejando la niebla atrás y mostrándonos solamente un pequeño trozo del cabo.
Al medio día abrió por completo y el mar, calmo como pocas veces, se tornó azul intenso, pudiendo ya distinguir perfectamente, por nuestra aleta de estribor, el velero que nos seguía y que ahora había abierto un poco más el rumbo.
Sin embargo, por proa, el Cabo Corrubedo aún se hallaba oculto en las nubes, esperando, como así fue, que abriese completamente.
Disfrutamos de algunas horas de un tiempo espléndido, con una brisa que ahora nos entraba por la aleta y que iba arreciando paulatinamente permitiéndonos desplegar las velas y despojarnos de nuestros trajes de agua y ropa de abrigo.
Aprovechamos para darnos una refrescante ducha en la plataforma de popa y secarnos plácidamente al sol y la brisa.
Arrumbábamos hacia el cabo de Corrubedo, con intención, si las condiciones lo permitiesen, de pasar por dentro de sus bajos y entrar en la Ría de Arousa a través de los estrechos de Aguiño, lo que nos supondría un considerable atajo.
No tardó en distinguirse por la popa un nuevo frente de niebla que se aproximaba rápidamente.
Teníamos, al principio, la ingenua esperanza de ganarle la “carrera” al frente y atravesar la complicada zona de los bajos y los estrechos antes de que nos alcanzase. Pero no fue así, se nos echó encima apenas unas tres millas antes de llegar a la zona conflictiva. Inmersos nuevamente en la niebla, con un viento casi de popa ya de 20 nudos que seguía arreciando. Aguardé aún durante una milla más con la esperanza de que pasase el banco de niebla, pero no fue así y preferí no complicarme la vida, así que trasluchamos para pasar por fuera de los bajos y arrumbar al sur de la Isla de Sálvora, donde volveríamos a trasluchar para remontar hacia el interior de la Ría. No obstante no dejaba de preocuparme la posterior navegación, con niebla, por dentro de una ría llena de piedras, islas, bateas y barcos de todo tipo, desde mercantes, pesqueros, barcos de recreo, patrulleras y contrabandistas…en fín, que no le falta de ná.
Navegábamos rápido entre la espesa niebla y pronto dejamos atrás los bajos, la Isla Sagres por el través de babor y bordeamos a ciegas la Isla de Sálvora, con unos 25 nudos de viento. Trasluchamos nuevamente y empezamos a orzar, recogiendo el génova, cuando supuestamente nos encontrábamos ya al sur de Sálvora, mientras en la pantalla del radar se apreciaba el perfil de la isla por una banda y un barco grande que salía por la otra.
De repente, como despertando de un mal sueño, el cielo azul apareció sobre nuestras cabezas y en cuestión de segundos abría completamente la niebla, encontrándonos en un mundo luminoso y azul con perfecta visibilidad. Nos invadió una alegría y relajación como si se nos esparciese el alma…mientras la preciosa Ría de Arousa se nos mostraba ante nosotros en una imagen veraniega y la niebla quedaba enganchada por fuera de la Isla de Sálvora.
Nuestra intención inicial era ir a fondear al Xidoiro Areoso, un paradisiaco islote de arena blanca situado en medio de la ría, pero con el viento nordeste reinante no resultaba un fondeadero protegido, así que navegamos, desplegado el génova de nuevo, hacia la orilla norte de la ría para buscar un buen fondeadero resguardado entre Ribeira y la Pobra do Caramiñal, cruzándonos con los pesqueros que salían a faenar en fila, rumbo a uno de los estrechos.
Según nos fuimos aproximando a la protección de la costa norte, el viento amainaba y para serpentear entre piedras y bateas recogimos el génova otra vez, recorriendo ese trozo de costa buscando un buen fondeadero. Unas calas no nos gustaban, otras no estaban suficientemente protegidas y otras tenían tenederos de roca que prefería evitar. Así las cosas llegamos a la bahía, con su larga playa, frente a Pobra do Caramiñal, próximos a la bocana del puerto. Un fondeadero protegido con buen tenedero de arena en el que largamos el ancla justo antes de ocultarse el sol tras los montes.
De nuevo una bonita noche tranquila que disfrutamos en cubierta después de cenar, entre la blanca luz de la luna y las anaranjadas luces del pueblo.

Amanecimos envueltos en espesa niebla, a ratos apenas se distinguían un grupo de mariscadores en la playa, ni el puerto, ni tan siquiera unas bateas que teníamos cerca.
Pretendíamos dedicar ese día a recorrer parte de la ría y enseñarle un poco de su belleza a “la patrona”, pero no se veía nada y a pesar de que según avanzaba la mañana iba abriendo la niebla, más tarde empezó a cerrarse de lluvia.
Por lo tanto decidimos esperar fondeados al menos hasta el medio día. Si abría levaríamos el ancla en busca de otro fondeadero en la ría y sino nos aproximaríamos al puerto deportivo, que teníamos enfrente, para amarrar en el pantalán de espera y dar una vuelta por Pobra do Caramiñal.
Mientras tanto leíamos, esperábamos el parte meteorológico y estudiábamos en la carta los posibles fondeaderos, así como las millas y el tiempo que nos restaban hasta Vigo para la mañana siguiente.
Afortunadamente después de comer se estabilizó el tiempo, con viento del sur, y dejamos el fondeadero para dirigirnos, primero, a echar un vistazo al bonito fondeadero que hay junto al pintoresco faro de Punta Cabalo en Illa d´Arousa, donde había otros tres veleros fondeados.
Después nos dirigimos al islote del Xidoiro Areoso, siguiendo hacia el Xidoiro Pedregoso y posteriormente pasando entre el farito de Pedra Seca y la Isla de Rua para dirigirnos hacia el lado norte de la Península del Grove, dejando La Loba por babor, Los Esqueiros y Los Mezos por estribor.
Navegamos entre mejilloneras y pasamos las Pedras Sálvores por estribor hasta llegar a un protegido fondeadero frente a la playa de San Vicente. Un lugar precioso y recogido, rodeados de rocas redondeadas y bateas, en el que estábamos solos y que nos recibió con unos reconfortantes rayitos de sol.
De esta forma habíamos ganado unas cuatro horas de camino de cara al día siguiente, en el que pretendíamos llegar a Vigo antes del mediodía.
Ahí pasamos tranquilamente el resto de la tarde, presenciando una espectacular puesta de sol. Aunque pueda resultar algo “ñoño”, no hay nada “ñoño” en la naturaleza, si acaso en su descripción.
Antes del anochecer se empezaron a levantar algunas rachas, cuyos restos y debido a nuestra cercanía a tierra, nos alcanzaban por una banda y la otra, por lo que icé la mayor de mesana con un rizo y cazada al medio para que el barco se mantuviera más aproado en el fondeo y ofreciera menos resistencia al viento.
He de decir que a lo largo de la travesía, a pesar de que hubo momentos menos gratos durante la navegación, debido a las condiciones climatológicas o de la mar, todos los fondeos resultaron tranquilos y agradables, suponiendo un auténtico descanso. Y este también lo fue.
Por la mañana el fondeadero aún nos reservaba un espectáculo más. Aunque amaneció un día gris y tirando a desagradable, un claro en el cielo nos dejó ver la salida del sol y con él un pedazo de arco iris que nacía delante de nosotros, al tiempo que nos iluminaba. Qué decir!... pues que muy bonito.
Levamos el ancla, desplegamos ¾ de vela mayor y reculamos, para salir del fondeadero, entre bateas y piedras antes de doblar la pequeña farola del Pombeiriño.
Al doblarla el tiempo se había vuelto ya claramente desagradable. Entre niebla y lluvia, con viento, como no de la proa, e intensidad por encima de los 20 nudos y puntas de 30. Ola corta y puñetera que, por supuesto, nos dificultaba el avance y nos obligaba a ir dando bordadas para apoyarse en la mayor.
Había que librar la costa oeste de la Península del Grove, cuyas piedras nos quedaban quizá demasiado cerca a sotavento, y arrumbar hacia el Canal de los Camoucos, presuntamente protegido por la punta norte de la Isla de Ons, pero para ello, antes, había que cruzar una zona más desprotegida y tener en cuenta el gran abatimiento que nos producía.
Llegados a los Camoucos, quizá la mar se suavizó un poco, pero no así el viento, que por el contrario arreció, y a pesar de que en ese punto tuviésemos que variar unos 30º el rumbo hacia estribor, en el supuesto de que lo pudiésemos seguir directamente, el viento seguía viniendo exactamente de la proa.
Hay veces que te cabreas con el barco, incluso hasta con la mar, la lluvia, la niebla y el viento, es decir, ¡que te cagas en tó!
Pero a ratos también te da un respiro y vuelves a navegar mejor.
No nos costó demasiado alcanzar el Canal del Norte de Cíes, hasta donde fue mejorando el tiempo. Pero fue un cambio radical de antes de doblar Cabo Home a después. Algo parecido, aunque menos brusco, que la entrada en Arousa. Pasando de un día gris con mar plomizo al azul luminoso.
La Ria de Vigo se mostraba esplendorosa, donde multitud de veleros participantes en la regata Príncipe de Asturias, cubrían la Ría en distintos campos de regata.
Por fin se abría el viento y no dudamos en desplegar velas para recorrer esas últimas millas hasta el puerto de Bouzas, a donde arribamos, como un reloj, al mediodía, quiero decir a las 14:30 h.
No sin un último sustito, en la entrada del puerto con un cajón Ro-Ro que no sabía por dónde meterse entre tanto velero, o mejor dicho, lo sabía perfectamente, ¡too tieso palante!
Bien está lo que bien acaba, y esto valió para todos los días.