jueves, 1 de septiembre de 2011
EL MALDITO MELTEMI Y LAS MARAVILLOSAS ISLAS GRIEGAS
Sentado en la butaca del avión de vuelta a España, relajado y satisfecho por que todo hubiese ido bien, al margen de los inevitables problemillas que surgen en toda travesía, iba repasando mentalmente las singladuras y peripecias a través de las Islas Sarónicas de la semana que acababa de rematar.
El sábado 20 por la tarde llegaba al aeropuerto Eleftherios Venizelos en Atenas, donde me recogieron dos de los tripulantes del “Georgino” para llevarme al Puerto de Lavrion, al SE de la península Áttica, donde se encontraba el barco con el resto de la tripulación, con idea, en principio, de zarpar esa misma tarde hacia las Islas Cicladas.
El famoso Meltemi, fuerte viento del norte habitual en esta época del año, hizo que cambiásemos los planes iniciales de recorrer las Cicladas por las islas del Sarónico y a retrasar la salida hasta la mañana siguiente.
La tripulación del “Giorgino”, un Sun Odyssey 49, la componíamos nueve personas, todos griegos excepto dos, yo incluido. Por lo tanto el idioma “oficial” de a bordo era el griego (del que apenas sé decir sí, no, hola, buenos días, gracias y de nada o por favor, amén de alguna palabra técnica aprendida durante la travesía). El inglés y el español, sin embargo, eran las lenguas con las yo que me relacionaba con el resto. Algo que en principio podría dificultar un poco la coordinación en las maniobras, pero que pronto dejó de ser una traba. Además dos de ellos, Nikos y Ana, me hicieron de estupendos traductores de griego y el resto de la tripulación me pusieron fácil el entendimiento. A pesar de ser un idioma tan diferente al nuestro, su entonación y algunas palabras nos resultan muy cercanas y comunes.
A primera hora de la mañana del domingo dejábamos el puerto de Lavrion con viento norte de unos 25 nudos que iría arreciando según descendíamos por el estrecho de Lavrion hacia el Cabo Sounion. Espectacular enclave coronado por el Templo de Poseidón.
Navegábamos con ¾ de génova desplegado hasta que al doblar Cabo Sounion, más protegidos de la mar, desplegamos todo el génova.
Pronto llegaron rachas de unos 30 nudos que acabaron provocando la rotura del puño de driza del génova y en cuestión de segundos toda la vela se desrelingó cayendo al agua. Rápidamente la subimos a bordo y a continuación nos dirigimos a buscar el socaire de la muy cercana y pequeña isla de Patroklou, donde decidimos cómo solucionar el problema. La mejor opción fue retroceder las dos millas escasas que nos separaban de la Bahía de Sounion, donde fondeamos para desembarcar la vela, una vez que habíamos telefoneado para que vinieran a recogerla y así pudiese ser reparada en condiciones, debido a la cercanía a la que quedaba por tierra el puerto de Lavrion.
Mientras tanto hubo que encaramarse a lo alto del mástil para recuperar la driza que había quedado arriba. Preciosa vista desde lo alto, a las faldas del Templo de Poseidón.
No tardó mucho en estar la vela reparada y de vuelta. La recogimos en tierra con el dingui, subimos este a bordo y levamos ancla, con rumbo oeste, hacia el sur de la Isla de Egina cruzando el Golfo Sarónico. De nuevo al socaire de la Isla Patroklou aprovechamos para izar el génova y enrollarlo.
Según nos íbamos adentrando en el Golfo Sarónico el viento fue arreciando hasta los 42-43 nudos, llegando el anemómetro a marcar puntas de 50 nudos, con la mar atravesada, pero la luminosidad del día y la buena temperatura del agua lo hacía más llevadero.
Al irnos acercando a Egina el viento fue normalizándose y nos permitió izar la vela mayor (la Maistra) con dos rizos y desplegar medio génova. La mar también iba mejorando hasta que doblado el Cabo Pirgos se calmó del todo.
Buscamos una buena cala para fondear, comer algo y darnos unos baños, junto a dos barcazos de impresión, el Anemos, de pabellón español a pesar de su nombre griego (Viento), y el Mari Cha III.
Barco, este último, conocido por batir el record del Atlántico Norte entre Nueva York y Cabo Lizard, en Inglaterra, en 1998, así como el record de la famosa regata australiana Sidney Hobart al año siguiente. Más tarde reformado como crucero de lujo.
Mari-cha III Sidney-Hobart race 1999 record... por claris_image_builder
A media tarde izamos velas para dirigirnos hacia la Isla de Poros. Una delicia de tarde de navegación, viento en popa, entre islas montañosas y la más montañosa aún Península del Peloponeso.
Poco antes de adentrarnos en el angosto estrecho de Poros (donde está el puerto), durante la maniobra de arriado de velas, el co-patrón, Nikos, tuvo un pequeño accidente que pudo resultarle aún más doloroso, al casi caer por una escotilla abierta. No obstante se dio un buen golpe en la pierna que tardó casi toda la semana en cicatrizarle.
Al caer la noche recorríamos el largo puerto de Poros en busca de un hueco en el muelle que en teoría nos tenían reservado para pasar la noche.
Un montón de barcos atracados en punta, con ancla a proa y amarras al muelle por popa, otros en paralelo, con cuatro o cinco barcos abarloados en cada fila.
Por fin avistamos al hombre que nos hacía señas desde el muelle indicándonos dónde atracar. Primero nos dijo que amarrásemos en paralelo al muelle, luego que mejor lo hiciésemos en punta porque hacía algo de viento y mar picada, para corregir de nuevo en paralelo. Como suele decirse: “orden, contraorden, desorden”. Aún así hicimos una elegante maniobra de atraque gracias a la diligente tripulación.
Un poco más tarde atracó junto a nosotros otro barco, viejo conocido para regatistas de cierta edad, el “Traité de Rome”. Barco que ganó la Admiral´s Cup de 1975 bajo el nombre de “Pinta” y que participó en dos ediciones (1977 y 1980) de la Whitbread Round the World Race con el nombre de “Traité de Rome”, quedando 3º en la edición del 77, a pesar de ser el más pequeño de la flota. Posteriormente ha sido utilizado como velero-taller para jóvenes europeos.
Por la mañana, un paseito por las escaladas callejuelas cercanas de Poros, desayuno y a eso de las diez largábamos amarras, desandando el camino a lo largo del puerto que configura casi la mitad de una de las orillas del Estrecho de Poros.
Una vez dejamos los primeros islotes por estribor izamos velas, ¾ de génova y mayor con dos rizos, arrumbando hacia la punta conformada por los islotes Spathi y Skili, donde trasluchamos para dirigirnos, paralelos a la costa, rumbo a Ermioni.
El ritmo diario que nos marcábamos era de mañanas de navegación hasta una cala, a medio camino del destino del día, donde bañarnos, comer tranquilamente y después de una siesta volver a navegar hasta el punto de destino que fijábamos día a día en función de la predicción meteorológica. Tengo que decir que los partes meteo, al menos en esta parte de Grecia, no son fáciles de interpretar, por supuesto no sólo me refiero a la parte radiada en griego, sino que aunque en inglés, suelen ser una sucesión de números, pues al igual que ocurre en aguas de Italia, designan las zonas costeras con números y a continuación dicen la intensidad y dirección del viento también con números, así que si no estás acostumbrado, no te enteras de nada.
Afortunadamente disponíamos de Internet a bordo y podíamos consultar las páginas meteorológicas de Poseidon y Meteo.gr, creo que era.
Tras el fondeo junto a Ermioni, pues, continuamos camino con la misma configuración vélica, ¾ de génova y mayor con dos rizos, no tanto por la fuerza del viento sino por comodidad, y dado que no teníamos prisa y que el viento podía subir y bajar en cualquier momento, mejor así. Aún así andábamos a 6-7 nudos de velocidad.
Trasluchamos para dejar la Isla de Dokos a babor y enfilar hacia la Isla de Spetses, en cuyo puerto pretendíamos pernoctar. Quienes hayan leído el libro de Chris Stewart “Tres maneras de volcar un barco” les sonará esta isla y su agradable pueblo en torno a sus dos puertos.
A última hora de la tarde arribamos al puerto viejo de Spetses, caótico debido al gran número de veleros y yates fondeado-amarrados, además de viejos buques cisterna, pesqueros y barcos taxi que constantemente cruzaban lanzados de un lado a otro.
Inspeccionamos hasta lo más recóndito de este puerto-ratonera buscando un huequecito para atracar, pero tuvimos que volver por nuestra estela hasta que acabamos abarloándonos a un velero abandonado que a su vez estaba abarloado a un destartalado buque cisterna.
El crepúsculo cayó sangrante y después de cenar nos preparamos para bajar a tierra en el dingui. Toda una “peripetia” debido a los barcos taxi que no paraban ni de noche.
Una vuelta por el pueblo, un heladito y de vuelta al barco a degustar un gin tonic bajo el cielo estrellado.
Durante la noche el viento arreció, rolando hasta venir justo de la dirección hacia la que se abre el puerto, lo que para nosotros sólo supuso un poco más de movimiento y el constante crujir de las amarras (alterando el sueño de alguno de nuestros tripulantes), pero que a otros barcos les supuso problemas con sus anclas atravesadas y cruzadas.
Por la mañana abandonamos el puerto para navegar alrededor de la Isla, pasando junto a Spetsopoula, pequeña (o no tan pequeña) isla privada de la familia Niarchos, con su pequeño (o no tan pequeño) puerto privado.
Pronto encontramos una bonita cala de aguas turquesa donde fondear para pasar buena parte del día. A nuestro lado había un antiguo yate, una pieza de museo, que te remontaba a la época más glamorosa de los grandes armadores griegos. Hasta su “dingui” era una lustrosa Riva para coleccionistas.
Por la tarde seguimos navegando hasta otra tranquila cala donde volvimos a fondear y antes de que cayera el sol terminamos de circunnavegar la isla para volver al puerto de Spetses.
Con las últimas luces del día buscamos un punto donde poder rellenar los tanques de agua adentrándonos de nuevo en la parte más estrecha del puerto y finalmente lo conseguimos. Por lo que he visto en estas islas repostar agua no es fácil.
Con los tanques llenos de nuevo volvimos casi al sitio en el que habíamos pasado la noche anterior, sólo que en esta ocasión en vez de abarloarnos al velero abandonado, fondeamos por proa y por popa dimos un cabo por seno a la cadena del ancla del viejo barco cisterna. A nuestro costado había un Swan alemán amarrado de la misma forma. La predicción meteorológica anunciaba para esa noche lo mismo que tuvimos la anterior, es decir que el viento arreciaría y rolaría hacia la bocana del puerto y, en esas condiciones el Swan alemán estaba mejor orientado que el nuestro, pues quedábamos un poco atravesados, lo cual no terminaba de convencerme, pero…
Cenamos en tierra, tomamos una copa en un bar añejo y paseamos de vuelta al dingui.
Esa noche subí a cubierta en tres ocasiones para comprobar que todo estaba bien, pero justo antes del amanecer el viento atravesado hizo que nuestra popa se acercase demasiado al velero abandonado que ahora quedaba por nuestra aleta de estribor. El hecho de estar amarrados por popa no dejaba que el barco se aproase, ofreciendo más resistencia al viento. Como habíamos largado casi toda la cadena probé a tensarla un poco con intención de orientar un poco más la proa al viento al tiempo que separar nuestra popa. Para ello tuve que encender el motor, pues el molinete del ancla chupa mucha batería (todo lo tritura el molinete :-) y eso alarmó a buena parte de la tripulación, pero mejoró nuestra situación. Ellos volvieron a sus camarotes pero yo preferí quedarme en cubierta hasta que amaneció y volvió a calmarse el viento.
Esa mañana parte de la tripulación volvimos a tierra, lo que me dio para apreciar mejor la delicia de sus calles empedradas con motivos marineros, entre jardines y muros encalados y visitar un coqueto convento ortodoxo. Realmente un sitio tranquilo y bonito para vivir.
En la parte más angosta del puerto se sucedían los muelles repletos de pesqueros con pequeñas playitas de grava que utilizaban como varaderos para reparar y algunas terrazas de tabernas en cuyas mesas podías comer casi mientras te remojabas los pies.
Algo más tarde zarpamos para remontar el viento hacia el paso entre las islas de Dokos y la escarpada Hydra.
A primera hora de la tarde decidimos entrar en el puerto de Hydra a probar suerte, y la tuvimos, pues había un sitio libre entre dos veleros polacos.
Preparamos la maniobra para echar el ancla y amarrar popa al muelle y entramos suavemente en el hueco. Como es habitual durante estas maniobras, los tripulantes de los barcos cercanos no te quitan ojo. En el barco que quedaba a nuestro babor, la tripulación la constituían un grupo de chavalotes polacos entre los que había demasiados “masters”. Por el contrario, en el de estribor, un veterano skipper de pelo y barba cana sólo nos felicitó por la maniobra pero sugirió que posiblemente nuestra ancla no había quedado suficientemente lejos. Quizá tuviese razón, así que para mayor tranquilidad nuestra volvimos a desamarrar y repetimos la maniobra, dejando caer el ancla unos metros más a proa, con la mala fortuna de que en ese momento nos llegaron unas rachas de viento atravesado que no nos dejaron embocar bien nuestra popa entre los dos barcos, así que abortamos la maniobra antes de que quedásemos enredados en sus cadenas y nos fuésemos contra ellos. El segundo intento fue mejor y finalmente quedamos correctamente amarrados en la plaza.
Al comprobar que todo estaba bien pude apreciar que justamente la cadena de los chavalotes era la única que estaba cruzada al resto, pero no les gustó la sugerencia de que quizá ahora eran ellos los que deberían repetir la maniobra y lo dejamos estar.
Si el puerto de Spetses me pareció caótico, el pequeño puerto de Hydra parecía un circo de tres pistas. No tardó en formarse una segunda fila de barcos fondeados por nuestra proa, algo que nunca había visto. Igualmente, en el muelle de enfrente había dos filas de barcos fondeados en punta, lo que reducía notablemente la lámina de agua libre en el interior del puerto donde poder maniobrar. A eso había que añadir los pesqueros, los barcos de carga y los barcos taxi que no paraban de salir y entrar, otros veleros seguían entrando a probar suerte mientras los grandes jets e hidroalas de pasajeros arribaban y zarpaban constantemente.
El pueblo de Hydra me impresionó gratamente, conformando un gran anfiteatro que rodea al puerto y que me recordó a la asturiana villa de Cudillero. Un pueblo cargado de historia, fuertemente fortificado, en el que no están permitidos los coches, salvo dos pequeños camiones de la basura, por lo que todas las mercancías que llegan al puerto se distribuyen a lomos de mulas, burros o caballos. Hydra es el paraíso de los gatos, que holgazanean por doquier.
Una parte del puerto hace las veces de plaza, donde abundan las terrazas cubiertas por grandes toldos, un buen lugar para tomarse un café frío a la sombra.
Fuera del bullicio del puerto, otra espectacular y tranquila terraza sobre la bahía de entrada daba paso hacia la zona de baño del pueblo, que a falta de playa tiene adaptadas pequeñas plataformas entre las rocas donde nos dimos una refrescante zambullida en aguas batidas.
Antes de la puesta de sol la tripulación se desperdigó por el pueblo y aproveché para perderme un poco entre las estrechas callejuelas, culebreando hasta la parte alta para contemplar una impresionante puesta de sol.
Esa noche cenamos en un sofisticado restaurante justo sobre el mar.
Se me ocurrió pedir paella y el propietario, al enterarse de que yo era español, alardeó de que me la prepararía él personalmente. Resultó ser un arroz con marisco delicioso, pero no paella. Como me temí la comprometida pregunta posterior, consulté a la tripulación sobre si debía mentir o decir la verdad. Me sacó del atolladero Pandelis, diplomático tripulante que me sugirió que respondiese que estaba muy buena pero no como la de mi madre, y así lo hice.
Estábamos a gusto en Hydra, por lo que teníamos intención de permanecer allí al día siguiente, al menos hasta la tarde.
Desde primera hora de la mañana los veleros empezaron a abandonar el puerto y había que estar pendiente, pues con semejante lío era fácil que alguno, al levar el ancla, se llevase enganchada la cadena de otro, como así fue. El barco francés que estaba en nuestra proa, al salir, se llevó puesta la cadena de los chavalotes polacos de nuestro lado, que estaba cruzada. Fue cuestión de tiempo y en cuanto llegaron las primeras rachas de viento su barco se vino sobre el nuestro, provocando un efecto dominó en el que nos vimos implicados tres o cuatro barcos. Rápidamente tuvimos que salir de ahí, dejando en tierra a algunos miembros de la tripulación que habían desembarcado. Mientras intentábamos esquivarnos unos a otros, dando vueltas en la pequeña rada del puerto, llegaron nuestros tripulantes abandonados y busqué la mejor forma para recogerlos, para lo cual debían subir a uno de los pocos veleros que permanecían amarrados para que saltasen a bordo en cuanto acercase nuestra amura. Y así, precipitada pero limpiamente, dejamos Hydra.
Con viento de proa remontamos a motor y la mayor con dos rizos rumbo al NE para pasar entre los islotes Spathi y Skili y seguir subiendo de nuevo hacia Poros, volver a atravesar su estrecho hacia la cerrada bahía que está al oeste de la isla.
Tan cerrada que uno tiene la sensación de navegar en un lago entre montañas.
Allí buscamos un buen fondeadero donde bañarnos, beber ouzo fresco y comer una jugosa ensalada campera, acompañada de tortilla española. Muy buena,… pero no tanto como la de mi madre ;-).
Avanzada la tarde levamos el ancla, dejando la bahía por su estrecho paso abierto al norte.
Dejamos la volcánica península de Methana a babor y nos dirigimos hacia el sur de la Isla de Angistri, donde justo antes de la puesta de sol encontramos una magnífica y pequeña bahía semicircular de aguas cristalinas y verdes pinares que llegaban justo sobre el mar.
En la bahía había algunos barcos, todos ellos fondeados por proa y con amarras a tierra y así procedimos nosotros también.
Esa noche fue la más tranquila de todas, sin viento, mar en calma y un denso manto de estrellas sobre nuestras cabezas. Deliciosa cena típica griega preparada a bordo cuyo nombre no recuerdo, una especie de guiso a base de pollo, tomate, comino y una pasta con forma de grano de arroz…. Uhmmm.
Las neveras habían dejado de funcionar y a la vista del voltímetro diría que por baja batería. Parecía que por algún motivo el alternador del motor había dejado de cargar. Aparentemente todo estaba correctamente, la correa del motor bien tensa y los cables en su sitio ¿?
Después de unos baños matutinos y desayunar con calma, largamos las amarras de tierra y levamos ancla para abandonar la bahía y dirigirnos al cercano puerto de Perdika, al SW de la vecina isla de Egina, para comprar hielo y algo de pan.
Permanecimos sin amarrar ni fondear en la pequeña bahía frente al puerto de Perdika, mientras dos tripulantes bajaban a tierra en el dingui. Ahí pude comprobar que debido al bajo nivel de nuestras baterías tampoco funcionaba la hélice de proa.
Era el último día de navegación y debíamos de volver a cruzar el Golfo Sarónico, aunque teníamos la esperanza de poder fondear en la bahía de Sounion, al otro lado del golfo, para pasar la última noche y recorrer las últimas millas hasta Lavrion a primera hora de la mañana del sábado.
