jueves, 9 de julio de 2009

DE FORMENTERA A SADA (III)

Descansamos un par de horas, un paseo por el pueblo para estirar las piernas a la espera de que abriesen la gasolinera mientras gran parte de la tripulación seguía descansando a bordo, rellenamos el tanque de gas oil y tres tripulantes se acercaron al pueblo para reponer vituallas, pues en estas fechas ya no te dejan quedarte amarrado mucho tiempo ni en el pantalán de espera de la marina ni en el de la gasolinera, así que esperé amarrado a una boya frente a la playa de Cascáis. Los recogimos y a la una continuábamos viaje hacia el norte.
Una vez dejado atrás Cabo da Roca abrió el día y aumentó el viento del SW empujándonos a vela durante otra tarde anti estress… Leyendo tumbado en la cubierta de proa, escuchando el agua apartarse a nuestro paso, pensaba en los pantocazos contra el viento y las olas mediterráneas que, afortunadamente, habían quedado atrás. Hoy el Atlántico nos regalaba una deliciosa tarde de navegación a vela que todos agradecimos, volviendo a experimentar el placer de navegar…, pero a veces antes de llegar a esto hay que aguantar momentos menos gratos, como si fuera una tasa que nos impone el propio mar, diciéndonos que para disfrutar de las maduras, hay que estar también a las duras. Pasado el estrecho entre Cabo Carvoeiro y las Islas Berlengas el viento se fue debilitando en un atardecer lánguido. Un frente de nubes altas apareció por el oeste y poco a poco fue tapando el sol, ocultándolo antes de que se metiera por el horizonte. Siguió otra noche tranquila, pero el cansancio acumulado ya se iba haciendo notar y los cambios de guardia se hacían con rapidez. Apenas un miembro de la guardia entrante pisaba la cubierta, la guardia saliente desaparecía por el tambucho de cabeza a sus literas.
El miércoles fue un día sin altibajos con brisa del oeste y mar rizada que nos permitía seguir ganando norte con rapidez. Días así transcurren entre conversaciones, lectura, siestas, comidas y muchas tazas de té, de lo que constantemente se encargaba Luís. A última hora de la tarde entrábamos en aguas gallegas con recibimiento de delfines locales, que no pillé. La tarde de cielo encapotado venía abriendo por el horizonte, y por estribor una bruma muy gallega nos dejaba ver el Monte Tecla, en la desembocadura del Río Miño. Por la proa Cabo Silleiro, que doblamos antes de que oscureciera completamente, para adentrarnos en la pequeña Ría de Bayona, y a las 23:00h amarrábamos en los pantalanes del MCY de Bayona. Para los que recalen por aquí aconsejarles que pidan un amarre sin “finguer”, pues los marineros del club intentarán colocarles en uno con “finguer”, ya que cuestan el doble.
Por lo demás es un lugar de recalada totalmente aconsejable. Buen trato, buenos servicios y un entorno inmejorable.
Como viene siendo habitual, búsqueda de un sitio para cenar, que a esas horas se hace cada vez más difícil, como si estuviéramos en Europa, pero finalmente, y por los pelos, conseguimos que nos sirvieran algo en el mismo sitio que la vez anterior, “La Boquería”

Todo listo para zarpar a las 11:00h de la mañana del jueves 2 de cara a la última etapa de la travesía a lo largo de la “costa da morte” Mañana encapotada, con algún claro, y con suave brisa del Norte, en principio, que debía rolar hacia el Oeste. Navegamos a través del paso de Estelas hacia la cara interior de las Islas Cíes, tramo en el que nos cruzamos con la misma manada de calderones blancos que en la travesía anterior. Las islas lucían espectaculares y tranquilas, invitando a fondear en alguna de sus playas de arena blanca, pero debíamos continuar hacia el norte. Al paso por el canal norte de la Ría de Vigo el viento empezó a irse poco a poco hacia el oeste y aumentando ligeramente en intensidad, justo para navegar de ceñida con génova y mayor, saliendo entre las Islas Cíes y las Islas de Onza y Ons, con un cielo cada vez más azul. Una vez librados los bajos de Corrubedo, caímos unos grados a estribor para arrumbar directamente hacia Cabo Fisterra, que apenas se distinguía en la lejanía, en otra agradable jornada de navegación. Las buenas condiciones de la mar nos permitieron, al alcanzar el cabo, pasar pegados a tierra, por dentro del islote del Centolo, dejando los bajos de La Carraca por babor. Desde la base del acantilado se puede apreciar mejor la grandiosidad del cabo. Poco después franqueábamos el siguiente, Cabo Touriñán, con una mar como una balsa de aceite que reflejaba los últimos rayos de sol, antes de que un nuevo frente nuboso cubriera el cielo durante la noche. Anocheció al paso por Cabo Vilán, que recortaba su escarpado perfil en la oscuridad. Esa noche permanecí a caballo entre las dos guardias, durmiendo aproximadamente una hora en cada una de ellas.
Se distinguían perfectamente alineadas las luces de los faros del Roncudo, Punta Nariga e Islas Sisargas, las cuales pasamos a eso de las tres de la madrugada y desde donde ya se podía distinguir el destello de la Torre de Hércules.
Al despuntar el día ya navegábamos dentro de la Ría de Sada, con el espigón del puerto a la vista por proa. Serían poco más de las siete cuando entrábamos por la bocana, justo cuando los primeros rayos de sol reflejaban en los edificios del puerto de Sada. Tras unas 1.050 millas y casi trece días de navegación, amarrábamos el “O Comillas” en los pantalanes de la Marina Sada, donde se le dará un buen repaso al barco. Por nuestra parte, caras de sueño y cierto cansancio acumulado, pero contentos por haber culminado otra satisfactoria travesía. Como siempre mi agradecimiento a toda la tripulación que me ha acompañado durante la travesía. Ha sido un placer y, hasta la próxima ocasión.

No hay comentarios: