En unos días en los que el mar está cada vez más lleno de plástico, y no me refiero a la basura, que también y mucha, sino a los barcos, con su olor a fibra. Lleno de ruidosas motos acuáticas o afiladas motoras de diseño y cubiertas forradas de colchonetas con olor a bronceador.Unos días en que las marinas cada vez son más asépticas, protegidas de los coches por barreras automáticas y del mar por espigones de bloques de hormigón. Con sus restaurantes de moda y terrazas llenas de sombrillas donde se escuchan conversaciones sobre titulaciones, modelos y precios.
En los que los faros están automatizados y las sirenas son de gas en botes desechables.
Parece que se está perdiendo ese halo marinero, romántico sin duda, de olor a madera embreada y agua salada, del sonido de las velas de lona al flamear, del rechinar de cabos de cáñamo o esparto al tensarse, de los cantos insondables de ballenas, del crujir de las tablas de cubierta o del sonido de las campanas de bronce en la niebla…
La imagen estereotipada del farero ermitaño que cada noche enciende puntual su faro, o de las tabernas portuarias con sus 

Si Melville, Conrad, Poe o London levantaran la cabeza…
En estos días que corren, y pecando de romántico soñador, se echan de menos, quizá aún sin haberlas vivido, todas esas cosas, esas imágenes, esos sonidos y olores con sabor a mar.
En estos días que corren, y pecando de romántico soñador, se echan de menos, quizá aún sin haberlas vivido, todas esas cosas, esas imágenes, esos sonidos y olores con sabor a mar.
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