Izamos las velas (mayor con 2 rizos y poco más de medio génova) al socaire de la costa sur de Egina y pusimos rumbo al Este.
Una vez que sacamos el hocico por Cabo Pirgos el viento empezó a arreciar del través y la mar a crecer. 25 nudos al principio, 30 y 35 poco más tarde, 40 y hasta 45 nudos al final.
Era prácticamente inevitable que alguna ola nos rompiera encima, pero una en especial nos hizo embarcar tanta agua sobre cubierta que se coló bajo la capota antirrociones y cayó en cascada por el tambucho de entrada, justo sobre la mesa de cartas, donde se encontraba tranquilamente Pandelis leyendo la prensa: “¡Es que no se puede leer el periódico tranquilamente aquí?! Se oyó decir…. Je, tranquilamente ;-)
Reducimos un poco el génova, carro de la mayor a sotavento y la baluma ligeramente abierta, navegando a unos 8 nudos de velocidad.
Pasamos la zona de tráfico que sube y baja al o desde El Pireo, cruzándonos con algún barco, muy cerca.
Cuando llegamos a estar bajo la protección del alto islote de Patroklou, al igual que hicimos a la ida, aprovechamos para recoger todo el génova y arriar la mayor, entre zonas de calma y fuertes bufanadas de viento que se arremolinaban.
Apuntamos hacia la Bahía de Sounion, a través de un mar lleno de borreguitos blancos con 45 nudos de viento que nos entraban por la amura mientras el barco escoraba a palo seco.
Ya dentro de la bahía había tres o cuatro veleros fondeados y otros tantos dando vueltas como nosotros. La mar estaba llana allí, pero el viento soplaba a fuertes rachas de diferentes direcciones. Así las cosas decidimos seguir hasta el puerto de Lavrion y subir por su estrecho cuanto antes.
Gracias al potente motor turbo-diesel del Giorgino, con sus 110 cv y su hélice fija de tres palas, remontamos sin dificultad, a 7 nudos, la corriente, la mar y el fuerte viento de proa.
En cuanto pasamos la bocana del puerto la mar cesó, no tanto el viento. La situación de nuestro muelle de atraque, al fondo del puerto, hacía que tuviésemos que entrar en nuestra plaza perpendicularmente al viento y dando atrás, aunque allí parecía hacer menos viento, afortunadamente.
Mientras la tripulación preparaba defensas y amarras yo no las tenía todas conmigo en cuanto al buen término de la maniobra, sin hélice de proa y con la codera del barco vecino atravesándose delante de la plaza…
Sin embargo todo fue como la seda y en pocos minutos estábamos perfectamente amarrados en nuestra plaza sin incidente alguno, con la ayuda de Petros, el armador, y bajo su atenta mirada, junto a uno de sus chicos que nos facilitó la codera desde el barco de barlovento.
Por fin podíamos relajarnos y tomarnos unas merecidas cervezas en la bañera.
Esa noche la pasaríamos aún a bordo, pero cenamos en una taberna del puerto, cositas típicas y ricas, para celebrar el buen término de la travesía y despedirnos de dos de los tripulantes, Efi y Pandelis, que esa noche se iban ya a su casa, no sin antes hacernos la foto de rigor, todos juntos en la popa del Giorgino.
Al finalizar la cena la tripulación tuvo aún un detalle más conmigo, haciéndome un pequeño regalo que me hizo mucha ilusión.
Al día siguiente nos iríamos el resto de la tripulación en autobús, hacia el aeropuerto unos y otros seguirían hasta el puerto del Pireo para coger un barco de vuelta a Creta. Pero como no saldríamos hasta el medio día, aun dio tiempo antes para visitar por tierra el imponente Templo de Poseidón en Cabo Sounion, un lugar mágico donde un navegante tiene mucho que pedir y agradecer al dios del mar.
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18 comentarios:
groña ke groña!!!
Για χρόνια και χρόνια ...
Σας ευχαριστώ. :-)
Envidia me das. Que viaje! Un abrazo.
No hay queja. Un bonito viaje, Mera.
Un abrazo.
‘Efaristopoli’ por tu post, Jorge. ¡ Qué vivencias me ha refrescado !
Hace dos veranos yo también pude disfrutar de una semana de navegación por el Sarónico, y los minipuertos y las maniobras de atraque (o fondeo) con el ancla me dejaron boquiabierto más de una vez. Nuestro patrón era Patxi, un marino vasco que lleva un montón de años por Grecia y habla perfectamente la lengua.
Tanto me gusto Grecia que este mismo verano he vuelto a las Cícladas, pero para estar en tierra porque tenía noticias del metelmi (en Paros lo llaman así, en vez de meltemi) y doy fe que en pleno agosto puede soplar 4 o 5 días seguidos, de 9 de la mañana a 9 de la noche, con una intensidad media de 40 nudos.
Como veo que también te va aquella parte del Mediterráneo, a ver que año organizas algo por el Jónico, en donde me han dicho que la navegación en verano es mucho más “placentera” y el paisaje, el mar y las islas también son preciosas. Si lo haces, en vez de ouzo podríamos beber “tsipouri”, un licor parecido del que también puedo dar fe que entra de miedo y no da resaca. :-)
‘Kalinihta’
Manel.-
Pasachelo ben eh ???
Nos vemos !!
Yasu Manel, parakaló.
También me he quedado con la espinita de las Cicladas, a ser posible no en agosto.
Efectivamente dicen que el Jónico es el paraiso para los veleros. Voy tomando nota.
No probé el tsipouri y el ouzo con agua y hielo entra muy bien, pero donde esté un buen orujo de herbas y el anís del mono... :-)
Un abrazo.
Paseino, paseino Eddy.
As veces un pouco estresante, pero interesante tamén.
Unha aperta. Nos vemos.
Precioso !! Maniobras estresantes, sin lugar a dudas. Antes de pasarse por ahí hay que entrenar un poco :-)
Felicidades
Eduardo
alquilando veleros
Pues sí, Eduardo, un poco. Tanto por lo de estresante como lo de entrenar :-)
Pero merece la pena con creces.
Gracias. Un saludo.
P.D. Me llamó la atención el buen nivel general, en cuanto a maniobras, de la mayoría de tripulaciones y skippers.
Que envidia de crucero. felicidades por el blog. Estaría bien que hicierais un pequeños mapa con el itinerario en google map. Saludos
Alfredo Vázquez
Gracias, Alfredo.
Pensaba hacer lo de los itinerarios, pero aún no he tenido tiempo. En cuanto pueda lo haré.
Un saludo.
Hola Jorge,
Viaje entretenido sin duda ...Me consta que no os habéis aburrido ni lo mas mínimo. Me encanta que te haya gustado tu primera experiencia en mi país a pesar de todos los contratiempos. A ver si conseguimos pronto volver juntos. Nos vemos en Sada... Acuérdate de mi si necesitas compañía o ayuda a bordo...
Un abrazo,
Costas
Giorgo, efharisto poli amigo !
Parakaló, amigo Pandelis.
It was nice knowing you. Greetings to Efi.
I hope to meet you again.
"κρανίο" ;)
Y tanto que me ha gustado tu país, Costas, ¡tantas islas por conocer...!
Esperaba encontraros a bordo, pero me dijo Nikos que finalmente adelantasteis las vacaciones.
Por supuesto que en cuanto haya una oportunidad te avisaré, siendo casi vecinos... ;)
A ver cómo va el resto de la temporada. Ya sabes lo que se dice por aquí: "días de mucho, vísperas de nada..."
Un abrazo.
Qué puedo decirte, Jorge... que me corroe la envidia malsana!!!! precioso viaje, precioso mar color añil, y estupendo reportaje... gracias por compartirlo.
Un abrazo
Y sólo es una pequeña muestra de lo que debe ser el resto...
Gracias a tí, Isabel, por la visita y el comentario.
Un abrazo.
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